viernes, 29 de junio de 2018

‘La dialéctica de los puños y las pistolas’ (III)

Manifestación Falangista en Madrid, contra el Golpe de Estado Socialista-Separatista de 1934.

Siempre me he preguntado: ¿En qué se basaron los rojos para dar expresión torcida a una frase tan meridiana?  [Ver nota (1) de la primera entrega]. Sólo hay una respuesta: en la mentira. Su redacción es clara: respeto a la Justicia y amor a la Patria. Justifica la violencia solo en casos extremos: cuando peligre la supervivencia de alguna de las dos. Pero la habilidad de la propaganda roja ha sabido torcer su sentido de tal forma que, en algunos casos de buena fe, se ha interpretado como una incitación de José Antonio (y por extensión, de Falange) a la violencia injustificada y no a la respuesta a una agresión a España, cuyo triunfo hubiera tenido consecuencias catastróficas para nuestra Patria. 


En todas sus exposiciones relativas a las agresiones a falangistas por parte de los rojos (entonces se decía socialistas), José Antonio admite su muerte y la de sus camaradas, sin apelar a la lucha armada. Pero rechaza con rotundidad “la amenaza a la Justicia o la destrucción de la Patria”. Y ante ella, sea del exterior o del interior, de nada sirven ridículas “Enérgicas protestas”. La Patria y la Justicia en peligro han de ser defendidas a toda costa. 

Parece interesante hacer la siguiente pregunta: ¿Cuál hubiera sido la decisión por la que hubiera optado el posible lector, si le hubiera tocado vivir el Dos de Mayo de 1808? 

Aquel fue un Alzamiento contra los franceses y contra el Gobierno español de la época, que apoyado por una numerosa masa de compatriotas (los afrancesados) pretendió entregar España al invasor. En los primeros momentos se consideró rebeldes contra el gobierno “legitimo” de la Nación a los capitanes de artillería, Daoiz y Velarde, al de infantería Goicoechea Irisarri, al teniente de infantería Ruiz, al de artillería Arango y a todos los alzados en el Parque de Monteleón, un puñado de valientes, tan pequeño como posteriormente lo fue el de los “Cuatro gatos de Falange” (2). La historia pronto puso a cada cual en su lugar. Situación similar era la de España durante la Segunda República: los rojos de 1936 actuaron en la misma forma que los afrancesados de 1808. Estos, por Francia; los rojos, por Rusia: “Somos los hijos de Lenín”, etc. (3).

Creo conveniente hacer el siguiente inciso: los “afrancesados” pretendieron poner a España bajo el dominio de Francia, que era una nación del grupo latino. Es decir, hermanos nuestros: de nuestro mismo origen, iguales creencias, cultura similar, etc. Y además, es preciso reconocer la verdad, la Revolución Francesa supuso un tremendo avance en la cultura general y en los derechos humanos, limitados hasta entonces a la aristocracia. Por ello, la masa dominante entre los afrancesados fue la clase media culta. Y si los franceses fusilaron a muchos españoles de los que se alzaron aquel día, muchísimos más fueron los franceses que en aquella fecha murieron a mano de los españoles. Los rojos pretendieron  entregarnos a la URSS, de civilización totalmente ajena a la nuestra y cuyos métodos de “persuasión” por todos son conocidos. No hubieran sido tan comedidos en su castigo. No pretendo disculpar a los afrancesados, pero sí hacer constar que en las acciones de los hombres, buenas o malas, siempre hay distintas gradaciones.

Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 23 de julio de 2007

(2) La razón de esta cita es la siguiente: Tengo absoluta certeza de que las frases que a continuación menciono, se pronunciaron en la plaza de toros, en un mitin del Frente Popular,  durante la campaña pre-electoral de las elecciones de 1936. Y no tanta en cuanto al orador pero, “casi” seguro, creo recordar fue don Ángel Ossorio y Gallardo, el monárquico sin rey. Tuvo lugar en la forma siguiente: Durante su perorata, el orador auguró el triunfo del Frente Popular (realmente, no hacia falta ser profeta para predecirlo. También lo había asegurado José Antonio el día 2 de febrero, en el mitin del cine Europa y cualquiera hubiera podido hacerlo). Un asistente, desde uno de los tendidos, preguntó con voz potente: "¿Y los de Falange?". El político, rápido, contestó: “Esos son cuatro gatos”. Los falangistas no se sintieron ofendidos. Al revés. Llenaron las calles de Madrid con unos carteles tipo pegatina, en el que aparecían cuatro gatos negros (preciosos), de largos rabos, sentados en semicírculo de espaldas al espectador,  mirando como del fondo surgía el sol, en cuyo circulo figuraban el yugo y las flechas de los Reyes Católicos y una orla, alrededor de la parte superior del disco, con la leyenda: “En España empieza a amanecer”. Eran de tamaño reducido, unos 10 cm. de diámetro (como he reiterado, tras la marcha de Aliseda, el dinero nunca abundó en Falange), y fueron impresos, como lo solía ser casi toda su propaganda, en el imprenta Ferga, situada en la calle de Ventura Rodríguez, de Madrid, imprenta que podíamos calificar de modesta. Los propietarios eran dos amigos, apellidado Fernández uno de ellos y García el otro. De ahí lo de Ferga. Eran falangistas y estoy seguro que nunca obtuvieron beneficio apreciable en sus trabajos para el partido. Uno de ellos tenía un sobrino, apellidado Juárez, bravo falangista de corazón (sin carné, por la edad), que en cuanto tenía ocasión, a pesar de sus doce o trece años, se agregaba a repartir propaganda o a pegar carteles. No se que pudo pasarles durante la guerra.

(3) Es el primer verso de la canción roja “Joven Guardia”. Su redacción se prestaba a la contestación irónica y así lo hicieron los falangistas, que con la misma música les respondían:

/Si sois hijos de Lenín, vuestro padre es un c. . . . n./
/Nuestra Falange ha de venir, por encima del martillo y de la hoz/ 

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