martes, 13 de marzo de 2018

Éxitos y fracasos


Desde una larga convalecencia, que me ha mantenido inactivo y alejado un tiempo de esta mi querida bitácora, he tenido ocasión de reflexionar sobre lo que nos pasa desde un punto de vista, si cabe, más impotente que lo habitual. 


He tratado de aquilatar el porqué de tanto disparate, donde el mayor es negarse la posibilidad de hacer algo de verdad por los demás y porqué el que está en disposición de hacerlo, sólo se mueve en su propio beneficio o movido en todo caso por la posible recompensa subyacente, ya sea esta anímica o material. El porqué el significado profundo de las bellas palabras y más aún, de los buenos sentimientos, se ve siempre enmascarado por nuestra ansia de reconocimiento personal. Quizá no seamos capaces de acometer empresas en las que divorciemos nuestros propios intereses de los ajenos. Cuesta demasiado ser altruista. Quizá es porque recelamos que nuestro esfuerzo honrado y desinteresado solo aproveche justo a los que siempre esperan beneficiarse de la buena voluntad de los demás. Pasa cada día. Y nos cansamos de hacer el primo. De que nuestra medalla siempre se la cuelgue otro. Entonces nuestra estrategia se modifica para defender aquello en lo que nos hemos embarcado y defendemos, si es preciso de forma irracional, nuestra original idea ante los que pretenden apropiársela. Recordamos aquel axioma del ejecutivo profesional que dice: “Dadme una idea y yo os la gestionaré”. 

El problema se agrava cuando creemos firmemente en lo que decimos. Es tanta nuestra fe que tratamos de convencer a otros de la bondad de nuestras intenciones y así se nos pasa el rato. No avanzamos en la empresa, pero al menos generamos una duda razonable. Sin embargo los demás necesitan algo para creer en ideas ajenas. Necesitan resultados, o en su defecto una promesa. Y para obtenerlos, primero hay que planificar. Tener un “business plan”. Como se suele decir el éxito es lo único que importa y por ello, el fracaso no es una opción. El mundo y la Historia entera está llena de casos de éxito y sólo tenemos que fijarnos en los ideales que los motivaron. Ahí está la diferencia entre aparecer genuino y altruista o por el contrario tener como destino el pelotón de los fracasados que se mienten a sí mismos. Si no creemos en nuestros logros, ¿quién los creerá? Después de todo, la diferencia entre el éxito y el fracaso suele ser tan sólo la experiencia. Y la experiencia, a su vez, una colección completa de fracasos anteriores.  La experiencia aconseja cautela y la primera de todas las cautelas es borrar nuestra historia personal. No podemos permitir que se sepa de donde proviene nuestra experiencia ya que nuestros errores anteriores pueden dar al traste con el ansiado éxito de nuestra altruista empresa. Es más, donde otros fracasaron nosotros triunfaremos.  No importa que seamos incomprendidos o malinterpretados. Si somos sinceros, tendremos el éxito al alcance de la mano y todas nuestras “pequeñas” deficiencias nos serán disculpadas.

Estamos cerca de nuestro destino, nuestra idea altruista va calando en la opinión pública urbi et orbe, a diferencia de los que se empeñan en no reconocer sus errores

Autor: Perry
Publicado el 8 de mayo de 2006

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