jueves, 20 de diciembre de 2018

Con Baltasar Garzón y contra la democracia

Sindicalistas, políticos de izquierdas y sedicentes intelectuales-artistas se manifestaron a favor de un juez prevaricador que además excedió en mucho sus competencias y quiso apropiarse de la llamada, por ellos, "Justicia Universal"; es decir, el derecho a juzgar a cualquier dictador de la derecha, sin importar que haya fallecido hace décadas (caso de Franco), pero no así a los de la izquierda, como podría ser el tirano Castro.

Podrá parecer contradictorio, pero en absoluto lo es: los cabecillas de la manifestación de apoyo al señor Garzón –el señor Lara, el señor Méndez, el señor Fernández Toxo o la señora Bardem, entre otros–  añoran alguna característica del régimen de ese Franco al que tanto odian y, al tiempo, tanto envidian y les fascina, entendiendo por “alguna característica” la falta de independencia que exigen al poder judicial.

Esa mezcla de odio, envidia y fascinación más parece, a la luz de sus acciones, a una raíz revanchista que al hecho de que Franco fuese un dictador y no creyese en la democracia, porque ellos, así lo han demostrado, tampoco creen en ella. Están convencidos de que sólo sus correligionarios, en excluyente exclusividad, tienen títulos para legislar, gobernar y juzgar según su soberana voluntad. Esta gente ni es demócrata, opción estrictamente personal sin mayor trascendencia, ni acepta las reglas de la democracia, lo cual sí puede revestir cierta gravedad.

Es necesario, para que una democracia goce de buena salud, que se juzgue siempre que haya pruebas a todo aquel ciudadano que pueda haber delinquido, sea de un color o de otro, se llame Camps o se llame Garzón; e igualmente necesario es acatar la sentencia que en cada caso dictaminen los tribunales de justicia. Si se obvia esta premisa básica, la cual es despreciada por motivaciones ideológicas por las personas citadas en el primer párrafo, se está dinamitando uno de los pilares sobre los que se asienta la democracia. Curiosamente están haciendo estos manifestantes una feroz defensa de aquello que a otros reprochan: una justicia sumisa, arbitraria, partidista y sectaria al servicio de unas siglas, con lo cual ni hay justicia ni hay democracia.

Repasemos, por ejemplo, el discurso de la señora Pilar Bardem a propósito del juicio al señor Garzón: “linchamiento político”, “acoso ridículo”, “todo está muy bien atado”, “causalidad y no casualidad” [relacionando la coincidencia de la fecha de comienzo del juicio con el aniversario del vil asesinato de los abogados de Atocha]; “cachondeo y recochineo” [sobre la absolución del señor Camps]. Sin mayor credencial que el fanatismo, se considera esta señora dueña y señora para dictar quién es intocable y quién tendría que haber sido arrojado a la más lúgubre de las mazmorras. Tal vez esta sea la “guerra cultural” que, según mi admirada doña Beatriz, la izquierda ha rehuido.

Ciertas actitudes, si llegasen a generalizarse, supondrían un grave peligro para la persistencia de la democracia. Para que un sistema político democrático perdure en el tiempo, sus normas han de ser aceptadas por una amplia mayoría de la población. Pues bien, entre esa amplia mayoría no se puede contar a todos aquellos que, como la señora Bardem y adláteres sin ir más lejos, defienden una justicia ideologizada, parcial y caprichosa, una justicia intrínsecamente injusta, una justicia que de tal sólo tiene el nombre. Si ellos fuesen la mayoría, la convivencia democrática resultaría imposible.

Autor: Rafael Guerra
Publicado el 30 de enero de 2012

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