domingo, 28 de octubre de 2018

¿Un pacto? ¿Pero qué pacto?


En estos tiempos de absoluto predominio del pensamiento débil, a la mera pronunciación de palabras como 'acuerdo', 'consenso' o 'pacto', concebidas como necesarios estadios finales de un idolatrado 'diálogo', se le confiere propiedades extraordinarias, casi taumatúrgicas. Las mismas derivan del convencimiento prácticamente generalizado de que gracias a los consensos, sean cuales sean, no sólo evitamos las desavenencias y las disputas, que, aunque normales y hasta saludables en democracia, parecen resultar más bien incómodas; sino que además y sobre todo se llega a un justo punto medio, que es donde supuestamente reside la virtud. De ahí que distintas voces, empezando por la del mismísimo Monarca, y continuando increíblemente con la de un Gobierno caracterizado por su sectarismo, se hayan alzado ahora para pedir un pacto de Estado como paso imprescindible para afrontar la actual y persistente crisis económica.


Pacto de La Moncloa

En ese mismo sentido, los Pactos de La Moncloa, suscritos en 1977 por la práctica totalidad de los partidos políticos con representación parlamentaria, son evocados como el perfecto ejemplo a seguir. Sin embargo, resulta harto discutible que consensos de ese tipo sean aplicables no ya a la actual coyuntura, sino que constituyan una especie de panacea. En primer lugar, situemos el hecho histórico en su contexto: En aquella época, pese a que España comenzaba a sufrir gravemente las consecuencias de la crisis del petróleo que se originara en 1973, la prioridad casi absoluta era la reforma política. Por tanto, puesto que la economía era considerada entonces, tanto por el Gobierno como por los partidos de la oposición, un asunto básicamente secundario, fue relativamente fácil alcanzar acuerdos en esa materia. Tampoco hay que desdeñar el espíritu de 'pactismo' que felizmente impregnaba el ambiente político, y que posibilitó que la transición democrática culminara con éxito.

Asimismo, las distintas fuerzas políticas de entonces, desde la Alianza Popular de Fraga hasta el Partido Comunista de Carrillo, no tuvieron dificultades en encontrar ese imprescindible punto medio: El keynesianismo, producto de ese bien llamado 'consenso socialdemócrata' cuyo reinado indiscutible continuaba aún en vigor, poco antes del triunfo de las políticas económicas liberales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. De esta forma, aunque los Pactos de La Moncloa alejaron durante un tiempo a la economía del proceloso terreno de las disputas políticas, y sirvieron para imponer un necesario ajuste en el gasto público y modernizar un obsoleto sistema fiscal, constituyeron más bien una rémora para la recuperación de una economía española todavía lastrada por el corporativismo y el intervencionismo: Ni se abordaba la flexibilización de un sistema laboral rígido y excesivamente paternalista, que pese a su sello franquista siempre ha parecido contar con la adhesión de la izquierda, ni se plantearon unas imperiosas liberalizaciones que años después tendría que comenzar a emprender, siquiera tímidamente, un Ministro socialista, Miguel Boyer. Así, tras la firma de aquellos 'sacrosantos' Pactos, la inflación no llegaba a contenerse, nuestra economía se estancaba y surgía el problema del paro como mal endémico, que sólo se aliviaría durante los liberalizadores Gobiernos de Aznar.

En consecuencia, el pacto no tiene por qué ser virtuoso de por sí, por muchas y cualificadas voluntades que aglutine: Depende de las iniciativas y medidas que contenga el mismo y de la dirección que adopten. Y no siempre se hallan en el punto medio las soluciones que más convengan: Si así fuera, sería ocioso elegir cada cuatro años a un candidato que lleve a cabo su programa de Gobierno. Pero es ahí precisamente donde tenemos el inconveniente: En España no existe un Gobierno digno de tal nombre, capaz de agarrar el toro por los cuernos y tomar decisiones audaces. La última gran idea de su presidente para supuestamente propiciar ese pacto de Estado ha consistido en seguir la filosofía política de Napoleón Bonaparte: 'Si quieres que algo se demore eternamente, nombra una comisión'. Y es que, en realidad, Zapatero sólo está por la labor de ganar tiempo, que es exactamente el que perderemos los españoles.

En cualquier caso, no parece que vaya a haber una reedición de los Pactos de La Moncloa. Entre otras razones, porque no es posible acordar una política económica medianamente seria con este PSOE de Zapatero.

Autor: Pedro Moya
Publicado el 19 de febrero de 2010

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