Entre un individuo aislado y el conjunto de la humanidad, el uno y el todo, en nuestra especie se han dando a lo largo de los tiempos los más variados colectivos y las agrupaciones más insólitas. Viene siendo así desde el momento mismo en el que unos pocos homínidos lograron organizarse para que el fuego no se extinguiese o, sencillamente, al advertir ventajosa la práctica en común de una determinada forma de caza. El propósito esencial: beneficio mutuo, fue lográndose mediante lo que hoy conocemos como sinergia. Esos colectivos, que hasta evolucionar en grandes asociaciones de países o estados han producido toda suerte de leyes (a veces de lo más perversas), ocasionalmente también han derivado a estadios anteriores de bienestar como consecuencia de gobiernos incapaces, o de ideologías enfermizas que propenden a la obra destructiva de valores muy consolidados e, incluso, de sectarismos tan innegables como sórdidos. Tal es el caso del gobierno que hoy día se da en España, el cual cumple sobradamente con las tres características expuestas: Incapacidad, propensión destructiva y sectarismo sórdido.
Ahora bien, ¿qué debemos de entender por mal gobierno? La respuesta no es nada sencilla, al menos para mí, puesto que incluso los peores gobiernos conocidos (considerados así desde un punto de vista histórico) a menudo han contado con un respaldo mayoritario y con una serie de grupos de presión que se beneficiaron de las leyes impulsadas durante sus etapas en el poder. Sirva como ejemplo el conocido régimen de la Alemania nazi, llegado al gobierno a través de las urnas y que en todo momento dispuso de abundantes seguidores beneficiados, fanatizados o ambidiestros. Ese régimen, desde el punto de vista de quienes fueron sus militantes o simpatizantes, sin duda obró adecuadamente y en ningún caso fue un mal gobierno, pero la historiografía no lo conceptúa así ni mucho menos, puesto que produjo innumerable sufrimiento en gran parte del mundo. Era un régimen que no amaba la libertad, ni la verdad, ni la razón; su verdad y su razón fueron la fuerza y la barbarie, y eso se ha sabido más a fondo con el paso de los años. Luego lo primero que se debe de considerar a la hora de calificar a un gobierno es si se cuenta ya con la suficiente perspectiva temporal para juzgarlo. De no ser así, tampoco está de más saber si se percibe con cierta nitidez su trayectoria.
Recapitulemos. Se ha hablado de la tendencia natural, frecuentemente beneficiosa aunque no siempre, que poseemos los humanos para relacionarnos y asociarnos: A tal asociación podríamos denominarla colectivismo, sin sentido peyorativo alguno en el término. Se ha dicho, o se ha pretendido decir, que el más alto estadio de ese colectivismo viene representado por las naciones que impulsan leyes eficaces y justas: Lo que conocemos como Estado de derecho, que será más perfecto cuanto menos Estado sea y más libertad ofrezca. También se ha comentado que en cualquier época corremos el riesgo de regresión política, situación ejemplificada mediante el gobierno que promueve medidas legislativas destinadas a satisfacer intereses minoritarios, aun cuando la suma de esas minorías determinen a la postre una mayoría relativa que lo sustente: Tal postura equivale a sectarismo no exento de radicalismo, ambos de lo más sórdido. Pues bien, a pesar de que todavía no ha transcurrido el tiempo suficiente para que la historiografía acuerde calificar o no de perjudicial al gobierno socialista (no debo decir español, no se lo merece) de Rodríguez Zapatero, es evidente, puesto que el destino de una nave se deduce de su rumbo, que una parte (a mi juicio nada despreciable) de los contemporáneos a este gobierno no pecamos de irreflexivos al considerar desastroso su primer año y pico de gestión. Es más, si tenemos en cuenta que muchos de los lectores de Batiburrillo o Red Liberal tienen inquietudes en el terreno de los conocimientos históricos, probablemente ninguno de ellos pondrá en duda que nos hallamos ante el gobierno de peor trayectoria de la España democrática a partir de la Transición, incluidos aquellos a los que cabe adjudicarles la corrupción y el crimen de Estado.
Voy a tratar de aclarar ciertos conceptos a fin de que no suene demasiado fuerte la frase anterior. Felipe González y sus gobiernos, muchos de cuyos componentes secundan hoy a Rodríguez Zapatero, intentaron ocultar entre las sombras del interés de Estado lo que no fue más que abuso de poder y corruptelas generalizadas. Se les fue pillando, se les fue denunciando y esas fechorías políticas (o no tan políticas) determinaron que a unos les costase el puesto, a otros la cárcel... y a todos ellos el poder. Pero aprendieron, vaya si aprendieron. Los socialistas se dedicaron durante ocho años a realizar cursillos intensivos de... Cómo volver al poder, cómo seguir haciendo lo de siempre y cómo aparentar que todo es legal. Se trata de lograr la impunidad y quedar como señorones que proclaman la decencia. Si hablamos de corruptelas: Se aprueban leyes por las que se les da todo a los amigotes, por ejemplo la televisión y la radio, por ejemplo la paralización del PHN (la mayor de las corruptelas o sobreprecios a una alianza), por ejemplo la eliminación de infraestructuras a determinadas comunidades en beneficio de las afines. Si hablamos de crímenes de Estado: Se promueve un acuerdo parlamentario que permita negociar con la ETA en lugar de enviarles un nuevo GAL socialista. Si hablamos de machacar al partido de la oposición, único existente, pues creamos una Comisión parlamentaria que no investigue nada y nos ponemos de acuerdo, además, con esa caterva de separatistas que nos respaldan a tanto el kilo de diputado para condenar al Gobierno español saliente. Eso sí, por el mismo precio censuramos a algunos de sus ministros, como el vergonzoso maltrato dado al señor Trillo. Y encima es legal todo ello y decidido por la mayoría absoluta del arco parlamentario, excepto el PP, claro, que para eso son fachas y se han quedado solos.
¿Qué ha cambiado, pues, en el PSOE de ahora con relación al de Mister X? La respuesta es bien simple: Nada. El método depredador se ha sofisticado y ahora es de segunda generación. Los socialistas pretenden hacer lo mismo de siempre pero con todas las fechorías legalizadas por el Parlamento, donde varios grupos de independentistas le dan su respaldo a quienes suponen, como se ha demostrado de sobras, que carecen de un proyecto para el conjunto de la sociedad. Esa espléndida ausencia de proyecto, junto a las generosas tajadas en competencias adicionales, la duplicación de infraestructuras y el tú a tu aire de los nuevos estatutos, es lo que ha ocasionado que se apiñen en la misma madriguera unas cuantas fieras de diferentes especies, las más de ellas salvajes y dañinas.
No se trata aquí, por tanto, de un grupo de homínidos reunidos para conservar el fuego. Es un fuego sobre el que hay quien desea que se apague o a quien apetece que se use para asar sólo una parte de la presa. Según se pudre la carne no consumida en el interior de la gruta (agua del Ebro tirada al Mediterráneo), asfixiados de sed bajo unos árboles secos y próximos, hay un grupo numeroso que permanece a la espera, en calma tensa, y que advierte cómo entre los poseedores del fuego surgen risotadas de quien dice poseer la llave de la caverna o de ese otro primate que le niega el agua a la tribu hermana que permanece en el exterior, para quienes a veces, entre festín y festín, se destinan improperios o se les califica de intolerantes y poco amantes de construir un país más decente.
Ante ese ambiente de hechos consumados y legalizados al gusto en el que este gobierno socialista, con el respaldo necesario de los segregadores, quiere confinarnos a unos cuantos y a perpetuidad, ¿cómo deberían reaccionar los que discrepen de semejantes métodos? En mi modesta opinión (probablemente basada en lo que algunos definen como liberalismo del sentido común), hay que imbuirse del mayor grado posible de discernimiento para establecer un orden riguroso de prioridades. De nada vale plantearle al mundo esas maravillosas ideas anarco-capitalistas (u otras de sentido incluso contrario, pero igual de utópicas) en las que sobra el Estado y donde todo debe ser individualismo o iniciativa privada. Sí, hablo de esas ideas a las que le causan repugnancia que alguien pida el voto útil para un determinado partido con opciones de gobierno.
En determinadas ocasiones de nada valen los referentes ideológicos para algún día, especialmente a la hora de poner en práctica unas teorías (las que sean) que resultan completamente antagónicas con la neo-dictadura que se avecina en España, una dictadura de nuevo cuño instalada ya parcialmente a caballo de la izquierda de siempre y ese separatismo, estático en sus fines perversos, que ahora se disfraza con la piel del federalismo más o menos asimétrico. Luego la prioridad que debemos establecer para desalojar a las fieras orgiásticas de la caverna, y que el fuego pueda iluminarnos algo, obliga al uso de la sinergia, que es la acción de dos o más causas (distintas familias liberales o democráticas) cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales. Y esa sinergia, además, debería aunarse con otras de carácter conservador o cristiano-demócrata o social-liberal o social-decente. Entonces el efecto que se produciría alcanzaría el grado logarítmico, único capaz de acabar con la sinergia centuplicada de las ideologías totalitarias y liberticidas que ahora padecemos. Pásalo
Publicado el 1 de julio de 2005
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.