lunes, 27 de noviembre de 2017

La erótica de las promesas


Me pregunto si el talante de Zapatero obedece a la mentalidad de un hombre inteligente o a la de un insensato. O a la de un insensato avispado, listillo. Porque los peores malvados de la historia, de la historia política quiero decir, no carecieron de talento para proyectar el mal sobre sus pueblos y favorecer sólo a unos pocos. Véanse sino los clásicos ejemplos de Stalin, Hitler o Mao, un trío de asesinos a gran escala que no dudaron en eliminar físicamente a millones de sus semejantes y que cercenaron durante largos años la libertad de sus naciones.

No quiero decir, ni mucho menos, que ZP sea un hombre malvado, todo lo contrario. No hay lugar donde acuda que no obsequie a sus interlocutores con las promesas más sonoras y apetecidas. Recuerdo haber visto en televisión cómo en plena campaña electoral afirmó lo siguiente en la ciudad de Murcia: Aquí habrá toda el agua que se necesite. El pabellón atronó de aplausos durante un buen rato y a ZP se le quedó la sonrisa como si fuese una foto fija que luego paseó en derredor suyo, igual que esas señoritas con poca ropa que exhiben los cartelones con el número de asalto en los combates de boxeo, mientras el público vocifera entusiasmado y se entrega al espectáculo. Estoy convencido de que en ese momento el entonces candidato fue feliz mientras sonaban las ovaciones y los vítores.

Ahora conocemos que una de las decisiones más desafortunadas e injustas del gobierno presido por Zapatero, conceptuada así por numerosas personas y medios de opinión, ha sido derogar por decreto toda una Ley Orgánica como era el PHN. Como alternativa, con el sello de pájaros volando, el agua deberá llegar a Almería, Murcia y Valencia, donde también prometió el oro y el moro, a partir de toda una batería de mega desaladoras puestas en funcionamiento vete a saber cuándo, que contaminarán por tierra, mar y aire, se comerán las mejores hectáreas del litoral y pondrán el agua a los usuarios al mismo precio que la Mahou cinco estrellas.

Ya he dicho que ZP me dejó la impresión de que era feliz cuando prometió el agua a los murcianos, que es como prometer el pan en las hambrunas del Sudán o la independencia de Euskadi en la oreja de Ibarreche. Lo que no sé, y juro que daría algo importante por saberlo, es qué debió sentir el talantudo cuando eliminó de un plumazo, al cargarse el PHN, las esperanzas de tantas miles de personas del levante español. ¿Es posible que en Zapatero se den a la limón, o alternativamente, la bondad y la infamia? ¿Será nuestro hombre un ser poseído de doble personalidad esquizoide? ¿Será un fiel devoto de lo que se conoce como vivir el momento, sin preocuparse de la siguiente fracción de tiempo que sigue a sus declaraciones? ¿Valorará las consecuencias de sus promesas? ¿Le excitará eróticamente contentar de boquilla a cualquiera que se le ponga a tiro y luego machacarlo en sentido contrario?

Para mí, ZP sigue siendo un misterio, no me creo que su transparencia de pusilánime sea toda la verdad que encierra. Lo que hace no me gusta en absoluto, porque todo debe tener su medida. Detesto incluso su sonrisa facilona que le asemeja al clásico Juan lanas, como se llama a quien se presta con facilidad a todo cuanto se quiere hacer de él. Pero no tengo más remedio que pensar que sus decisiones están orientadas a lograr alguna utilidad para aquellos a los que representa como presidente de la nación, que somos todos los españoles. Ayer, en un nuevo acto erótico, ZP volvió a las andadas y prometió en Bilbao que los astilleros públicos seguirán funcionando. No dijo cómo lo conseguirá, algo muy propio de él y de cuantos usan las frases vacías, puesto que las subvenciones están prohibidas en la UE para evitar la competencia desleal. Se habla ya, más en cachondeo que en serio, que la única opción que le queda a Zapatero para dejar que el tiempo transcurra en paz, entiéndase paz social, es encargar una flota de guerra de alto standing que procure abundante carga de trabajo a los astilleros.

Curiosamente podríamos encontrarnos con fragatas de ultimísima generación y otros navíos de gran porte que se oxidasen por falta de dotaciones para manejarlos y entretenerlos, como le ocurrió a Ucrania cuando heredó la flota mediterránea de Sebastopol al disolverse la URRS. De todos modos, si observamos dentro de un tiempo una masiva campaña publicitaria para reclutar aspirantes a la marina, ya sabemos a qué causa obedece, porque en nuestro ejército no hay modo de incorporar los voluntarios que hacen falta si no se les paga un poco más que a los sinpapeles. Será así, en plan Almirantazgo, o ZP deberá hacer lo mismo que hizo nada más cerrar la puerta de su coche cuando acabó el mitin en Murcia: Olvidarse del asunto, decidir justo lo contrario de lo prometido y así contentar al único colega que le interesa, a Maragall. De donde se deduce que a una promesa de ZP sólo cabe responderle con un pensamiento: Date por jodido.

Como elucubración final, acaso pueda llegarse a la conclusión de que el individuo que preside los consejos de ministros no es ni un ser bondadoso, ni un malvado, ni un esquizofrénico, simplemente es un náufrago que carece de grandeza y ansía sobrevivir a la marejada política desencadenada por un programa electoral elaborado para ejercer de oposición. Ahora, cuando debe poner en práctica el citado programa, las veleidades que encierra el libreto le mantienen con el agua al cuello y le obligan a comprar tiempo para no cumplir. Un tiempo que sólo ve posible adquirir mediante el uso de la más sutil de las divisas: La promesa, generosos fajos de nuevas promesas que reparte a cualquiera que le tienda la mano. Que es exactamente lo mismo que le ocurre a ese otro sujeto que gobierna en Cataluña, al que también se le ve tragando algún que otro buche de agua salada y con cada trago que ingiere le pide 100 millones de euros a Zapatero y el cierre de proyectos que puedan crear riqueza en el Levante.

Lo más llamativo del caso es ver cómo el socorrista que debe arrojarles a ambos el salvavidas, un tal Carod, no para de proclamar a los cuatro vientos que él es partidario de hundir el barco. Estas cosas ocurren porque a veces al capitán le falta el coraje necesario para embarrancar la nave en un bajío (prorrogar presupuestos), expulsar a las ratas ocultas en las sentinas (nacionalistas) y, tras un año de actuaciones y declaraciones firmes, inequívocas, convocar nuevas elecciones con un programa electoral bien definido y realizable, por supuesto destinado a toda la nación española. Lo demás, con o sin talante, es practicar la erótica de la aclamación momentánea, empobrecer o disgregar a la patria y pasar a la Historia como ese pobre hombre timorato que nos malgobernó

Artículo publicado el 13 de septiembre de 2004

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