sábado, 28 de julio de 2018

Carta abierta de un charnego a los catalufos


Como hemos hecho en algunas ocasiones anteriores, cuando en Batiburrillo se ha anotado un comentario con cara y ojos, y por lo tanto compartible en un alto porcentaje, elevamos a la categoría de artículo el citado comentario. He aquí la anotación de F.N.S., lector de este blog al que le invitamos a contactar con nosotros para darse a conocer y estudiar el modo de encauzar en nuestra página sus inquietudes e interés en denunciar la situación que vive a pie de obra en Cataluña.

Carta abierta de un charnego a los catalufos

Hace unos días, en un bar, oí cómo despotricaban tres de ustedes sobre muchos “charnegos” que habían venido a Cataluña porque en su país no tenían qué comer, y aquí se llenaron la barriga, y en vez de estar agradecidos se mostraban soberbios y descontentos. Como acababa de leer una encuesta entre escolares, en la que muchos de éstos no querían ser españoles porque sus maestros, ¡menudos maestros!, les decían que España era un país atrasado y pobre, sentí deseos de soltarles a ustedes unas cuantas verdades. Me contuvieron dos realidades: en primer lugar, la dificultad de que nos entendamos, porque manejamos conceptos básicos distintos; y en segundo lugar la violenta agresividad que manifiestan muchos de ustedes contra la libertad de expresión ajena, siendo en este caso, además, varios contra uno. Pero si no podría esperar el mínimo de entendimiento civilizado, sí puedo exponer algunos datos útiles para tantas personas a quienes ustedes se empeñan en embrollar con sus disparates.


Mis padres vinieron a finales de los años 50 de una aldea de Orense a Barcelona, donde yo he nacido. Nunca tuvieron la menor idea de estar trasladándose de un país a otro, sino de una región a otra de un mismo país, de una misma nación. Entre ellos hablaban corrientemente gallego, pero tampoco tuvieron el menor problema para entenderse con los catalanes en el idioma común español. Y siempre se sintieron en su casa en Cataluña, tal como los catalanes se sienten en su casa en Galicia, o en Canarias o en Andalucía, aunque algunos de ellos --los catalufos o nacionalistas-- pongan gestitos ridículos haciéndose los extraños o los superiores. Y yo, nacido aquí, no voy a tolerar que me hagan sentir extranjero o agradecido, a mí o a mis padres.

Mis padres vinieron aquí porque en aquel entonces había en Galicia menos trabajo (no hambre, ni mucho menos), y su mejora económica se la han labrado con su sudor, no la deben a ninguna limosna, y menos de gente como ustedes. Por el contrario, de gente como ustedes recibieron algún que otro desaire al que han sabido contestar con dignidad o, simplemente, haciéndoles el caso que en general merecen, es decir, ninguno. 

Hace ya largo tiempo que el nivel de ingresos per capita se ha igualado bastante en España, y, quitando algunos matices, en cualquier región se vive con desahogo y de manera muy parecida (ustedes sostienen que es gracias al dinero que el estado le quita Cataluña, tiene gracia su soberbia). Barcelona prosperó mucho, y con ella toda Cataluña, y el resto de España, por el carácter emprendedor y pionero de muchas de sus gentes (la célebre industria conservera gallega debe mucho a los empresarios catalanes, por decir algo) y también por la protección que se le otorgó desde Madrid y por el mercado del conjunto del país. Es decir, hubo una simbiosis entre la industria barcelonesa y el resto. Tanto deben otras regiones a Cataluña como a la inversa. Este hecho no borra otro menos agradable, y es que aquel proteccionismo excesivo desde Madrid frenó la competencia y dificultó la expansión industrial de otras regiones. Hasta que la abolición del Arancel Cambó --y Cambó era un nacionalista catalán--, a principios de los sesenta cambió el panorama y facilitó un gran avance en los niveles de producción y consumo de todo el país.

Yo distingo bien entre catalanes y catalufos, y entre Cataluña y Catalufia, y también constato la nefasta influencia de ustedes sobre los demás. Los catalufos ---o nacionalistas, separatistas en el fondo--, no son los creadores de la riqueza catalana, sino los que han aprovechado esa riqueza, con mentalidad de nuevos ricos, para tratar de infundir al catalán de a pie una soberbia perfectamente idiota y un complejo de inferioridad a algunos venidos de otras regiones. Su técnica, la misma de los nazis, eficaz, pero miserable: el narcisismo por un lado (“somos superiores”, hoy no se atreven a decir que son una “raza superior”, como hacían antaño, pero se les entiende) y el victimismo por otro lado (“no podemos subir tanto como quisiéramos porque España o Castilla nos pone plomo en las alas y siempre nos está perjudicando”).

Tampoco han contribuido ustedes nada a las libertades de que todavía disfrutamos. En cambio nunca dejaron de parasitar la democracia con sus insidias, exigencias y rencores inútiles, con sus imposiciones chulescas, su bilis y sus ofensas contra sus compatriotas de otras regiones, unas veces agresivas, otras en plan hipócrita, sus pequeñas pero muy significativas violencias, sin descartar el terrorismo, con sus “diálogos”, como gustan llaman al compinchamiento con ETA, a ver qué nueces cosechan, y sobre todo con su incansable siembra de ese degradante victimismo y narcisismo del que hablaba.

Miren, catalufos: ustedes siempre han sido una plaga para Cataluña. Ustedes han contribuido mucho al resentimiento y las convulsiones del siglo XX. Unas veces se aliaban con los pistoleros anarquistas, otras se peleaban con ellos, pero siempre atacaban a las libertades. Ustedes atacaron el sistema liberal de la Restauración y ayudaron a destruirlo y a provocar la dictadura de Primo de Rivera, que tan bien acogida fue en Barcelona. Luego, ante la dictadura, ustedes no hicieron nada, quitando el irrisorio esperpento de Macià en Prats de Mollò. Pero su inhibición, vergonzosa para ustedes, fue una bendición para Cataluña, que prosperó como nunca antes. Después, durante la II República, ustedes se alzaron contra la legalidad, trataron de lanzar a los catalanes a una aventura criminal, a una guerra civil, y los catalanes les rechazaron aquel 6 de octubre de 1934. Y cuando la guerra en 1936, ustedes presidieron el peor período de crímenes y robos que haya vivido Cataluña en toda su historia, y traicionaron de paso a sus propios aliados anarquistas, comunistas y socialistas.

Llegó la dictadura de Franco, a la que ustedes, catalufos, contribuyeron con sus provocaciones, traiciones y manejos, y nuevamente les faltaron a ustedes arrestos para luchar, y nuevamente Cataluña prosperó, sobre todo cuando se eliminó el famoso Arancel, que parecía proteger la industria catalana y en realidad la estorbaba, como estorbaba la de toda España. Si quitamos algún que otro gesto testimonial, solo muy al final del franquismo se unieron ustedes… con los comunistas y terroristas, así de demócratas eran. ¡Verdaderamente, señores! Su historia sería una deshonra para Cataluña si ustedes de verdad la representasen, como pretenden.

Ustedes no paran en su reivindicación del idioma catalán, y me parece muy bien, menos por dos cosas: que llenan ustedes este idioma con una propaganda y una literatura ínfimas, muy mal favor le hacen a la lengua; y porque oponen el catalán al llamado castellano, que es en realidad el español común, que nos une a todos y nos permite comunicarnos con cientos de millones de personas más. El idioma que también han ido formando tantos catalanes desde hace siglos. El idioma en que se ha escrito la mayor parte de la literatura catalana, muy posiblemente la de más valor. Ustedes se quejaban con razón de la mutilación que suponía excluir el catalán de la vida oficial bajo el franquismo (aunque bien poco hicieron por resistirla), y ahora imitan ustedes al franquismo a la inversa y mutilan una parte fundamental de la cultura catalana, so pretexto de que el español común no es idioma “propio de Cataluña”.

No, ustedes no representen a Cataluña ni a los catalanes: son más bien un desastre para ellos. La historia de ustedes, al contrario que la de Cataluña, es estéril y vergonzosa, y su habilidad principal ha sido la siembra de vientos que han terminado ya varias veces en tempestades. Me gustaría que reflexionasen, pero no soy optimista: persistirán en sus provocaciones, falsedades y violencias. Pero deben saber también que encontrarán una resistencia creciente. 

F. N. S., economista.

Presentación-compilación: Policronio
Publicado el 24 de noviembre de 2007

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