miércoles, 1 de agosto de 2018

Canto a la zapatilla de mi madre



Cuando veo esto: “Los padres no estarán amparados legalmente para dar un cachete a sus hijos”, no tengo por menos que acordarme de mi infancia, sometida al mando materno y a la distante autoridad paterna.

Mi querida madre nunca supo de la existencia del artículo 154 de nuestro Código civil. Ni falta que le hizo. Es más, la ignorancia de esa Ley siempre la suplió con el convencimiento de nuestro obligado cumplimiento. Zapatilla, pellizco y a cenar. Que ya es hora de iros a la cama. 


Su instinto de jurista cabal, ignorante del texto de las leyes en presencia, siempre lo sustituyó con un apreciable entendimiento de la proporcionalidad del castigo tangencial, o sea, pellizco al paso, según fueran los bienes jurídicos a debate: El derecho a cenar como es debido y el derecho a que os acostéis de una puñetera vez y me dejéis en paz, siquiera quince minutos con mi señor esposo. No de otra forma trajo cinco hijos al mundo, y que nos guarde Dios, que una de las 17 Expañas ha acabado por helarnos el corazón. 

El caso es que mi señora madre, con el concurso inapreciable de mi señor padre y sus toses autoritarias, nos puso en circulación a base de cariño, mimos, besos en la cama, migas, gachas, sopa de sobre, sardinas en la lumbre, estofados con lo que hubiera, tortillas de patata de reglamento, las verduras de su tiempo y la fruta que correspondiera, todo ello aderezado de zapatilla, pellizco y pescozón. ¿Y qué? En su homenaje, nunca faltó el plátano y el jamón para el malito. Y cuando se pudo, el yogur.

Y ahora, esa cosa engendrada en el dolor de ciento noventa muertos y mil quinientos heridos se atreve a dudar de la zapatilla de mi madre. 

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 21 de diciembre de 2007

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