Cuando murió su esposa Jadiya, Mahoma, que por entonces contaba unos 40 años de edad, libre de ataduras familiares y heredero acaudalado, creyó llegado el momento de poner en práctica sus ideas. Unas ideas que, tras meditar en soledad algún tiempo, debían comenzar con un mensaje divino que respaldase su gran misión: Unir al pueblo árabe y adentrarlo en la Historia.
El mensaje inaugural fue el siguiente: ¡Predica en el nombre de tu Señor, el que te ha creado! Así justificaba el Profeta (quien recibe una orden divina forzosamente debe ser reconocido como un profeta) una labor que duraría 22 años más, hasta su muerte en el 632.
Mahoma fue rodeándose poco a poco de unos seguidores donde hubo de todo: Creyentes de buena fe en el Dios único, aprovechados, gentes asqueadas con la idolatría de La Meca anteislámica, gente pía, nacionalistas, simples crédulos y crédulos simples...
Al Profeta se le había expulsado de su ciudad natal y se refugió en Yatrib, ciudad que contaba con una importante colonia judía que inicialmente le acogió con los brazos abiertos y que, más tarde, le declaró cierta hostilidad a medida que sus relaciones empeoraron como consecuencia de la intransigencia de Mahoma, que trató siempre, incluso en contra de las costumbres comerciales de los habitantes de Yatrib, de imponerle a todo el mundo su criterio religioso. Con el tiempo, la mayoría de los judíos de Yatrib fueron expulsados o ejecutados y buena parte de ese odio se refleja en el Corán.
Autor: Policronio
Publicado el 10 de junio de 2009
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