Quienes recopilaron el Corán unos cuantos años después de la muerte del Profeta —valga la comparación—, actuaron del mismo modo que si hoy mezcláramos el testamento político de Franco, en el supuesto de que dicho testamento tuviese algún valor religioso, con los sucesos de la batalla del Ebro y las arengas que allí se impartieron. Además, el Corán se recopiló sólo a partir de letras consonantes y hubo que esperar hasta el siglo X (IV de la Hégira) para que le añadieran las vocales.
Inclúyase la circunstancia agravante de que Mahoma legó sus creencias de un modo oral, como quedó dicho, y el resultado ya lo conocemos: Una obra que los imanes de los últimos siglos aseguran que corresponde literalmente a la palabra de Dios, cuyos párrafos no pueden alterarse ni en una coma. Y así hasta la eternidad. ¡Cabe mayor disparate en la mente humana!
Por otra parte, cuando el califa Utmán decidió recopilar el mensaje de Mahoma, el estado islámico había conquistado ya toda Arabia, Egipto, Siria, Mesopotamia, Persia, Armenia... y se acercaba a gran velocidad hacia la India, por el este, y hacia Cartago por el occidente. Y un estado que era ya realmente un gran imperio no podía permitirse el lujo de inculcar pacifismo religioso, de ahí que el Corán se encuentre repleto de frases semejantes a esta: “La tentación de la idolatría es peor que la carnicería en la guerra”.
Autor: Policronio
Publicado el 14 de junio de 2009
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