“Tenemos que hacer cuentas y exigir la reparación a nuestro sufrimiento”. Quienes tal afirmación han hecho son, ni más ni menos, que los amigos de ETA en un documento dirigido a sus simpatizantes. En este mismo documento también afirman los proetarras que “convendría hablar de derechos objetivos ahora negados” y que, sentados en una mesa de negociación, actuarán “mirando a Euskal Herria, a su gente y a la comunidad internacional y no al Estado que tendrá sentado enfrente”.
Bien. Resulta entonces que una banda de asesinos que, desde su primer asesinato en 1968, ha causado miles de víctimas, habla de su sufrimiento, exige reparaciones y reclama derechos supuestamente conculcados. Qué esto afirmen ETA o sus secuaces no debe causar asombro; caso bien distinto es que no podemos descartar que semejante caudal de obscenidades encuentren en el actual partido del desgobierno oídos bien dispuestos a darles crédito y trámite e, implícitamente, legitimar así al terrorismo como un modo lícito de hacer política. O tal vez ni esto cause asombro: entre ETA y el PSOE no deja de haber reveladoras concomitancias que pueden explicar el origen de ciertas actitudes.
El PSOE a lo largo de su historia no ha exteriorizado excesivos escrúpulos a la hora de recurrir a la violencia. Desde Pablo Iglesias hasta el GAL en los años ochenta, pasando por los convulsos años de la II República, el PSOE ha estado implicado en la autoría de actos terroristas, asesinatos incluidos. No menos cierto es que el PSOE, tanto en 1917 como en 1934, no demostró recato alguno en sus intentonas de conquistar violentamente el poder en frontal asalto al Estado. Podrá aducirse, con razón, que mucho ha llovido desde entonces; pero igualmente no se podrá negar que el PSOE nunca ha renegado de sus tenebrosos antecedentes, mostrándose hasta tal punto orgulloso de los mismos que en fecha no muy lejana propugnaba el candidato Rubalcaba el regreso a los orígenes, legitimando así toda –absolutamente toda, sombras incluidas– la ejecutoria socialista. Creo que esta similitud entre ETA y el PSOE es, por tanto, irrecusable: ambas organizaciones han recurrido en algún momento de su trayectoria a la fuerza como medio para conseguir sus objetivos.
Descartada actualmente por el PSOE la acción violenta como línea de maniobra, no desdeña este partido la agitación callejera, más que rayana en ocasiones con la coacción pura y dura, como escenario válido para hacer política. Recordemos por ejemplo lo sucedido a consecuencia del hundimiento del Prestige, de la guerra de Irak o de los luctuosos atentados terroristas del 11 M: las huestes socialistas, en espontáneas manifestaciones perfectamente organizadas, hicieron de las calles su particular ámbito de histérica actuación para acosar inmisericordemente al Partido Popular. Nueva coincidencia la anterior con el habitual proceder de ETA, cuyos satélites siempre se han desenvuelto con gran soltura en el terreno de la movilización y la algarada callejera. Sin ir más lejos, los indignados del 15 M han recibido mensajes de apoyo tanto desde las filas socialistas como de representantes de los también socialistas Bildu.
Factor inherente al terrorismo etarra es el patológico odio hacia España, siendo el principal objetivo de esta banda de asesinos la independencia del País Vasco, de cuya ciudadanía dicen ser únicos y exclusivos intérpretes. No diré yo que el PSOE odie a España, pero sí que demuestra un notorio desprecio o desdén hacia la misma. Así, un presidente de gobierno perteneciente al PSOE puede declarar que “España es un concepto discutible y discutido” o fotografiarse bajo la sombra de un mapa en el que Ceuta y Melilla aparecen anexionadas por las bravas al Reino de Marruecos y una ministra de Defensa de un ejecutivo socialista puede ser más catalana que española. No dejan en este aspecto los actuales dirigentes del PSOE de seguir la senda marcada por su fundador Iglesias, aliado verbal de los insurgentes cubanos contra los intereses patrios. En clara contradicción, su escaso afecto por la nación española no les impide identificarse en absurda simbiosis con ella si la ocasión así parece requerirlo. Un nuevo punto en el que las analogías entre etarras y socialistas van más allá de lo anecdótico.
Nueva coincidencia ideológica entre ETA y el PSOE es el furibundo anti franquismo de unos y otros –renacido con inusitado vigor durante la época zapaterista y plasmado en la abyecta Ley de Memoria Histórica–, resultando esta concordancia de especial interés. ETA comete su primer asesinato reconocido en 1968, en la persona de un joven guardia civil tiroteado por la espalda. ¿Qué sucedió a partir de entonces? Los terroristas de ETA ganaron reputación de intrépidos luchadores contra el franquismo, ya en sus postrimerías, –contra Franco todo era válido– y recibieron el aliento y sostén de amplios sectores de la iglesia vasca, del gobierno francés, de diversas dictaduras de izquierdas… y de buena parte de la oposición anti franquista, tal vez en el erróneo cálculo de que, en expresión bien gráfica, los terroristas agitarían el árbol y otros recogerían las nueces. La sorpresa fue que, además de anti franquistas, los etarras eran anti españoles, y no cesaron en sus atentados mortales tras la muerte del dictador. Al contrario, el número de asesinatos terroristas aumentó enormemente. En cualquier caso, de no haber recibido ETA tan nutridos apoyos de los opositores a Franco es probable que nunca esta banda terrorista hubiese pasado de ser un grupúsculo marginal desaparecido hace años.
Existe una diferencia tan fundamental como obvia entre ETA y el PSOE: el PSOE no utiliza ni pistolas ni bombas y, no albergo ni la más mínima duda, condena todas y cada una de las acciones violentas de la banda terrorista ETA. Pero ciertas e innegables afinidades ideológicas existentes entre los independentistas vascos y el Partido Socialista han, necesariamente, de tenerse en consideración para entender la propensión del PSOE a chivatazos, negociaciones y “conferencias de paz” de igual a igual. Y no es descartable que los etarras consigan su propósito: ciertas prebendas y una “paz honrosa”, haciendo tabula rasa, sin vencedores ni vencidos. Lo cual, por supuesto, sería una –otra– bajada de pantalones en toda regla y un ataque frontal al estado de derecho y a la democracia.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 18 de octubre de 2011
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