lunes, 30 de abril de 2018

Desobediencia civil


No soy especialmente practicante de los ritos religiosos ni amante de las liturgias con fondo de escolanía, por mucho que emocionen. Pero lo cierto es que mamé el cristianismo desde mi más tierna infancia, como tantos y tantos españoles, y siempre he creído de lo más racional, incluso en esos momentos de nihilismo que a veces nos afectan, que la fe en Dios puede atemperar las bajas pasiones e influir en el hombre para que se retraiga a la hora de mostrarse como una fiera salvaje con el propio hombre. Es más, puedo afirmar con cierta rotundidad que algunas de las personas más bondadosas y desprendidas que he conocido pertenecen al clero católico o son fieles practicantes. Claro que en el lado de los no creyentes o de los tibios, todo hay que decirlo, también he topado con gente de buen corazón. 


Así, pues, declaro que el catolicismo ni me sobra ni me molesta, al contrario de lo que parece sucederle a este Gobierno que ahora padecemos. Precisamente por mi posición de esmerada neutralidad respecto a la Iglesia, que no frialdad, me siento contrariado cuando, con el aplauso o el silencio del Poder, se practica la sátira sistemática de los valores religiosos del cristianismo y se hace, además, en los numerosos medios informativos que controla ese mismo Poder. Eso sí, a la par se juzga de un modo muy distinto y con sumo respeto a una religión tan opresiva e intransigente como es el islam. Es decir, desde las altas instancias se adopta una política de descrédito con la religión mayoritaria en España, muy mayoritaria, mientras se coquetea con esos regímenes tiránicos tan propensos a la exportación del terror yihadista a Occidente*.

Según se desprende de cuanto vamos conociendo del nuevo fenómeno diplomático, por denominarlo mediante un eufemismo neutro, la llamada “Alianza de Civilizaciones” no tiene por objeto la convivencia entre la gran cultura del cristianismo y ciertos estados confesionales de Oriente. Parece más bien que se propicie una asociación de beneficio mutuo —de raíz muy desestabilizadora para Occidente— entre la facción socialista europea que rechaza a Cristo, por constituir un obstáculo para sus planes, y ese universo musulmán que considera odioso todo lo cristiano y esencialmente el espíritu redentor que lleva implícito. Porque ellos saben que el cristianismo, tan antagónico del islam y el socialismo, a diferencia de éstos promueve el libre albedrío de las criaturas, que en todo caso deberán rendirle cuentas al Sumo Hacedor.

Sí, en el cristianismo se da claramente todo lo contrario de cuanto sucede en los países bajo la influencia del socialismo o en el interior de los estados de fervor islamita, donde unos rigen sus vidas de acuerdo con las consignas y directrices del partido, que actúa a modo de Sanedrín, y otros esclavizan a sus miembros, desde la cuna a la sepultura, a través de la abusiva Sharia. Y siempre, en ambos casos, con resultados empobrecedores en lo moral, en lo creativo y en lo económico, lo que constituye la miseria tridimensional sobradamente conocida de todo totalitarismo.

En pocas palabras, tanto en el despotismo de la izquierda radical como en el fanatismo del integrismo islámico es evidente que no se posee la suficiente compasión como para procurarles a los hombres su ración diaria de libertad. En sendas ideologías —es preciso insistir— se decantan abiertamente por la sumisión de las criaturas a sus dogmas fundacionales. Y lo más chocante para quienes caen en sus garras y aceptan la postración doctrinaria, es que lo han hecho convencidos de que así sirven a sus semejantes, sin que a menudo lleguen a sospechar ni de lejos que han sido convencidos, respectivamente, a través de las falsas coartadas del “bien común” o del “Dios clemente y misericordioso”.
  
Una serie de noticias recientes vienen a corroborar la impresión descrita al principio de este artículo: En un programa de TV se cocinó no hace mucho un crucifijo y en tal acto se alardeó de naturalidad y de apertura de mente, cuando diríase que en realidad se buscaba la ofensa en directo hacia los cristianos, a sabiendas de que quedaría impune, y el inicio del ultraje que debía seguirse por otros medios afines. Poco más tarde hubo quien quiso estrenar una obra teatral de título llamativo, curiosamente con representaciones subvencionadas por algún ayuntamiento centrista, y al autor no se le ocurrió nada mejor que denominarla “Me cago en Dios”.

De finales de la semana pasada son otras dos noticias que inciden en el desprecio hacia los católicos: De un lado tenemos el montaje de la obra “La Revelación”, cuyo autor, Leo Bassi, parodia a Jesús, lo compara con Harry Potter y un actor acaba por vestirse como el Papa y consagra un preservativo en el escenario. De otro lado, sin que el muy católico PNV diga ni pío, ni el fiscal promueva diligencia alguna, un versolari extremadamente etarrófilo publicó una carta en Gara y en ella se dedicó a practicar la más burda apología del terrorismo. Es más, para darle cierta “reciedumbre” a la carta, el versolari la salpicó nueve veces con la frase “Me cago en la Virgen”.

¿Y todo esto para qué? Para cargar de descrédito a la cristiandad, favorecer no ya el ateísmo sino el odio al catolicismo, y que sus fieles tradicionales pasen a engrosar poco a poco las filas de la nueva Secta: El socialismo radical que practican Zapatero y los de su especie, una ideología capaz de aliarse con el bandolerismo etarra y los tiranos de toda condición con tal de conservar indefinidamente el poder. Ahora bien, debe denunciarse que tampoco faltará el adoctrinamiento de fondo en las nuevas generaciones, “Educación para la Ciudadanía” será en España, por lo tanto, el catecismo de los nuevos conversos a ese credo sin Dios y sin alma. Un credo cuyos primeros mandamientos obligarán  subliminalmente a: Odiar a Dios sobre todas las cosas. Tomar su santo nombre en vano. Mentir [conspirar] cuando así lo indique la Ejecutiva del partido. Asesinar mediante el aborto indiscriminado. Desear indistintamente al hombre o a la mujer de tu prójimo. Levantar cuantos falsos testimonios interese a...

La respuesta a tanta inmoralidad política no puede ser más que una: Desobediencia civil ante ese tipo de educación y ese modelo de ciudadanía sin dignidad y sin libre albedrío.

* El ministro británico de Interior, John Reid, ha declarado que los servicios secretos calculan que en el país operan al menos unas doscientas células terroristas, integradas por unos 1.600 individuos que estarían preparando hasta treinta atentados. 

Autor: Policronio
Publicado el 11 de diciembre de 2006

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