sábado, 9 de diciembre de 2017

Maragall rechaza el artículo DOS

En sus últimos años, alejado de la política y aún más de la realidad, Pascual Maragall no dudó en proclamarse abiertamente a favor de la independencia. De ahí su asistencia a diversas concentraciones con los separatistas radicales de todo pelaje, como son Ernest Maragall (su hermano), Josep Maria Terricabras, Oriol Junqueras...
T.S. Eliot afirma que el final es el lugar del que partimos. Usemos la cita del clásico a propósito de la fidelidad simulada y resultará una frase de lo más apropiada para definir la conducta aviesa de quien preside el Gobierno autonómico catalán, al que llegó con el apoyo mercadeado de comunistas y separatistas de todo pelaje. Parece meridianamente claro que la finalidad de un pacto contra natura como el realizado por Maragall, en el que incluyó grandes dosis de desprecio a los sentimiento de la parte española que le había votado que acaso sumen más ciudadanos que los partidarios de ERC e IC juntos, fue lograr el poder y convertirlo en tablazón destinado a plasmar una ideas políticas que no expuso con suficiente claridad antes de las elecciones. A nadie, que se sepa, le habló de convertir a Cataluña en una nación asociada o disociada de España, algo que dista mucho de esa mega región europea que fue el término más usado en algunos puntos poco españolistas de su campaña. 


Otro clásico, Ramón Llull, afirma que los caminos de la lealtad son siempre rectos, de ahí que a Maragall pueda asignársele la condición de avieso si juzgamos su propuesta de modificar el artículo dos de la Constitución, que es el que protege la indisoluble unidad de la Nación española. ¿Quién está dispuesto al asedio de una Ley que define con tal claridad lo que no puede hacerse sin cambiarla? Probablemente el poseedor de un instinto alevoso. Luego en este caso no parece que exista ni lealtad a la unidad de España, ni rectitud en un plan que difícilmente hubiera sido refrendado en las urnas, repitámoslo, de haber sido expuesto a las claras a los ciudadanos de Cataluña. Ni siquiera CiU, partido nacionalista confeso, de aroma rancio y dirigido ahora por un brioso cismático, se atrevió a plantear a finales del 2003 el desguace de la Ley de leyes, acaso porque Mas aún sentía los tirones de bridas que Pujol le daba, unas bridas trenzadas de cinismo y piel de perro viejo, para que tuviese alguna opción de sucederle antes de que se echara al monte.

Fue ERC, partido montaraz donde los haya si observamos sus propuestas agrestes e insaciables, quien se situó desde el primer momento en lo más alto de ese monte al que acceden los que carecen de prudencia política y exceso de fanatismo. Maragall nunca debió formar gobierno con ellos ni someterse a un pacto, denominado del Tinell, que habla de avanzar en la expresión plena de la nación catalana. De donde se deduce una vez más que Maragall no confió sus intenciones al electorado -algo que le aleja de la rectitud propuesta por Ramón Llull- o bien decidió usar a posteriori una lealtad de quita y pon respecto al Estado, con tal de asirse a la caoba de ambos brazos del solio de la Generalitat. En cualquier caso, la rectitud del camino político maragaliano deja mucho que desear vista con cierta perspectiva, incluso para la sede central de ese socialismo más interesado en hilvanar la unidad de España que en reforzarla a doble pespunte en formato PSOE-PP.

El PSOE no ha dudado en rechazar, mediante sendas declaraciones de José Blanco y Alfonso Perales, el llamamiento de Maragall realizado en Madrid para reformar el artículo dos de la Constitución. Cómo les parecerá de sería la amenaza a la integridad de España que ven venir reflejado en el nuevo estatuto tripartítico, donde la propuesta de ERC nos habla de Constitución para el estado libre de Cataluña, que los socialistas centrales comienzan a arriar velas de las frívolas declaraciones por ZP, que se comprometió a aceptar cualquier estatuto acordado en el Parlamento catalán. Con otras palabras, Blanco y Perales acaban de decirle a Maragall que disfrute lo que pueda de la caoba, como harán ellos mismos en Madrid, porque la fractura de España no es posible en este siglo, al menos mientras el PP tenga 10 millones de votos y más de la mitad del electorado socialista opine que la Nación no es materia de cambalaches, ni siquiera para los que desean vivir a expensas del Estado y eternizarse en el poder. De todos modos, si consideramos el historial del PSOE y los bandazos de quien lo dirige, no estaría de más que tuviésemos en cuenta que la desconfianza es madre de la seguridad, como decía sabiamente Aristófanes.

Publicado el 28 de enero de 2005

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