viernes, 29 de diciembre de 2017

Tampoco en mi nombre

Multitudinaria manifestación de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Madrid

Hace pocos días, en una de esas conversaciones intrascendentes que se mantienen en la antesala de un dentista, terminé hablando con una persona conocida sobre el tema de la manifestación de hoy en Madrid. El asunto no acabó mal porque Dios no quiso, ya que el sujeto en cuestión afirmó de entrada que la manifestación era poco menos que ilegal al tener como propósito coartar la actuación legítima del Gobierno. Vamos, que usó la palabra coartar como si esa manifestación, en lugar de expresar la opinión de un colectivo mediante el ejercicio de sus derechos constitucionales, persiguiera montar barricadas alrededor del palacio de la Moncloa y apostar en ellas a francotiradores de élite para que ZP no pudiese salir a gobernarnos.


Naturalmente contradije a aquel sujeto, aludí a su falta de espíritu democrático, cité las manifestaciones anteriores en la época del Prestige y el No a la Guerra, que para él fueron justas y convenientes, y acabé recordándole cómo actuó la izquierda durante el largo período de reflexión de las últimas elecciones generales. Allí, en la antesala del dentista, se organizó la de Dios es Cristo, porque enseguida intervinieron otros dos forofos que le secundaban y que acabaron llamando fascista al expresidente Aznar. Lo cierto es que conseguí evitar mi linchamiento por parte de aquellos representantes del pueblo gracias a que la ayudante del dentista citó mi nombre y me pidió que pasara al potro de tortura. 

El argumento usado por mi conocido, que no amigo, creo que es bastante representativo de cómo piensa mucha gente en España. Cuando la izquierda se manifiesta, lo hace siempre por una causa noble; cuando es la derecha quien desea expresar sus opiniones en la calle, lo hace para derribar al gobierno legítimo o coartarle sus atribuciones. El problema de fondo, porque España tiene un enorme problema del que se derivan todos los demás, es que entre los pensadores de la izquierda y los cientos de miles de ciudadanos que les apoyan adictamente existe el más absoluto vacío intelectual que los dirigentes socialistas, porque así les conviene, se empeñan en mantener a través de sus planes educativos.

Por ejemplo, el fulano al que me he venido refiriendo, que carece por completo de fondo político y se limita a impartir las cuatro consignas adquiridas en los medios polanquistas, no deja de ser un cabecilla sindical que con sus rancias opiniones tiene deslumbrados a medio centenar de votantes. Unos votantes que, de ser cierto lo que se apuntó en aquella antesala de dentista, cuando corresponda secundarán innumerables manifestaciones provinciales y locales a favor del gobierno socialista. Se piensa actuar así entre septiembre y octubre, según deduje, dependiendo sobre todo del resultado de la manifestación de hoy en Madrid, pero ya comienzan a prepararse y ya ha llegado la consigna incluso a localidades pequeñas como en la que yo resido.

Esto va de mal en peor. La ciudadanía de izquierda, ignorante y manipulable como pocas, está convencida (de nuevo) que sólo ella tiene el don de la legitimidad para manifestarse y, desde luego, para gobernar. Sus dirigentes contraprogramarán cualquier cosa que les incomode o que afecte a los planes del Gobierno, por más justa que sea la causa de las víctimas del terrorismo. La calle sólo es del pueblo que ellos representan. El acoso a quienes de inmediato tachan de fascistas (léase demócratas) les está permitido por una especie de concesión divina y siempre acaba convertido en una fiesta cuyo recuerdo, tarde o temprano, deberá recuperarse mediante la memoria histórica. No, no soy nada optimista respecto a los resultados de la manifestación de hoy en Madrid, sobre todo después de oír cómo la Vogue nos asegura que el Gobierno no cambiará de opinión. Porque estegobierno de hipersectarios no es que a las víctimas no les reconozca sus condición de tales víctimas, es que no les reconoce su condición de ciudadanos

Aunque me invada un gran pesimismo cuando esto escribo, a seiscientos kilómetros de ese rompeolas acogedor que es Madrid, apoyaré con todo mi entendimiento a unas víctimas que no merecen ser traicionadas de semejante modo y precisamente por quienes mayores responsabilidades deberían asumir para que se hiciera justicia con ellas. Puesto que de que justicia es de lo que se trata.

Publicado el 4 de junio de 2005

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