sábado, 27 de enero de 2018

Democracia participativa


Cierta izquierda, mediante la astucia desvergonzada que la caracteriza, no elude jamás apropiarse de determinados vocablos que suenan bien. Luego, en un auténtico acto de cuatrerísmo, los convierte en banderas destinadas a engatusar a las masas ignorantes o a ofrecerles una coartada a los interesados del arribismo político. Ya comenté hace poco la impresión que me produjo el hecho de que se creara una red de bitácoras con el engañoso nombre de progresistas. Expliqué entonces mis argumentos y hoy no es preciso repetirlos. Lo que sí quisiera destacar en el presente trabajo es esa otra frase-cebo, democracia participativa, que la izquierda embaucadora usa a menudo (también el nacionalismo) con la misma maleabilidad que la de progresismo y que a la postre constituye un nuevo mega oxímoron (ideas o palabras contradictorias) si la contrastamos con su conducta real. 


Iosu Perales, de Rebelión.org (¡cómo no!), nos define en el primer párrafo de uno de sus artículos (el citado autor no se localiza ya en el buscador de Rebelión) lo que entiende por democracia participativa: Democracia Participativa puede ser, es, un camino decisivo en el fortalecimiento de la sociedad civil de los de abajo. Una participación ciudadana capaz de influir en las decisiones de poder puede regenerar la vida política y hacer de la democracia ahora legal y formalista un instrumento vivo de la lucha popular por el cambio social y político (el subrayado es mío). Como vemos, resulta toda una frase de manual "izquierdoso", otros lo calificarían directamente de "rojo", destinada al consumo de masas asilvestradas a las que, llegado el caso, no se les permitirá que se pronuncien más que por el procedimiento conocido como a la búlgara, que consiste en refrendar a mano alzada, bajo la atenta y severa mirada del mandamás, las decisiones que ha tomado ya la Ejecutiva.

Pero no importa, siempre habrá un Perales dispuesto a convencernos de que lo fundamental es el progresismo, la lucha popular, la democracia participativa y el fortalecimiento de la sociedad civil. La izquierda es sedicente hasta la nausea de todas estas consignas y de algunas más. Los siniestros (valen todas las acepciones) se intitulan, igualmente, luchadores por la libertad y la democracia, cuando el más liviano repaso de la historiografía no partidista nos desvela que jamás de los jamases consumaron sus propios eslóganes. Sí, a las consignas de la izquierda es lícito calificarlas de hasta la nausea por su condición acreditada de perseverantes, única cualidad (la perseverancia) que estaría dispuesto a concederles si no fuese porque la destinan al embrutecimiento de la sociedad.

He aquí un ejemplo claro de perseverancia en el adoctrinamiento que la izquierda ejerce y que, así lo parece, constituye para ella un auténtico baldón: Si uno escribe en Google las palabras izquierda y democracia participativa, el buscador nos ofrece un resultado de nada menos que 112.000 páginas. Unas páginas probablemente cargadas de frases-consigna tipo Perales. Si utilizamos el mismo método pero sustituimos izquierda por derecha, salen algunas referencias menos y en este caso la derecha, como opción política, es la destinataria de los reproches izquierdistas que han elaborado esas mismas páginas.

Ahora bien, piénsese  por un momento que fuese sincero el deseo de la izquierda (y del nacionalismo) orientado a practicar la democracia participativa. Trátese de llevar ese deseo a una de las cuestiones más candentes y crispantes de la política actual: el nuevo Estatuto de Cataluña. Sobre la inconstitucionalidad del proyecto se han pronunciado ya, además del Partido Popular, numerosas instituciones y particulares de renombre, e incluso algunos miembros significados del propio PSOE. Huelga  citar sus nombres por ser conocidos de todos.

El PP, en buena lógica, pretende darle al Estatuto catalán lo que muchos piensan que le corresponde, tratamiento de reforma constitucional. Una escasa e interesada mayoría del Parlamento ha decidido lo contrario y, todo apunta a ello, está dispuesta a aprobarlo con una ligera capa de maquillaje. Las preguntas son: ¿Si consideramos la enorme importancia de la nueva ley catalana y lo mucho que nos afectará su implantación a todos los españoles, no sería correcto someterla a una consulta popular en toda España? ¿No es en situaciones similares, de gran significado para la Nación, cuando debería practicarse aquello de lo que tanto se alardea: la democracia participativa

Me pregunto por qué un partido que gobierna supuestamente para el conjunto de los españoles, el PSOE, a cuyos miembros se les ha llenado la boca  en innumerables ocasiones y se han hartado de afirmar que ellos desean y promueven la democracia participativa, está llevando el asunto del Estatuto catalán con más nocturnidad que puertas abiertas, con más conciliábulos (recordemos las reuniones de Zapatero con Artur Mas, entre otros) que invitaciones participativas a la ciudadanía. ¿No nos encontramos una vez más ante el típico discurso falsario de la izquierda?, que desde la oposición acostumbra a rociarnos con unos ideales altruistas que hablan de libertad, justicia, reparto de la riqueza, oportunidades para todos... Cuando en realidad, ya desde el poder, actúan bajo capa, con el respaldo de unas minorías interesadas y ávidas, bordeando o rebasando la Ley con no poca frecuencia y haciendo caso omiso de un pueblo al que se le hurta la participación en asuntos de gran trascendencia.

Es evidente que la actual izquierda en el poder no desconoce la cita del clásico y además la practica: Sólo hay una regla para todos los políticos del mundo: no digas en el poder lo que decías en la oposición. Si a ello se le suma la propensión destructiva e ineficaz que Rodríguez Zapatero nos ofrece respecto a la Nación española, no es extraño que haya quien le relacione, a él y a sus más próximos, con una de las frases lapidarias de Aldous Huxley: Cuanto más siniestros son los designios de un político, más estentórea se hace la nobleza de su lenguaje.

Publicado el 23 de octubre de 2005

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