sábado, 15 de diciembre de 2018

Un suponer: indignados al poder


Supongamos que me vuelvo majara y haciendo caso omiso de mis convicciones, me abandono en la perfecta estupidez socialista, la que te pone los pañales, te lava el cerebro en tu primera, segunda y tercera juventud, te saquea en tu madurez y te despacha para la tumba, a poco que el tratamiento médico que necesites se salga del presupuesto.

Ni que decir tiene que ese abandono significa que voy a ganar un montón de tiempo para mí. No tendré que estrujarme la cabeza en cómo motivar mejor a la prole, para que sean mujeres de provecho y como Dios manda. No tendré que estrujarme la cabeza, para asegurarme un buen pasar a la vejez. Ni tampoco perder el tiempo buscando las mejores opciones de compra. Ni volverme tarumba estudiando las distintas opciones de inversión, que me aseguren que el fruto de mi trabajo, después de impuestos, no pierda un ápice de su valor, etc.

Fuera lecturas complicadas, tan imprescindibles para el intelecto como incómodas para el buen pasar. Y de paso, hasta me ligo a la librera que me mira raro cuando le pregunto si no tuviera, por un casual, alguna edición de bolsillo de las obras completas de Bastiat. Así es que, Saramago a tutiplén, Cebrián los fines de semana y de lectura nocturna, esa cosa que ha escrito el abuelo de los indignados-comprometidos con la causa… a favor de acabar de esquilmarnos.

Por fin, dentro del cordón sanitario, tan a gustito, ahorrándome, de paso, unos cuantos disgustos con mis conocidas nazifeministas, amigos y familiares progres y demás buenas personas, tan políticamente correctas y tan iguales, que al final acabas pensando que si desapareciesen todas menos una, la Humanidad no perdería nada. O sea, que para nada afectaría a la “biodiversidad”.

Y entonces caigo en la cuenta de que alguien tendrá que gestionar mi vida y mi patrimonio. Y me encuentro con estos seres perfectamente prescindibles.  O sea, perroflautas pata negra de los de acampada en Sol. Definitivamente, creo que voy a seguir en mi rollo.

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 16 de octubre de 2011

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