Es posible que más de un lector de Batiburrillo se haya preguntado: ¿Qué les habrán hecho a estos (Smith y Policronio) que casi siempre se meten con la izquierda y el nacionalismo? ¿Es que otros partidos políticos, como el PP, no tienen nada criticable desde el punto de vista de quienes se dicen liberales? ¿Es que otras instituciones, como la Iglesia católica, no enseñan la patita de vez en cuando? La respuesta, querido lector, es mucho más sencilla de lo que parece: Todo en la vida es cuestión de prioridades y aquí se denuncia con mayor esmero la contumacia en la maldad política y la usurpación de la voluntad del pueblo, caso, este último, que correspondería más descaradamente a los nacionalistas. Es preciso aclarar, además, que para la denuncia se usa como método combativo la exhibición detallada del abanico de fechorías políticas cometidas o inducidas por los totalitarios.
Otros partidos menos criticados en esta bitácora, de los que se denuncian más desidias que maldades, parece que incurren con menor frecuencia en aspectos censurables, ello quizá sea debido al hecho de que hoy no ostentan tanto poder político y a que sus miembros, salvo contadas excepciones, no suelen consagrar su vida a mantenerse en el cargo público. El militante de la derecha liberal suele contar con una profesión, a menudo ejercida durante años, que le evita atormentarse si su número de lista no sale elegido. Algo que determina que en tales partidos se practiquen menos zancadillas y codazos para llegar o para mantenerse en posiciones seguras. A cambio de esa menor angustia para no quedar excluido de los cargos que conllevan un sueldo, el político liberal o liberal-conservador suele ser menos vehemente y acostumbra a analizar los problemas con más sosiego e incluso displicencia, lo que muchas veces le incapacita para dar una respuesta tajante a ciertas ofensas que proceden de partidos rivales, muchos de cuyos dirigentes han hecho de la política su profesión y acostumbran a vivir obsesionados en desacreditar al rival: le van las habichuelas en ello.
Aunque también hay de todo como en la viña del Señor, el político de derechas suele ser más objetivo que sectario, más predispuesto a respaldar con sus acciones al conjunto de los ciudadanos que a reservarle a unos amigotes los puestos de responsabilidad para los que no están preparados. No sucede lo mismo en la izquierda radical y el nacionalismo, ya que por sistema actúan a favor de parte y contravienen, con cinismo desmedido, su propio discurso. Ese discurso donde la libertad y la equidad que proclaman, de las que siempre se ufanan a priori, no acostumbran a materializarlo si son ellos los que mandan. Para cerciorarse, basta con echarle un vistazo a los territorios donde haya gobernado la izquierda radical, y especialmente el nacionalismo. Se advertirá de inmediato que lo primero que pusieron en fuga fue a la libertad, que pasó a ser sustituida por la mano firme de numerosas leyes y reglamentos a medida de sus caprichos, más el adoctrinamiento falsario consistente en una enseñanza llena de inventos y adulteraciones sobre episodios históricos que sirvan a sus planes. Unos planes disfrazados de frases que cuando no son vacías o inviables, “alianza de civilizaciones”, son sectarias y vacías, “recuperación de la memoria histórica”.
Pocas dudas hay, para aquellos que hayan sentido la obligación de meditar sobre la época que les ha tocado vivir, de que la maldad política está encarnada desde hace más de un siglo por la izquierda radical y el nacionalismo, tan alejados una y otro del simple logro del bienestar que el ser humano desea y que suele cifrarlo en el trabajo, la salud y el respeto a sus semejantes. Un respeto que cuando se lleva a su máximo grado se convierte en amor. Si ambas ideologías se dan juntas, socialismo + nacionalismo, entonces se alcanza la vehemencia en la iniquidad política y se llega con frecuencia al crimen descarado, tal es el caso de la ETA o el de esos partidos legales que albergan en su interior a más de un antiguo terrorista que aún presume de ello. Se trata de partidos, conviene precisarlo, especialmente dañinos para cualquier tipo de convivencia y que, por desgracia para España, el azar los ha convertido en poseedores de la llave que abre, mejor dicho, que descerraja todas las decisiones políticas que se apartan de la dignidad. Luego es ahí, en el cáncer de la sociedad, donde la crítica debe priorizarse y fijar su atención con mayor empeño.
Así, pues, el fin de muchos artículos de esta bitácora no es otro que denunciar a unos partidos liberticidas o a unos dirigentes que se presentan en sociedad, y a menudo triunfan, como abanderados de la permisividad y la liberación de los pueblos. Esa postura tan farsante, que adoptan sistemáticamente a sabiendas de que no resiste un análisis en profundidad, les hace especialmente despreciables ante los ojos de cualquiera que ame la libertad real, una libertad sin menoscabo de las tradiciones más apreciadas y valiosas heredadas de nuestros padres. Una libertad que no hay que confundir con el radicalismo liberal, más propenso a juntar sus filas con los paladines del cambio por el cambio, a veces atolondrado y esnob y casi siempre utópico.
De modo que la izquierda radical y el nacionalismo, a pesar de que proclamen a las masas lo contrario, nunca se sienten interesadas en la libertad colectiva y mucho menos en la individual. De hecho, son partidos creados y mantenidos entre las clases menos ilustradas, como sucedió especialmente a finales del siglo XIX o en el primer tercio del XX, con la intención de que sus fundadores o dirigentes alcanzasen el poder para siempre, sea en cargos públicos, sea en otras actividades pero siempre al amparo de los gobiernos amigos e influenciados. La ilustración de las masas es, en ellos, una inquietud profundamente sentida para hacerla inviable, innecesaria, realmente contrapuesta a sus intereses y poco ventajosa.
La izquierda radical y el nacionalismo no son, pues, agrupaciones donde hoy sobresalga la decencia entre sus dirigentes; de hecho, nunca lo han sido, sobre todo a la hora de intentar desalojar del poder a los partidos liberal-conservadores. Para ese desalojo les vale absolutamente cualquier método, desde episodios revolucionarios, si los ven posibles, hasta los atentados más inicuos, si las legislaturas en la oposición se van sucediendo en mayor medida de lo deseable. Cuando la izquierda radical o el nacionalismo se proponen alcanzar un alto porcentaje de sufragios, como norma general apelan a esos sentimientos que todo ser humano anida en su interior: Si se trata del nacionalismo, hablarán de la patria soñada, que permanece irredenta a causa de la opresión de otro pueblo vecino, al que incluso se le fijan fronteras. Si se trata del comunismo o el socialismo, la carnaza que se le ofrece al votante suele ser el reparto de la riqueza y el logro de la paz. Una riqueza, lo hemos visto a lo largo de la historia, que sus gestiones intervencionistas va destruyendo al dejar sin motivación ni iniciativa a la sociedad y que, a no mucho tardar, sólo les llegará a las clases dirigentes del partido único y sus afines. Una paz, proclamada con mayor o menor deseo de hacerla eterna, que se convertirá en acoso y agresiones, cuando no asesinatos, a sedes rivales e instituciones religiosas; eso sí, tan pronto se sientan seguros de su fuerza.
A estas alturas, es posible que el lector se pregunte de nuevo: ¿Y Zapatero, qué os ha hecho Zapatero para que os metáis tanto con él y con su gobierno? Nuevamente la respuesta es sencilla, amigo lector: Zapatero y sus más inmediatos adictos están demostrando cada día, con mayor y mayor empeño, que prefieren comportarse como izquierdistas radicales y como amigos entusiastas de los separatistas declarados. Luego como social-radicales debemos tratarlos. En definitiva, que hay razones más que sobradas, considerando todo lo expuesto, para la crítica reiterada, sin tregua, a pie de obra, una obra destructiva en el caso de los actuales usufructuarios del poder. Sí, usufructuarios, no lo olvidemos ni permitamos que ellos lo olviden.
Publicado el 26 de junio de 2005
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