No hay duda de que nos hallamos ante la Tercera Guerra Mundial (III-GM). Esta vez la batalla se ha librado en Londres, en sus calles y su subsuelo, pero tan sólo es una más de las muchas hostilidades que la Civilización deberá padecer durante los próximos años. Sólo que allí, en la capital británica, respondiendo a las características de una confrontación no moderna, al contrario de lo que debería parecernos por la época en que se desarrolla, se les ha eliminado la vida a un mínimo de 50 personas y se ha dañado a otros muchos seres humanos mediante el tradicional método de sembrar el terror. Unas vidas que jamás podrán contarnos ya sus inquietudes, alegrías y tristezas. ¡Dios santo, cuánto odio encierra la maldad y cuánta maldad encierra el odio!
Hablo de una contienda mundial porque ése es el escenario: el planeta Tierra. Uno de los bandos en conflicto, el terrorismo islámico, desarrolla su actividad en cualquier hemisferio. Usa el suelo de las ciudades para sembrar el pánico entre la población indefensa, usa el mar para atacar sorpresivamente a navíos norteamericanos, británicos o israelíes, usa el aire para secuestrar aeronaves y estrellarlas contra grandes edificios o hacerlas aterrizar en esos desiertos donde todo es impunidad. Luego es en cualquier hemisferio, por tierra, mar y aire, donde hay que combatir a los terroristas, pero no de uno en uno con medidas policiales, que también, sino yendo directamente a la causa de su infame sinrazón: Las tiranías islámicas que adoctrinan, promueven, subvencionan y finalmente acogen a quienes no son más que sus brazos ejecutores.
Sí, hablo del islam, una religión adulterada casi en sus inicios e incapaz de convivir con la libertad mientras a su vez no se libere de una docena de dinastías nocivas, ilícitas y corruptas. No hay religión decente que al mismo tiempo proclame la bondad y la guerra santa, y extrañamente el islam es una de ellas. No hay doctrina asumible que haya sido expandida, como sucede con el islam, en contra de cualquier sentimiento y sensibilidad de la mujer, a la que trata casi como un objeto. No hay observancia religiosa alguna que merezca respeto mientras castre al hombre de su libre albedrío, y el islam lo hace. El islam es una religión esclavizante que pide a los seres humanos el sometimiento a la voluntad de Dios; siempre que esa voluntad, naturalmente, sea interpretada por un ulema al servicio de un tirano. El islam es esa fanática fe que no sólo proclama el Juicio final para los hombres, sino que también le asigna a las naciones el atributo de ser juzgadas y castigadas o bien algún día por la misma mano de Dios o en cualquier momento por otros pueblos menos orgullosos. De ahí que el integrista islámico se haya erigido en brazo ejecutor de un dios retorcido y antojadizo que parece cada día más alejado de las religiones del Libro.
Contra esas tiranías omnímodas y sanguinarias, donde se ubican cuantos semilleros de terroristas fanatizados hay dispersos por el mundo, siempre dispuestos a cumplir su "encargo divino" mediante todo tipo de atrocidades, debe luchar la Civilización occidental —el otro bando en disputa de esta horrorosa guerra— sin reparar en el freno que representan los cobardes que tenemos en casa (Europa) y a poder ser aliados a quienes desde su fundación han representado el papel de paladines de la libertad: EE.UU. Sí, junto a los americanos debemos aliarnos sin vacilación alguna en esta contienda tan despiadada. Es cuestión de supervivencia. Es la razón de ser para que la libertad, valor supremo de la especie humana, no vuele en pedazos con cada bomba detonada por los liberticidas de nuestro siglo: Esos contra los que siempre hay que combatir y jamás aliarse con ellos, puesto que no constituyen civilización alguna.
Publicado el 8 de julio de 2005
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