miércoles, 30 de mayo de 2018

Contribución a la ‘Memoria Histórica’: La primera represalia de Falange (II)

Monumento en Madrid al alférez provisional, derribado y ultrajado aun cuando poco o nada tiene que ver con la aberrante ley de Memoria Histórica.

El 29 de octubre de 1933 se funda un nuevo partido, Falange Española (mitin en el Teatro de la Comedia, de Madrid). Y no hay que esperar mucho para que comience la racha de asesinatos llevados a cabo por socialistas y comunistas (estos últimos eran una minoría manifiesta). Cuatro días después, el 2 de noviembre de 1933, es asesinado en Daimiel (Ciudad Real), José Ruiz de la Hermosa, uno de los primitivos jonsistas. No era un señorito, sino un estudiante de clase media. El día 8 de diciembre siguiente, Juan Jara Hidalgo es asesinado en Zalamea de la Serena (Badajoz). Era panadero. El siguiente día 26 del mismo mes, un grupo de socialistas asesinó a cuchilladas, en Villanueva de la Reina (Jaén), a Tomás Polo Gallego y lo fue por el simple hecho de ser falangista. Ni siquiera por repartir propaganda de su partido. Cada vez los intervalos se acortan más: el 11 de enero de 1934, quince días después de haber sido asesinado Tomás Polo, cae muerto de un disparo el estudiante Francisco de Paula Sampol Cortés, que tampoco era un señorito, pues se costeaba los estudios simultaneándolos con su trabajo como mecánico de la Telefónica.


Como sería habitual, las pesquisas judiciales no consiguieron identificar como autor del disparo al conocido pistolero socialista Felipe Gómez Ruiz, que, tras su hazaña, se fue de rositas. Y a todo esto, sin la mínima acción que contrarrestase estos crímenes. Es conveniente aclarar que los falangistas estaban perseguidos por las izquierdas y por las derechas. Por las izquierdas, debido a la perversión de sus dirigentes y la ignorancia de las masas, estas por su acción directa. Por las derechas, mediante el cerco, ya que Falange luchaba contra sus privilegios y mantenía el propósito de elevar a los obreros a la condición de personas, pues estaban sumidos en la miseria y en el analfabetismo.

José Antonio Primo de Rivera, ante la protesta de algunos falangistas por la falta de respuesta ante los asesinatos de camaradas, había dado una consigna que se hizo pública el día 1º de febrero, en el número 5 de “FE”, el semanario de Falange:

“La muerte es un acto de servicio. Ni más, ni menos. No hay, pues, que adoptar actitudes especiales ante los que caen. No hay sino seguir cada cual en su puesto, como en su puesto estaba el camarada caído, cuando lo elevaron a la condición de mártir”.

Pocos días más tarde, el 18 del mismo mes de enero de 1933, en Zaragoza, cuando iba por el Paseo de la Independencia el estudiante Manuel Baselga de Yarza, se cruzó con un grupo de anarquistas, uno de los cuales le señaló como falangista (como, efectivamente, era). Fue muerto a tiros. El día 27 del mismo mes, en la calle del Clavel, de Madrid, es asesinado Vicente Pérez Rodríguez, que, por su profesión de capataz de venta del diario “La Nación”, se prestó a llevar a cabo la de “FE”, el órgano de Falange Española. Tampoco era un señorito, era un obrero. Catorce días más tarde, el 9 de febrero, mediante tres disparos de pistola, efectuados desde su espalda, es abatido en la calle Mendizábal, de Madrid, Matías Montero, estudiante que, como muchos falangistas, procedía de las filas comunistas. Ya en el suelo, fue rematado por otro disparo. Habían transcurrido tres meses desde la fundación de Falange y ya eran siete los falangistas asesinados. ¿Puede alguien citar algún caído por la acción de Falange en este intervalo? El autor del crimen fue Francisco Tello, de las Juventudes Socialistas. El jefe de éstas, Santiago Carrillo, más tarde adquiriría gran notoriedad, principalmente por las matanzas de Paracuellos del Jarama, en la provincia de Madrid.

Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 22 de abril de 2007

NOTA: Queremos puntualizar que esta serie de artículos del señor Latorre se publica en Batiburrillo porque consideramos que la opinión personal de su autor (no necesariamente compartida por los editores) representa un valioso documento histórico de alguien que, por su avanzada edad, vivió en primera persona cuanto aquí se narra.

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