viernes, 29 de junio de 2018

Tres obras públicas

Juzgados de Ciudad-Real, todo cristal para una ciudad de clima extremo.

Cada vez que me rasco el bolsillo ante la Agencia Tributaria, y son unas cuantas al cabo del año, me vienen a la cabeza tres imágenes: El nuevo edificio de los Juzgados de Ciudad-Real, detrás de mi casa, el nuevo edificio del Conservatorio, también de Ciudad-Real, al lado de casa y el esperado, más de siete años, Parque de Juan Pablo II, debajo de mi casa. Y después de esas imágenes, se suceden a velocidad de vértigo las de los respectivos ascendientes de sus diseñadores y contratantes-apoquinantes, que no son otros que los titulares de los órganos de contratación de las correspondientes administraciones públicas que nos contemplan y nos asaltan: La Estatal, la Autonómica y la Local.


El clima de Ciudad-Real viene definiéndose de antiguo como “nueve meses de invierno y tres de infierno”. La poquita primavera es un lujo y el otoño casi inexistente. Y como dato relevante les digo que la diferencia de temperatura entre el día más caluroso del verano normal y el más frío del invierno tradicional es de cincuenta grados centígrados, o más. O sea, que mis paisanos y yo sufrimos año tras año nuestro particular y cierto cambio climático, sin una queja.

En esas estamos, cuando nos construyen todo de cristal el edificio de los Juzgados. Como lo leen. Todo de cristal. Dos cubos inmensos de cristal. Y el artista y el contratante se han quedado tan anchos. No hay noticias de su fallecimiento en dolor de los pecados ni de que les hagan abonar la factura mensual o bimensual de UNIÓN FENOSA, que debe ser de órdago a la grande.

Y en acto de desagravio al sufrido contribuyente se acometen y terminan las obras del nuevo Conservatorio. Ahora, nada de cristal, se conoce que se acabó con la otra obra, todo hormigón, sin una concesión al ladrillo y a la piedra. Es un bunker de formas extravagantes, más apropiado para alojar presidiarios que chicos en procura de disfrutar y hacernos disfrutar de la brillante tradición musical europea.

Y para terminar, el Parque de Juan Pablo II, que no lo arregla ni un milagro de su Patrón. No les puedo ofrecer una descripción del mismo, porque todo él es indescriptible en su fealdad orgullosa de serlo. Ni un metro cuadrado de césped y ni un árbol de porte alto y susceptible de ofrecer sombra. A partir de ahí, imagínense cien memeces. Todas tienen cabida en nuestro Parque.

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 20 de julio de 2007

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