jueves, 24 de mayo de 2018

No podemos ni defendernos

Almudena Grandes: “Cada mañana ‘fusilaría’ a dos o tres voces que me sacan de quicio”.

Ya estamos en lo de siempre, el que se defiende de una agresión acaba por ser el malo de la película, el fascista, y por lo tanto debe pagar un precio. Es así según la versión de esa sarmentosa izquierda que nunca ha faltado en España. Lo suyo hubiera sido, a partir de la II República, que los cristianos se dejasen quemar las iglesias con toda naturalidad. Tampoco debieron mover un dedo ni expresar el más ligero rechazo ante la profanación de los altares y el asalto a los conventos… Los asesinatos de religiosos, a cientos, o las sacas indiscriminadas a la salida de misa dominical, con no pocos feligreses camino de la checa, en absoluto deberían haber influido para nada en la defensa tan exagerada que la derecha acabó por desplegar. Al fin y al cabo, pecata minuta si es la “democracia” popular izquierdista la que decide que unos crímenes semejantes no merezcan ni la crítica liviana.


Hoy, a un nivel muy distinto —de momento—, sólo se agreden o amenazan a unos cuantos opositores, casualmente populares o socialistas demócratas —rara avis—, o se insulta con extrema gravedad, por boca del caduco Polanco, a millones de personas que se han ido manifestando durante varios años, con total exquisitez y respeto en su inmensa mayoría, a favor de la patria común, de las leyes y en contra de los reiterados atentados a la Constitución española o a la libertad de todos.

Por supuesto, esas manifestaciones sólo pueden provenir de unos fascistas perfectamente reprensibles. Reprensión que en ningún caso debe practicarse con los “escamots” nacionalistas que en Cataluña y otras comunidades han boicoteado salvajemente los actos electorales —o cívicos— no acordes a sus mentalidades anti democráticas. Pero no, la diferencia es que la derecha es fascista per se, según dicen quienes entienden del tema: los intelectuales de la izquierda. Un fascismo cuyo elevado número, considerando a los que se han unido a la disconformidad con las medidas golpistas del Gobierno, da una idea bastante clara de que en España —a juzgar por lo que opinan los Pepiños— contamos con un porcentaje de habitantes a favor de la extrema derecha que bate varias veces el récord mundial.

Me hace mucha gracia —es un decir— que ante un panorama semejante, de clara agresión verbal y física de la izquierda o el separatismo hacia la derecha, a ésta no le corresponda ni siquiera la opción a la legítima defensa, puesto que se le niega o se ataca con brutalidad cualquier decisión que la derecha tome en tal sentido, como sería el caso reciente adoptado por los populares frente al vómito polanquista. Unos populares que sobriamente se han limitado a declarar algo así: “Paso de ti, tío, no cuentes con nosotros si antes no te disculpas”. Me imagino un historial donde los protagonistas hubiesen actuado a la inversa, es decir, con militantes del PP asaltando las sedes del PSOE y siendo transmitidos en directo por una cadena “amiga”. Me lo imagino y no tengo ninguna duda de que más de media Ejecutiva del PP estaría a estas alturas entre rejas y el resto pendiente de sentencia. 

Pero no, no ha sido así y encima la izquierda cree que obra bien en todo momento. Y lo que es peor, al uso del insulto y la agresión sistematizados que surgen de las filas situadas en el lado siniestro de la vida pública —insultos y agresiones que usan como derechos inherentes a su ideología—, hay que sumarle dos nuevos tributos que los demás ciudadanos debemos concederles: La impunidad, de un lado, y el justiprecio que ellos decidan que se les abone por haber osado contestarles. Véase, si no, la barbaridad que el demagogo Bono ha proferido recientemente a propósito de la ruptura de relaciones entre el PP y Prisa: “Ya se encargará Prisa de que el PP lo pague”. Es decir, según Bono, el inicialmente ofendido debe pagar un precio por defenderse y el encargado de hacérselo pagar es el ofensor. Así es la izquierda, tan alejada de lo justo y lo liberal. Tan propensa a premiar a gallardones de cerviz inclinada y tan creída de que sus intolerancias se cometen con pleno derecho y en nombre del pueblo. Pues no, al menos no aquí, en esta página, donde no cesaremos de recordar a los más tibios de entre la derecha que “Sólo merece ser llamado liberal el que comprende que lo único que no se puede tolerar es la intolerancia”.

Claro que a veces esa intolerancia va un poco más allá y el justiprecio exigido por la izquierda más retrógrada, caso de la juntaletras Almudena Grandes, implica la pena máxima, o sea, el asesinato, como se desprende de sus palabras: “Cada mañana ‘fusilaría’ a dos o tres voces que me sacan de quicio”. Lo que significa que una intolerancia a lo “Grandes” entra de lleno en el terreno del furor y camino del homicidio. Como afirmaba el clásico, “La intolerancia es el más loco y peligroso de los vicios, porque a veces se disfraza con la apariencia de la virtud”, en este caso a cargo de una supuesta intelectual.

Autor: Policronio
Publicado el 28 de marzo de 2007

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