La propaganda siempre le sienta bien al socialismo, lo hace resucitar. De ahí que suela utilizarla con profusión a lo largo de toda la legislatura. |
En la entrega anterior argumenté —y di ejemplos— sobre la gran propensión de la izquierda al uso de la inestabilidad social como herramienta indispensable con la que mantener movilizados a los suyos. La izquierda lo hace así cuando se halla en el poder y desde luego cuando cree que puede acceder a él, circunstancia que comparte con el nacionalismo. Digamos que no son partidos de juego limpio, y es algo que resulta paradójico respecto a la tranquilidad que teóricamente precisan los gobiernos para acometer con eficacia su labor diaria.
Ahora bien, si se tiene en cuenta que la izquierda es básicamente depredadora de la riqueza ajena, vía impositiva, a la par que manirrota e ineficaz a la hora de regir un estado, una región o un simple municipio —con las excepciones a que haya lugar—, de ahí la razón para que intente suplir sus propias carencias —las cuales no desconoce— a través del toque de rebato en busca de las “causas olvidadas” y de las movilizaciones contra las supuestas injusticias. Unas causas e injusticias, como también se argumentó, que la izquierda suele elevar al estrellato de la actualidad mediante el uso de la exuberancia postiza en sus planteamientos y la propaganda correspondiente. Unas causas olvidas que, cuando no las encuentra, no repara directamente en inventárselas. Es decir, crea la necesidad de… y además lo hace a modo de cortina de humo, con la que enmascarar alguna fechoría de gobierno y destinada a los no implicados en el problema.
Otra característica de la izquierda en el poder, exactamente igual que le sucede el nacionalismo allá donde se sitúe, es que precisa señalar a un enemigo sobre el que dirigir la ira de sus huestes para que éstas no se mantengan mano sobre mano y les dé por pensar en algo tan simple como el bienestar y la seguridad decrecientes. Y aún así no siempre lo consigue, como se ha visto en los casos de Ciutadans, Rosa Díez y otros desencantados del todo vale. Evidentemente, cuando hablo de bienestar y seguridad no me refiero a los “colocaos” por el partido, que esos no pasan privación alguna, sino al ingenuo militante de base o simple simpatizante.
La izquierda es incapaz, asimismo, de respetar a las instituciones —nominalmente independientes— que en la práctica no controla, sobre las que encamina frecuentes tentativas de estropicio, sea el Consejo General del Poder Judicial o el Tribunal Constitucional, sea cualquiera de los reguladores de servicios que ha ido asaltando en esta misma legislatura, como la Comisión Nacional del Mercado de Valores, Defensa de la Competencia, etc. Sin hablar de los ataques al Defensor del Pueblo, sobre el que han pedido en varias ocasiones su dimisión, o el intento de sustituir con malas artes al presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, a quien finalmente el Gobierno le ha presentado, a través de una asociación de abogados testaferros, una demanda penal que demuestra la nula liberalidad de los querellantes.
Decididamente, lo de la izquierda en el poder no es la deseable labor silenciosa diaria —tacita a tacita, servicio a servicio, infraestructura a infraestructura—, que debería ir destinada a mejorar las posibilidades del ciudadano, aportándole confianza a la iniciativa privada o al profesional ajeno a la subvención. Todo lo contrario, la izquierda suele recubrir falsamente de avances sociales cualesquiera de las numerosas partidas presupuestarias destinadas a premiar a determinados colectivos y a convertirlos en cautivos respecto al voto.
Sea el cheque bebé, sea la ayuda a la vivienda para los jóvenes (no olvidemos que primero les quita el importe vía IRPF), sea cuanta gratificación derrocha entre el parasitismo de los artistas, los intelectuales, las ONGs y las asociaciones de toda índole. Y dentro de esa labor propagandística, la izquierda no repara en gastos a la hora de atribuirse un gran mérito en determinadas leyes que suele aprobar con la trompetería a toda mecha pero sin asignarles las partidas presupuestarias necesarias, tal es el caso de la Ley de Violencia de Género o la Ley de Dependencia, textos poco menos que papel mojado como consecuencia de la racanería presupuestaria, tan rumbosa a la hora de premiar a determinados gobiernos regionales.
Enlaces a otras entregas de esta serie: La izquierda en España (I)
Autor: Policronio
Publicado el 30 de octubre de 2007
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