Abuela encantadora. |
Cuando yo tenía diez años y mi abuela paterna, la única que conocí, me espetó un día que en su casa no quería ver curas, guardias civiles ni maricones. Ni que decir tiene, que era muy católica, amante del orden y muy comprensiva con las inclinaciones humanas, siempre que no le salpicaran. Y para más inri, fue la primera feminista que conocí, que conciliaba como nadie la vida laboral y familiar: crió sola once hijos, dirigió una empresa de transporte y ya en su vejez, mediante concesión municipal, un bar de carretera.
Nunca me pregunté ni le pregunté a cuento de qué venía semejante exabrupto en una persona de sus convicciones. Con el tiempo averigüé, que tener cerca esa clase de personas perjudicaba bastante su patrimonio: los curas, por pedigüeños, siendo dadivosa, los guardias civiles, por preguntones, siendo respondona y los maricones, porque le daban pena.
Los paseantes del Frente Popular no se atrevieron a tocarle un pelo, cuando con un par de ovarios recogió a unas monjas, que los valientes homenajeados por la Ley de Memoria Histórica dejaron desnudas en la calle, a bastantes grados bajo cero, mientras le prendían fuego al convento. No me pregunten como lo hizo, porque nadie me lo dijo, pero conociéndola como la conocía, no me extrañaría nada, que acojonara con cuatro voces a la tropa miliciana.
La democracia reciente le pilló tomando café con sus amigos y comentando lo bien que hacía la espantada Curro Romero. En unos términos, que no quiero ni imaginar lo que hubiera dicho, si llega a enterarse de que la Casa Real pretende desdecir a la Reina de lo que bien dicho está.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 1 de noviembre de 2008
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