jueves, 26 de julio de 2018

Contribución a la Memoria Histórica: El estraperlo

La imagen representa la España del racionamiento (llamado estraperlo cuando se excedía de las raciones asignadas) a los pocos años de finalizada la Guerra Civil, cuando la mitad de nuestra Nación debió ayudar con enorme generosidad a la otra media que había permanecido en manos del Frente Popular, donde la miseria fue siempre la tónica dominante. De ahí que al final se estableciera el racionamiento en toda España.

En un comentario a "La revolución social (V)", Cándido se interesa por el estraperlo tras la guerra. Contando con la amabilidad de los editores de Batiburrillo, con mucho gusto intentaré complacerle. La aplicación de la palabra estraperlo al “comercio negro” surgido tras nuestra guerra, fue artificial y carente de relación con el concepto original, pero tuvo éxito y arraigó. El mercado negro es tan antiguo como la civilización y a menudo inevitable, por rudimentaria o elemental que sea la sociedad en cuestión. Ese mercado siempre tuvo su origen en la falta de elementos básicos y no necesariamente de primera necesidad, puesto que en la posguerra también hubo estraperlo de productos de lujo, como medias de seda, lencería fina, perfumes, relojes, etc., si bien incidió especialmente en los artículos de mayor consumo y por lo tanto racionados: pan, leche, azúcar, café, cereales..., en los que el comerciante reservaba una parte de sus existencias para venderlas a distinto precio o en cantidades mayores a las tasadas en las cartillas de racionamiento.


El mercado negro surge como consecuencia de guerras, pestes, catástrofes de gran envergadura y hechos similares. Probablemente lo hubo en Troya, en Numancia, en el sitio de Calahorra (la Calagurris Julia, de donde procede la expresión “hambre calagurritana”) y también durante las epidemias del medievo. No faltó en la II Guerra Mundial, en las naciones que intervinieron en ella, ni durante la posguerra. En cambio, el “estraperlo”, máquina destinada al engaño, no tenía su origen en ninguna catástrofe ni estaba dirigida en perjuicio de la sociedad en general. Era una burda trampa, destinada a expoliar los bolsillos de elementos privilegiados, con poder adquisitivo suficiente como para frecuentar el “Kursaal” de San Sebastián. Y que se dedicaban al juego por la misma razón que sorbían cocaína: “por aburrimiento y por falta de objetivo en la vida”.

El general Primo de Rivera prohibió al juego. Lo hizo por equidad, basándose precisamente en que los ricos arriesgaban el dinero que les sobraba, mientras que la clase media y la humilde se gastaban lo necesario para comer. Permitió la Lotería Nacional: tres sorteos al mes. Tal vez lo concedió como consuelo al instinto nato en el hombre de la codicia y el amor al riesgo. Pero con medida y poquito. Por eso, cuando el señor Suárez, en la aplicación de la Transición, abrió la espita de los juegos sin límite, sentí horror y recordé la frase del dictador Primo de Rivera: “En el juego, el rico gasta lo que le sobra. El pobre lo que precisa para comer”. El capítulo V de la “Contribución a la Memoria Histórica” se inicia con estas palabras: “Cuando a los políticos se les da carta blanca, etc”. 

El tema de este artículo, originada por la consulta del señor Cándido, lo ratifica. Antes del señor Suárez, los españoles teníamos tres ocasiones al mes de jugar una pequeña cantidad. Hemos pasado al infinito. Y es una falacia aquella lapidaria frase: “Si no encuentran en España donde jugar, se van a Biarritz”. No sé de ningún dependiente de comercio, de funcionario medio, de empleado de oficinas… que lo hiciera. Admito que no por falta de ganas. Pero la carencia de medios impedía que se arruinaran. Todavía no está cuantificado el inmenso daño hecho a España por la aplicación de tal política. Hay demasiados intereses creados y lo silencian.

Otra “aportación” de dicha  política se refleja en  la seguridad ciudadana. Sin necesidad de ser tan “talludito”, como soy yo, es fácil recordar la repercusión que tenía cuando se producía algún crimen: el de Jarabo; el del “Monchito”; el atraco de la pastelería de la calle de Trafalgar. Y unos pocos más, a una media probablemente no superior a una muerte cada tres o cuatro años. Ahora hay cinco asesinatos al día. Ninguna satisfacción me produce escribir estas líneas. Sí dolor, profundo dolor. Los drogadictos que conozco, algunos ya fallecidos, eran buenos hijos de familia: dóciles, cariñosos, fáciles de conducir por el bien o por el mal. Les incitaron al mal camino. Más adelante, si surge oportunidad que lo justifique, trataré sobre la introducción de la droga en España. De la razón de ello, de sus consecuencias y de los responsables de tal catástrofe. Antes, la droga, como el juego, era cosa de ricos. ¿Hoy? Si no tienen dinero para adquirirla, atracan. Pero fueron previamente conducidos a ello. 

Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 21 de noviembre de 2007

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