viernes, 31 de agosto de 2018

Machismo falaz

La sonrisa falaz de la  hiena.

Aunque no lo parezca, esto no es un artículo de autoayuda. O sea, de esos de pásalo a diez amigos y verás cuanto te lo agradecen, al estilo de lo que nos refiere La Seño en plena depresión postvacacional. Lo dicho, esto es un artículo destinado a fastidiar un pelín a los machistas residuales, espécimen en peligro de extinción, por otra parte, pero que, como las hienas, presumen de sonrisa profidén en un alma podrida. 


Una de las falacias más utilizadas por los machistas de toda clase y condición, o sea, por los machistas progres y por los que no lo son, para escaquearse de realizar las labores propias del hogar, es que el uso de la aspiradora ataca o envilece la virilidad. Nada más lejos de la realidad. Y no es cuestión de traer aquí las distintas teorías sobre la vigencia del Derecho Natural en apoyo de lo dicho, que ya dice el idem que la experiencia es la madre de la ciencia. Y ningún machista que se precie podrá contradecirme, por cuanto la última noticia que tuvo sobre la existencia de la aspiradora, data de cuando firmó las letras para su compra.

Como esa que dice que a las mujeres les gusta ir solas de compras, o como mucho con las amigas. Lo que a las mujeres les gusta, so machista, es que no aproveches una tarde de compras para fumarte un paquete de tabaco en la puerta de las diversas tiendas y que cuando te dignes a entrar a ver cómo va la faena, pongas cara de jedi en trance de soltar un mamporro, cuando te pregunta tu opinión sobre la blusa que tiene puesta.

Y no les digo nada, cuando oigo decir a un macho, con aspecto de dictar la sentencia del siglo, de que el baile vuelve maricones a los hombres. Al respecto una historia que cuentan en un pueblo de por aquí. Había una cuadrilla de amigos con sus esposas disfrutando de las fiestas del lugar. En los veladores, los varones bien provistos de cubalibres y cacahuetes, mientras sus esposas se las apañaban como podían para bailar el pasodoble y tango de turno. Hasta que un forastero con un lunar en la punta de la nariz pidió bailar a una de las señoras. Ella y las otras encantadas de ver a un hombre con el que bailar como Dios manda y ellos, con cara de cachondeo. La mismica, por los palines, que se les puso tres trimestres después, cuando empezaron a nacer en el pueblo unos preciosos niños con lunares en la punta de la nariz.

Por eso digo queridos congéneres, menos sillón boll  y más aspiradora, tiendas y baile. No les digo que ello asegura el éxito con la parienta, pero al menos, el pastón que nos costó la elaboración de la Ley de Conciliación de la Vida Familiar y Laboral no queda en agua de borrajas.

Continúo con el pisto.

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 13 de septiembre de 2008

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