Tras el asesinato de Carrero Blanco a cargo de la ETA. |
Escribí recientemente una entrada en la que ponía de manifiesto ciertas analogías nacidas de un mismo sustrato ideológico entre el PSOE y ETA, una de las cuales es su feroz anti franquismo, no exento de una gran dosis de mala intención habida cuenta que el dictador lleva treinta y seis años muerto. Anti franquismo que propició que los asesinatos de los etarras fuesen contemplados con enternecida comprensión por buena parte de los opositores al régimen, alimentando así a la serpiente terrorista.
Viene lo anterior a propósito de un artículo escrito en “El Plural” por el conocido militante socialista Luis Solana, en el que se refiere tangencialmente al asunto y que puede servir de ilustrativo ejemplo al respecto. El artículo en cuestión versa sobre el papel que los familiares de las víctimas han de tener tras el comunicado del pasado jueves de ETA y, básicamente, dice Solana que... pasta se les puede dar la que quieran pero que, en una más que probable negociación con los terroristas, no van a pintar nada y bien harán en no estorbar: algo así como que si asesinasen a mi tía Pepita de Villamusaraña y yo fuese testigo del crimen mi propio dolor me inhabilitaría para testificar en el juicio. Huelgan más comentarios: en fin, a lo que iba.
Cito textualmente a Solana: “Voy a empezar por separar a los muertos y heridos, que todos lloramos y apoyamos […]”. Loable parlamento, sin duda, aunque en el siguiente párrafo (“quiero ser muy sincero” dice, y a fe que lo es) explica qué “yo no lloré cuando ETA asesinó a Carrero Blanco. Yo no lloré cuando ETA asesinó al comisario Melitón Manzanas”. No sé si Solana, que se remonta a recuerdos de hace tres décadas, hoy en día lloraría por Carrero y Melitón o no, pero –sin ser prueba de nada– sí nos da una pista sobre cómo sucedieron las cosas.
La reacción de los opositores a Franco –finalmente aglutinados en torno al pivote etarra– ante los asesinatos de ETA fue, en no escasa medida, de satisfecha simpatía o de fría indiferencia, en el equivocado cálculo de que estos iban dirigidos única y exclusivamente contra el régimen franquista. Fatal error –que costaría horrendos sufrimientos a todo un país– del cual la banda terrorista haría salir brutalmente a comprensivos e indiferentes al continuar con sus sanguinarias acciones una vez ya instaurado un sistema democrático en España.
¿Qué habría sucedido si los atentados terroristas hubiesen topado con la resuelta repulsa de tanto opositor comprensivo o indiferente? Que ETA se hubiese visto privada tanto a nivel nacional como internacional de la necesaria solidaridad, activa o pasiva, y de la base de apoyo que cualquier grupo terrorista necesita para que su trayectoria criminal tenga un cierto alcance. Y, huérfana de los indispensables auxilios y socorros tan pródigamente otorgados, hubiese fallecido por consunción y, a día de hoy, sólo sería un lejano recuerdo. Y entre los que podrían participar de tan nefasto recuerdo estarían, indudablemente, los asesinados por esta repugnante banda de asesinos.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 24 de octubre de 2011
Viene lo anterior a propósito de un artículo escrito en “El Plural” por el conocido militante socialista Luis Solana, en el que se refiere tangencialmente al asunto y que puede servir de ilustrativo ejemplo al respecto. El artículo en cuestión versa sobre el papel que los familiares de las víctimas han de tener tras el comunicado del pasado jueves de ETA y, básicamente, dice Solana que... pasta se les puede dar la que quieran pero que, en una más que probable negociación con los terroristas, no van a pintar nada y bien harán en no estorbar: algo así como que si asesinasen a mi tía Pepita de Villamusaraña y yo fuese testigo del crimen mi propio dolor me inhabilitaría para testificar en el juicio. Huelgan más comentarios: en fin, a lo que iba.
Cito textualmente a Solana: “Voy a empezar por separar a los muertos y heridos, que todos lloramos y apoyamos […]”. Loable parlamento, sin duda, aunque en el siguiente párrafo (“quiero ser muy sincero” dice, y a fe que lo es) explica qué “yo no lloré cuando ETA asesinó a Carrero Blanco. Yo no lloré cuando ETA asesinó al comisario Melitón Manzanas”. No sé si Solana, que se remonta a recuerdos de hace tres décadas, hoy en día lloraría por Carrero y Melitón o no, pero –sin ser prueba de nada– sí nos da una pista sobre cómo sucedieron las cosas.
La reacción de los opositores a Franco –finalmente aglutinados en torno al pivote etarra– ante los asesinatos de ETA fue, en no escasa medida, de satisfecha simpatía o de fría indiferencia, en el equivocado cálculo de que estos iban dirigidos única y exclusivamente contra el régimen franquista. Fatal error –que costaría horrendos sufrimientos a todo un país– del cual la banda terrorista haría salir brutalmente a comprensivos e indiferentes al continuar con sus sanguinarias acciones una vez ya instaurado un sistema democrático en España.
¿Qué habría sucedido si los atentados terroristas hubiesen topado con la resuelta repulsa de tanto opositor comprensivo o indiferente? Que ETA se hubiese visto privada tanto a nivel nacional como internacional de la necesaria solidaridad, activa o pasiva, y de la base de apoyo que cualquier grupo terrorista necesita para que su trayectoria criminal tenga un cierto alcance. Y, huérfana de los indispensables auxilios y socorros tan pródigamente otorgados, hubiese fallecido por consunción y, a día de hoy, sólo sería un lejano recuerdo. Y entre los que podrían participar de tan nefasto recuerdo estarían, indudablemente, los asesinados por esta repugnante banda de asesinos.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 24 de octubre de 2011
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