lunes, 23 de julio de 2018

La izquierda en España (y III)

Juan Ramón Rallo, un economista excepcional, ha demostrado de todas las formas posibles que la economía con la izquierda en el poder es un desastre continuado.

En las anteriores entregas escribí sobre la necesidad y las razones que tiene la izquierda de gobernar envuelta en una atmósfera generalizada de inestabilidad social. También opiné —y argumenté— sobre su despreciable táctica de señalar enemigos hacia los que azuzar el odio del militante. Igualmente destaqué el instinto que posee esa ideología, tan ajena a los valores democráticos y al respeto a las leyes, para asaltar cualquier institución que no es capaz de controlar por las buenas. Hoy me adentro con brevedad en el mundo de la economía y lo hago desde el punto de vista de un simple ciudadano de a pie al que la política le interesa lo suficiente y trata de observarla con detalle.


Se sabe que las empresas privadas, españolas o multinacionales —a partir de cierta talla todas ellas son multinacionales in pectore—, son las únicas estructuras capaces de crear empleo y bienestar en un mundo globalizado y plagado de competencia, circunstancia esta, la globalización, que hoy por hoy se me antoja deseosamente irreversible aun cuando algunos estados nada liberales y siempre dispuestos a la autarquía salpicarán durante las siguientes décadas, aquí y allá, el mapamundi del enriquecedor intercambio.

Un país, o dos, o varios de ellos que respondan a un movimiento político de moda y tan contagioso como el cólera —que es el caso del populismo auspiciado por el marxista Chávez, empecinado en exportarlo a base de subvenciones derrochadoras en petrodólares—, pueden quedar aislados de la globalización como consecuencia de regímenes despóticos, pero diríase que el mundo en su conjunto seguirá animoso la marcha y con ella la interconexión mercantil y cultural. Es decir, la verdadera multiculturalidad, no esa cosa ficticia según la cual al opresor Islam, por ejemplo, se le adjudica el estatus de cultura equiparable a la occidental. Nada más falso ni por los valores que el musulmán defiende ni por el aprecio que le concede al libre albedrío, sometido a la voluntad de un dios cuyo deseo es interpretado por los ulemas. 

Y es que la izquierda española en el poder, tan propensa a repartir solamente una parte raquítica de lo mucho que previamente ha confiscado mediante los impuestos —la parte del león se la reserva para conservar los feudos electorales—, con su afán recaudatorio y fiscalizador no ayuda para nada a mejorar la productividad de nuestras empresas ni su competitividad. Ellos, la izquierda, también lo saben, y ese es el motivo de que tiendan al populismo, que no es otra cosa que un socialismo más cateto, hipócrita y autárquico al que se le introduce previamente un enemigo externo al que culpar de sus propios fracasos. Una forma como otra de curarse en salud.

O dicho de otro modo: Como contrapartida a la actividad privada, durante décadas se ensayaron a fondo otros sistemas empresariales de capital público, que vinieron a resultar, además de poco productivos, un lamentable pan para hoy y hambre para mañana. El mundo de las finanzas considera así, obsoletas, a esas grandes empresas públicas, muy especialmente a partir de haberse constatado con rotundidad que el comunismo o socialismo real empobreció a más de medio mundo durante buena parte del siglo pasado. Y lo que es más grave, aún sigue empobreciendo a las poblaciones donde tan aciaga ideología posee el poder. Con la excepción del comunismo chino, por supuesto, que en el terreno de la economía ni es comunismo ni es “na”. Y el alarmante enquistamiento de ese conjunto de países islámicos que podrían ser tachados directamente de tiranías. Eso sí, unas más sanguinarias que otras, pero apenas incapaces de evolucionar al encuentro del presente siglo.

Por tales causas, la izquierda española en el poder —no tengo la menor duda de que hay otra izquierda— no puede apostar hoy, al menos en público, por el socialismo marxista y su ideal utópico de la revolución permanente, un ideal al que jamás renunciará para sus adentros y del que a veces se le escapan algunos ramalazos acusadores. Lo de “soy rojo” no es una simple anécdota sin mayor trascendencia, es todo un programa político de un individuo que en ese momento, además del líder indiscutible de la izquierda en España, se consideraba ya el continuador de un régimen surgido durante la II República que deberá acabar siendo puramente marxista.

El mejor ejemplo delator de esa infamia extrema a la que nunca renunciará la izquierda, sino que engañosamente no le interesa admitir ahora, lo encontramos precisamente en algún texto de la Ley de Educación para la Ciudadanía, donde se pone a la actual tiranía cubana como modelo a imitar. Es decir, se nos pretende administrar el marxismo a pequeñas dosis, previo adoctrinamiento de nuestros jóvenes. Y es que la isla-cárcel caribeña supone un espejo en el que se miran los aprendices a déspota de la izquierda en España. No, no son peores en la izquierda porque no se atreven, pero sin duda lo llevan en la sangre.

Enlaces a entregas anteriores: 

Autor: Policronio
Publicado el 11 de noviembre de 2007

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