viernes, 29 de diciembre de 2017

Marruecos, el triple vasallaje


Al otro lado de las alambradas de Ceuta y Melilla, en ningún caso a esos 14 kilómetros que proclama la propaganda marroquí, existe una avasallamiento triple que mantiene al rico país vecino en un grado de miseria moral y económica sólo comparable al de esos pueblos de la alta Edad Media que se vieron asolados por la peste y las hambrunas. Sí, es lícito hablar de tiranía triple: la de un sultán de poderes omnímodos, Mohamed VI; la de una religión opresora como pocas, el Islam; la de unos mandatarios internacionales, encabezados por Francia y EE.UU (ahora también por España), que consideran esa situación de avasallamiento al pueblo marroquí como algo beneficioso para la estabilidad de la zona o para sus negocios particulares.


Marruecos es un país rico, repito. Posee numerosos recursos naturales entre los que no faltan grandes reservas de petróleo, pesca y minerales de todo tipo. En su territorio, además de algunas zonas desérticas, gracias a la impresionante cordillera del Atlas que retiene buena parte de la humedad atlántica, existen numerosísimos valles de gran fertilidad donde el agua no representa ningún problema para producir excelentes cosechas. Pero la tierra en Marruecos o es propiedad del monarca y su cuantiosa familia o son los cabecillas provinciales y locales quienes disponen de ella de igual modo que en la época del más negro feudalismo, puesto que de un país feudal se trata y, como tal, sometido al capricho de un soberano absoluto dispuesto a conservar o incrementar el número de sus palacios y privilegios.

Un soberano, recordémoslo, que se muestra de lo más impasible mientras observa cómo lo mejor de la juventud marroquí, a cientos de miles, se aleja de su territorio en busca del pan que le es negado. Sólo en España hay más de 500.000 marroquíes, otros tantos en Italia, el doble o más en Francia y es poco menos que imposible averiguar cuántos se encuentran en el resto de Europa o en las petro-tiranías de Oriente cercano. En cualquier caso, sin contar los miles que perecieron en el intento migratorio, la cifra total de expatriados marroquíes difícilmente bajará de los 5 millones, muchos de los cuales jamás regresarán a su país. Un soberano, destaquémoslo, que recibe regularmente importantísimas ayudas e inversiones económicas de otros estados y substanciales remesas de divisas de los emigrantes. Un soberano, incidamos en ello, que sabe de sobras que las ayudas externas se incrementarán bajo determinadas condiciones de penuria, muy especialmente en el caso de calamidades naturales como el terremoto de Ahucemas en febrero de 2004. 

Hoy hemos podido leer un artículo de Luis Vega, insertado en la sección de Internacional del diario ABC, que alude precisamente al destino de buena parte de las ayudas que llegaron a Marruecos tras el terremoto de 2004. Según el periodista, Marruecos tira parte de la ayuda humanitaria enviada por el seísmo de Alhucemas. El artículo completo vale la pena leerse, nos ofrece una idea bastante detallada de ese mundo de horror e injusticias en el que viven los habitantes del país vecino. Una vecindad, como aspira a significar la propaganda del régimen marroquí, en ningún caso agrandada por el efecto centuplicador del estrecho gaditano, sino tan próxima a nuestra tierra de España como pueda ser el grosor de una alambrada ceutí o melillense.

Es criticable en su totalidad, por infinidad de motivos, la triple tiranía que se ejerce sobre la población marroquí. Otro tanto o más podría decirse sobre los saharauis, un pueblo al que España no debió abandonar nunca como lo hizo. Un pueblo, el saharaui, que hasta no hace mucho mantenía cierta esperanza, pero que en el último año esa esperanza ha sido cortada de raíz por la política desastrosa de un Gobierno, el de Zapatero, especialmente adicto a llevarse bien con las tiranías: De la Vega inicia su visita a Marruecos resaltando que es 'eje fundamental' de la política exterior española'. Zapatero anuncia una nueva etapa en las relaciones con Marruecos tras reunirse con Mohamed VI y aboga por un gran acuerdo para solucionar el conflicto por el Sáhara.

Y en ello seguimos, babeándole al tirano Mohamed mientras éste castiga con la miseria a su pueblo. No hay duda, una vez más, en dónde se encuentra la moral de la izquierda: justo al lado de las ratas, sean tiranos o terroristas.

Publicado el 4 de junio de 2005

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