viernes, 31 de agosto de 2018

Principios del Siglo VIII: Diálogo apócrifo entre cristianos y musulmanes (I)


Abro hoy una nueva categoría o sección en Batiburrillo a la que le he asignado el título de “Relatos”. En esa sección iré insertando trabajos inéditos, en el ámbito de la narrativa, elaborados tanto por mí como por los colaboradores que deseen incorporarse y posean afición a la Literatura. De este modo creo que amplío el horizonte de Batiburrillo, restringido hasta ahora a la actualidad política y la mal denominada “Memoria Histórica, y doy paso, en lo que puede ser considerada una invitación en firme, a todos nuestros lectores inquietos por la actividad literaria, tanto creativa como analítica.

Cualquiera que lo desee, con el simple requisito de la extensión adecuada, fragmentos de unas 800 palabras y sin límite de fragmentos, puede hacernos llegar su obra, mediante fichero adjunto Word, a esta cuenta de correo: batiburrillo.redliberal@gmail.com. Como es lógico, es condición obligada que se trate de material inédito, no publicado incluso en Internet —una condición que trataremos de confirmar— y que en el propio correo, donde se añadirán los datos personales que identifiquen al autor —pudiendo publicar con seudónimo y mantener reservada la información personal si así lo desea— se autorice expresamente a insertar su obra en Batiburrillo. Siempre en fragmentos de unas 800 palabras de extensión máxima.


Batiburrillo es una página que desde su creación ha alcanzado cerca del millón y medio de visitas. Ayer, sin ir más lejos, nos situamos cerca de las 3.000, lo que no está nada mal para una bitácora especializada en política. Pero nuestra meta son las 5.000 visitas diarias, inicialmente, de ahí que abramos el campo a otras actividades, prácticamente de cualquier orden, en el terreno de la opinión y la creatividad.

Debo añadir, finalmente, que los actuales editores de Batiburrillo poseemos un fuerte déficit de conocimientos informáticos, por lo que solicitamos la ayuda desinteresada de aquellos simpatizantes de nuestra página que dispongan de algún tiempo para mejorarla y, sobre todo, para promocionarla en las distintas redes especializadas. Así, pues, amigos informáticos, esperamos también vuestra colaboración. Y ahora paso al relato del día.

Comienzo hoy con un diálogo apócrifo entre dos aristócratas musulmanes (histórico uno de ellos) que llegan a la ciudad de Tiro, a principios del siglo VIII, y dos importantes personajes cristianos de la época: San Juan Damasceno  y San Gregorio, conocido también como Gregorio II, Papa.

San Juan de Damasco o damasceno.

Diálogo en Tiro

Apenas quedaba una hora para que se cerrasen las puertas de la ciudad de Tiro. Las negruras de la noche, desconsoladas a perpetuidad ante el perdido esplendor de la urbe (1), no tardarían en deambular entre sus calles angostas y milenarias. A esas sombras se unirían, a modo de consortes nocturnos, el cendal de la bruma marina impregnándolo todo de gris, además de los olores del salitre y el alquitrán de calafate. Y como realces sonoros de toda ciudad portuaria, se percibían ciertos ecos que el mar hacía llegar hasta tierra mediante el frémito del oleaje rompiente en la escollera o el clamor que las gaviotas coreaban para atraerse y que a veces se identificaba con el llanto de un niño de pecho.

Yunán y Abdelaziz entraron en la población y se dirigieron rectos a la posada que ben Musa había frecuentado en otras ocasiones. El posadero, un hombre cincuentón de aspecto cansado, con cabeza de tarro, cráneo calvo, barba muy tupida y origen heleno, les recibió usando mil zalamerías empalagosas y les indicó el lugar del patio interior donde podían situar el carro. Fue el mismo posadero, resoplando sus años y su engrosado cuerpo, el que más tarde les guió escaleras arriba, hacia el segundo piso, mientras renegaba acerca de su malagradecido negocio:

-Mi señor Abdelaziz, te ruego que me disculpes por no ofrecerte tu estancia de otras visitas, la tengo ocupada desde hace tiempo por dos hombres que dicen ser nobles y que aguardan una importante provisión de caudales —dijo el posadero, parándose en el descansillo de la primera planta y señalando hacia la habitación aludida.

-En ese caso, amigo Ulpiano, si hace tiempo que habitan mi antigua estancia no parece conveniente que les desalojes, ya que su buen dinero te habrán dado a ganar.

-Eso es lo malo, señor, que salvo el adelanto de la primera semana no he visto de ellos ni un solo dirham. Sospecho que su nobleza y su dinero se hallan en algún lugar llamado ninguna parte, desde donde se tarda más de la cuenta en llegar hasta Tiro. ¡Estúpido de mí por confiar a ciegas en las apariencias!

Según dedujo Yunán, Ulpiano parecía ser uno de esos hospederos típicos de toda ciudad portuaria a los que no les basta con sostener su negocio mediante la clientela conocida. La tentación por urgir a la riqueza les incita a hospedar, de vez en cuando, a algunos personajes adventicios con apariencia de ahijados del mismísimo Califa. Personajes que al finalizar su estancia, y antes del pago de remate, acostumbran a declararse en fuga y a demostrar que son tan pobres como las ratas o tan astutos como las raposas. Eso sí, entre la llegada deslumbrante, seguida de estipendios y sobreprecios a cualquier servicio menor, y el escape a media noche por puertas o ventanas no controladas, suele mediar un mundo de grandezas, herencias en camino, barcos atestados de especias siempre a punto de llegar y consignadas a ellos... y toda la palabrería resbaladiza que cualquier desahogado al uso utiliza en tales circunstancias. De donde se teoriza —concluyó para sí Yunán— que un ambicioso como el posadero, además de ser esclavo de su fortuna, suele vivir condenado a padecer ciertos reveses monetarios ocasionales.

-¿Esos ciudadanos de ninguna parte tienen nombre? —Quiso saber Yunán, en verdad divertido con la ocurrencia de Ulpiano y dispuesto a incentivar cualquier frase socarrona.

-Sí, mi señor, dicen llamarse Yahya y Alí, pero si debo tomar por ciertos sus nombres, pongamos en la misma medida que sus caudales, me temo que en ese punto también he sido engañado.

-¿Y qué piensas hacer? —Preguntó Abdelaziz.

-La generosidad tiene sus límites —el gesto del posadero se endureció y perdió una sonrisa que hasta entonces no dejaba de aflorar—. Esperaré algún tiempo hasta que me paguen y si no lo hacen los pondré en la calle y me quedaré con sus costosísimos ropajes, ya he calculado a cuantos días de posada equivalen. No puedo permitir que se alejen de bonito y aquí se eternice la deuda de esa pareja, amén de la chacota que motivaría en mis parroquianos de confianza.

-Supongo que dispondrás de ayudantes que te secunden en la tarea de dejarlos en cueros antes de expulsarlos —comentó con guasa Yunán.

-Entre hijos, primos y cuñados, treinta y dos hombres nos juntamos en esta casa. Pero si fueran insuficientes para reducir a los deudores que se resistan, sobre la chimenea de la cocina dispongo de una caracola a cuya voz de rebato acude en mi ayuda todo el gremio de estibadores portuarios. Y creedme, nobles señores, son gente de fuerza muy acostumbrada al manejo de bultos y de cuanto ocioso de los muelles pretende escamotear mercancías.
   
-Huelga decir que el jefe de los estibadores comerá de balde en esta posada —dijo Yunán, más predispuesto a dejar la conversación al comprobar que el hospedero no persistía en las expresiones divertidas.

-¿Cómo lo has adivinado? —Preguntó con espontaneidad el posadero.

-Amigo Ulpiano, la buena inversión es dar oportunamente, sobre todo si así te cubres contra adversidades futuras —sentenció Yunán.

-Y no olvides que si a esos nobles acaba por llegarles la dote, o lo que deba llegarles, multiplicarás por diez el precio de lo que se hayan comido, ya que doy por hecho que en tu generoso crédito les cargas hasta el aire que respiran —remató sin tapujos Abdelaziz.

Continuará

(1) Entre los siglos XI y VIII antes de Cristo, la ciudad de Tiro llegó a ser el poder principal de Fenicia y ejerció cierta hegemonía sobre toda ella. Posteriormente, con largos períodos de autonomía y esplendor, pasó por diversas etapas bajo la tutela de egipcios, asirios, babilonios, persas, macedonios y armenios. Pompeyo la conquistó en nombre de Roma y a la caída de ésta se sucedieron en su dominación el Imperio romano de Oriente y el Imperio islámico, que la usó como segundo puerto de Damasco junto a Sidón. 

Autor: Policronio
Publicado el 16 de septiembre de 2008

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