domingo, 29 de julio de 2018

Los ciberprogres, Moa, Alcaraz y el Bolero de Ravel. Y violines, muchos violines


El Bolero de Ravel sería la partitura ideal si hubiese que elegir la banda sonora para el video de los acontecimientos protagonizados en los últimos cinco años por los herederos declarados del régimen que propició los asesinatos de Paracuellos, muchos de ellos ahora tan indiferentes -y tan en pose de ¡yo no he sido!- acerca de otra mortandad antojadiza: los muertos de la malaria, un padecimiento que afecta a los más pobres entre los pobres como consecuencia de la reconversión del comunismo en ecologismo.


Como no es cuestión de explicar el sonido in crescendo que nos ofrece la famosa pieza y adaptar esa sonoridad al medio español, cada día más ruidoso, baste decir que la cosa comienza por sonido de trompetilla, acabando en una orgía de viento, madera y metal. O lo que es lo mismo, para un disminuido de oreja no hay manera de discernir entre quien entra y quien sale de la función. Caos musical en el bolero si es un profano quien lo escucha, caos político en España para cualquiera que analice equilibradamente la situación.

La trompetilla del inicio del bolero es alegórica a la negociación oculta y paralela de los gorrinos vascos con la ETA, bajo los auspicios de un bambi que prometía y resultó superlativo en lo inmoral. Fue sonando ese instrumento hasta que un gobierno que pudo ser decente decidió que los etarras, asesinos cuando corresponde y hermanitas de la caridad cuando procede, podían sentarse al otro lado de la mesa para negociar cuanto fuese preciso. Según avanzaba el proceso, se dio entrada a diez o doce trompetillas más, acompañadas de campanadas en diferido. Nunca más que menos, nunca menos que más.

Recordemos al efecto que el principio del caos trompetero acompañó al hijo del Guardia Civil, blasfemo, filólogo de la nada y consejero cabezón de la cosa esa de Cataluña, cuando sin encomendarse a quien le pagaba, la Hacienda Pública sostenida por todos, se acercó al sur de Francia, con ánimo distinto al pornográfico, a tomar unos vinos con ciertos asesinos declarados, convictos y confesos, que por aquellas fechas ya habían comenzado a limar las asperezas de las protuberancias del ciervo consentido y mansurrón. 

A punto de alcanzar la desagradable sensación de la trompetería sin cuento, alguien, algunos -a mí que me registren-, se empeñaron en añadirle la necesaria percusión, la más sangrienta, a este bolero amable -no hay rosa sin espinas-: Ciento noventa muertos y mil quinientos heridos. Redoble de lo que se tenga a mano.

En un mantenido del caos transcurrió la investigación de la masacre. Los sincopados fueron protagonistas. Pura expresión del arte nuevo, revolucionario. Sin descanso se dictó la verdad de lo acontecido. Verdad sin contenido, incolora, inodora e insípida, no como el agua clara del manantial, sino como la pura anestesia negada por no sentida.  

Acaba el bolero, de momento. 

¡Disparos agudos de violines! ¡Certeros de violas! ¡Sostenidos de chelos! ¡Aplastantes de contrabajos! Que se callen Federico y César. ¿Habráse visto Ignacio Villa? ¡Cárcel al revisionista de Pío Moa! ¡Que borren los blogs desafectos!

De la letra "A" hasta la de después de la "Y", todos somos Alcaraz. ¡Bendito seas!

"Niño, no has dicho nada de los ciberprogres". ¡Y qué narices es eso!

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 30 de noviembre d 2007

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