domingo, 28 de enero de 2018

Manuel Azaña, enemigo número uno del liberalismo en la II República (I)


Corría el mes de marzo del año 1996 cuando José María Aznar volaba en dirección a Valencia para celebrar el mitin central de sus primeras elecciones generales victoriosas. Le acompañaban en el avión Luis Herrero y Federico Jiménez Losantos. Ambiente de cambio, buenas vibraciones y gran emoción. Los tres bebían todavía en las turbias aguas del marichalismo (de J. Marichal, no de J. Marichalar), hagiógrafo de Azaña. Pío Moa era todavía un desconocido y Ricardo de la Cierva no podía ser tomado como punto de referencia porque no era “políticamente correcto”. No nos acordamos de quién era entonces el asesor de Aznar, pero el hombre todavía andaba un poco despistado por el centroestupidismo. Aquella noche, José María Aznar cerraba la campaña electoral del Partido Popular homenajeando a Manuel Azaña, intolerante enemigo de la media España que no se resignaba a ser aplastada bajo el jacobinato republicano. Posiblemente el discurso más importante de Azaña durante la II República tuvo lugar en 1935 en el estadio Mestalla de Valencia y por eso había elegido Aznar la Ciudad del Turia para rendir un homenaje al liquidador de media España. No se podía caer más bajo, la verdad.


Afortunadamente, en estos años se ha avanzado mucho. La proliferación de bibliografía competente (César Vidal, Pio Moa…), la relativa apertura mediática que supuso el final del felipato (por lo menos fueron ocho años sin todas las televisiones al servicio de la izquierda), la aparición de prensa digital de corte liberal (Libertad Digital, Red Liberal…) y conservadora (El Semanal Digital, Minuto Digital…), el lanzamiento de FAES, etc., han servido para rearmar ideológicamente a la derecha. Todos esos virus de maricomplejinismo histórico, de acogotamiento moral…; todos esos vicios de centrismo moderado envenenados por injustificados complejos históricos que llevaban a Aznar lo mismo a elogiar al bolchevique Indalecio Prieto en el Parlamento, que a rendir homenaje al jacobino Manuel Azaña, que a visitar la residencia del chekista Rafael Alberti, parece que, afortunadamente, van tocando a su fin. Por lo menos, mientras Mariano Rajoy se mantenga al frente de la secretaría general del Partido Popular.

Hora es ya de ir aclarando algunas cuestiones sobre el liberalismo político en la II República. Una de las escasas cosas en las que coinciden los historiadores de todas las tendencias de esta época es la relevancia política de Manuel Azaña, figura central del periodo republicano, lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que simbolizara la centralidad del sistema.

Manuel Azaña Díaz fue todo en la II República: ministro de la Guerra, Presidente del Gobierno y Presidente de la República. Su trayectoria política tuvo dos ascensos (1932, 1935) y dos caídas (1934, 1936/39). Hay que decir, que es de lo que aquí se trata, que Manuel Azaña era un personaje profundamente antiliberal. Su formación política se basaba en el despotismo ilustrado, en el jacobinismo afrancesado y en el laicismo masónico. Tres corrientes ideológicas bastante alejadas del concepto de libertad y de decencia política que uno se puede esperar de un liberal auténtico.

Realmente, Manuel Azaña nunca creyó de verdad en la democracia (cuando perdió las elecciones de 1933, despotricó contra los “burgos podridos”. Cuando la CEDA, el partido mayoritario presentó en 1934 tres ministros para el Gobierno, su partido reprochó tan democrática decisión); no creía en la libertad de expresión (la dura Ley Azaña se reservaba el derecho de censura y cierre de los periódicos); no creía en el derecho a ejercer la oposición política (véase la actuación del Frente Popular antes de la guerra); no creía en la libertad de enseñanza (promovió la expulsión de los jesuitas de España y el cierre de los colegios religiosos); no creía en el republicanismo verdadero (creía en el jacobinismo que cercenaba cualquier paso al poder a la derecha política); no creía en la alternancia política (sólo eran válidos y factibles los gobiernos en los que estuviera Izquierda Republicana, su partido); no creía en el respeto al adversario político (cada vez que llegaba al Poder depuraba –“republicanizaba”- la administración y el Ejército, de arriba a abajo; no creía en la lucha democrática contra el terror (“tiros a la barriga”)… En fin, y conste que nos ahorramos cualquier comentario acerca de su deplorables actuaciones y omisiones durante la guerra civil que tanto le gusta pasarnos por delante de las narices a su correligionario Zapatero.

Este y no otro era Manuel Azaña Díaz, enemigo número uno del liberalismo en la II República. Él, el number one del sistema, tenía que haber encarnado el avance liberal y democrático republicano en vez del espíritu de secta y de logia. No fue así. Se dedicó a la persecución sistemática de media España: católicos, conservadores, liberales, derechistas, carlistas, falangistas, militares, religiosos… Eso era “frentepopulismo”, no “liberalismo”. Quien no lo vea así, ciego está. Quien no lo quiera ver, a la verdad faltará.

Autor: Smith
Publicado el 26 de octubre de 2005

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