sábado, 15 de diciembre de 2018

La pesadilla solidaria


Conocerán ustedes, amigos lectores de Batiburrillo, el caso de la desafortunada niña china que, tras ser atropellada por una furgoneta, permaneció larguísimos minutos tendida en el asfalto sin que nadie acudiese a socorrerla. Yo no he visto las imágenes, pero me han dicho que son realmente escalofriantes. Y si no me lo hubiesen dicho me habría enterado hoy, al ser involuntario testigo de una conversación sobre el particular.

Estaba yo en un establecimiento público en el que tres señoras parloteaban a viva voz ( así mola parlotear ahora) sobre la cuestión mientras esperaban su turno para ser atendidas. Las tres se manifestaban tremendamente indignadas ante la absoluta falta de principios y de solidaridad de los chinos de la lejana China que negaron su auxilio a la desdichada criatura: ¡allí tendrían que haber estado ellas! Se iban a enterar los chinos amarillos esos. Además de cantarles las cuarenta a todos los insolidarios, se llevarían a la niña al mejor hospital de Asia. ¡Hay qué ver a qué extremos estamos llegando!, se lamentaban sentidamente a grandes chillidos mientras miraban orgullosas a la concurrencia. ¡Esto es intolerable! ¡Qué falta de solidaridad! ¡Ya no se respeta a nada ni a nadie! ¡Qué desprecio por los demás! Y así, haciéndonos a todos los presentes partícipes de su profunda aflicción y de su categoría de solidarias, palabra que repetían sin mesura alguna, les llegó el momento de ser atendidas por el dependiente: a esas alturas el moco y la baba embadurnaban por completo el suelo del establecimiento, que empezaba a resultar peligrosamente resbaladizo.

El empleado las saludó con un "Buenos días" que ninguna integrante de tan formidable trío de fraternales solidarias de la solidaridad solidaria y chupiguay, enfrascadas en sus congojas por la niña atropellada, tuvo a bien responder. Una vez despachadas, el dependiente se despidió con el correspondiente "Gracias. Que tengan ustedes un buen día". Aquí sí obtuvo respuesta de una de las chachi solidarias, que lo miró con altivez y prepotencia: "Oye, tú, aquí falta un euro". Revisada la vuelta por el diligente empleado, resultó que el cambio había sido entregado correctamente. El nuevo "Buenos días, señoras" sólo obtuvo la callada por respuesta y allá se fueron las súper solidarias a seguir haciendo alarde de su nobleza y conciencia social por esos mundos de Dios, pensando, sin duda, en lo bien que nos iría a todos si hubiese más gente tan concienciada y solidaria como ellas, siempre pensando en ayudar a sus semejantes.

Mi turno para ser despachado. Tras el oportuno "Buenos días", amablemente contestado, hice un discreto gesto hacia las tres gracias ya en ruidosa retirada. El buen hombre me miró, sonrió e hizo, sin perder la sonrisa, la más profunda reflexión filosófica que he oído en mi vida: "Ya ve: es lo que hay, caballero. Y hay demasiado, créame". Mientras abonaba mi compra lo observé detenidamente: rondando los cuarenta, incipiente calvicie, enormes ojos detrás de sus gafas y cara de veterano de guerra. De soldado de infantería con muchas batallas a sus espaldas. De los que han hecho guardia en las garitas más jodidas durante las noches más frías. De los que saben que las botas pesan una barbaridad cuando el barro de la trinchera las endurece. De los que conocen lo insufrible que puede llegar a ser un uniforme infestado de piojos corretones. Lo suficientemente duro como para no dejarse vencer fácilmente pero con demasiadas heridas acumuladas día tras día como para que no hagan mella. Me despedí de él ("Muchas gracias. Es usted muy amable") y le deseé mentalmente la mejor de las suertes: desde siempre he sentido debilidad por la infantería, por los soldados de a pie que saben batirse, pitillo va pitillo viene, a pecho descubierto y bayoneta calada. Los que saben mantener la dignidad en la victoria y en la derrota. Los que realmente ganan las guerras que valen la pena ser ganadas. Los que no se merecen el desprecio de nadie. Los que saben resumirlo todo en un simple "es lo que hay y hay demasiado" que ni de lejos supone resignación: es ciencia de la vida aprendida bajo la balacera enemiga.

Y con respecto a las tres pécoras, qué quieren que les diga. Las conozco muy bien, mucho más de lo recomendable. Y no me gustan: está de puta madre ser solidarias de boquilla, en la seguridad de que su categoría de solidarias no habrá de verse sometida a prueba, al tiempo que desprecian y dan por saco al prójimo que tienen frente a ellas, al que ven la cara y el nombre en la chapa prendida de la camisa. No se puede menospreciar así a nadie, y menos a un infante en posición de firmes bajo un aguacero de cojones. Detrás de la solidaridad, tal vez la palabra más prostituida del diccionario, hasta el extremo de no significar ya nada, sólo se encuentra la más mugrienta de las insolidaridades. A mí no me engañan con su verborrea vacua, señoras solidarias. Tanto poner a parir a los chinos pero ustedes, solidarias del mundo, no son mejores: ustedes también habrían pasado de largo si hubiesen visto a la niña tendida en el suelo. Y no descarto que le hubiesen pisado la cabeza, para mayor seguridad.

Lo más grave del asunto es que estas tías solidarias se han convertido en una pesadilla recurrente que me martiriza sin piedad. Es imposible librarse de ellas y de su innata gilipollez. Las veo en todas partes. Las veo en coche, saltándose los semáforos en rojo, los pasos de peatones y obstaculizando el paso en los cruces muy solidariamente. Las veo cuando redactan el BOE, repartiendo con alegre solidaridad millones ajenos mientras que a otros les niegan el pan y la sal. Las veo solidarizarse con los pobrecillos asesinos de ETA y su comunicado de paz antes de salir a manifestarse solidariamente a favor del aborto, la eutanasia y los inalienables derechos del oso Yogui y los mirlos blancos. Las veo promulgando solidarias leyes fascio feministas con las que destrozar solidariamente a la mitad de la población. Las veo haciendo del ejército una solidaria organización pacifista reparte bocadillos. Las veo echando 20 céntimos en la hucha del Domund para que coman gracias a su solidaridad todos los negritos pobres del África Tropical mientras desprecian y maltratan a un honrado soldado de infantería. Las veo, las veo, las veo… y me repugnan: éstas solidarias del carajo están consiguiendo con incansable tenacidad que este mundo sea cada día un poquito peor. 

Autor: Rafael Guerra
Publicado el 28 de octubre de 2011

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