Tanto el fascismo como el nazismo, que sería la versión 2.0 del primero, se caracterizaron en sus comienzos por la permisividad de cualquier acto ilegal que fuese agradable a sus convicciones o a sus inconfesables propósitos: el totalitarismo extremo destinado al control indefinido del poder, al que no le bastó con la arbitrariedad y la coacción, sino que más tarde precisó derivar en violencia creciente. Noches de cristales rotos y de palizas siguieron a la quema de libros y de imágenes no deseadas. Y ese fanatismo inicial generó finalmente el horror que todos conocemos.
Exactamente como viene pasando en Cataluña, donde el poder autonómico, que cuenta con fuerzas propias dedicadas a su particular visión del orden, suele disponer que éstas actúen solamente cuando se entusiasman los enemigos, o sea, ante cualquier manifestación de simpatía con España. Cierto que aún no han llegado a las noches de cristales rotos, pero de seguir con la misma tendencia de ahora es de sospechar que tarde o temprano deberán producirse. Y luego lo que le siga, porque ningún régimen despótico logra frenarse por sí mismo y precisa ser abolido por un poder superior. No es el caso del actual poder central o ‘Gobierno de España’, del que jamás sale una simple advertencia o reproche hacia los numerosos excesos que se dan en Cataluña.
¿Qué razones hay para que los encapuchados que aparecen en la imagen superior, que actuaron bajo la atenta mirada de los mozos de escuadra, no fuesen identificados y quedasen a disposición judicial? ¿Acaso no bastaba con que se dedicasen a la quema de la bandera de España y la foto del rey, actos públicos de ultraje a los símbolos nacionales? El simple hecho de subir encubiertos a una tribuna hubiese bastado para detenerles. Lo mismo podría decirse de los que quemaron una figura representativa de la Constitución española, lo que además hicieron bajo los gritos de “caña contra España”, “guerra por la tierra”, “la lucha continúa” y “libertad para los presos políticos”, en referencia a los encarcelados de la banda etarra.
O de esos cientos de nazis que durante todo el recorrido de una marcha ilegal dieron vivas a favor de otra banda terrorista: Terra Lliure. Fueron actos perfectamente preparados, aun cuando algún iluso pudiera catalogarlos de espontáneos, y desarrollados en el ámbito de una manifestación cargada de llamamientos a la violencia y la rebelión. ¿Reacción oficial de la Generalidad? “Ha sido una ‘Diada’ tranquila”. ¡Asombroso! O no, si se tiene en cuenta la frase inicial de este mismo artículo: “…la permisividad de cualquier acto ilegal agradable a sus convicciones…”.
Observadores internacionales han denunciado ya que en Cataluña no se cumplen los derechos humanos. Bien, pues no es preciso irse muy allá de nuestras fronteras para llegar a la convicción de que ese incumplimiento está originado por la condición nazi de un régimen político que todo lo controla en Cataluña.
Régimen que va relevándose a sí mismo mediante sus dos principales corrientes totalitarias: los nazis de izquierdas, formados por un Tripartito cuyo partido principal, el PSC-psoe, ha traicionado a la mayoría de su electorado, y los nazis de derechas, a cargo de la coalición CiU, que fue la que inició el largo período de adoctrinamiento padecido y que es mucho más farisea que la anterior, puesto que ha venido disimulando sus intenciones y no se atreve a llevar en el programa electoral lo que a diario permite exhibir a sus militantes: un mar de “estelades” (banderas independentistas) que claman por la soberanía y a los que en esta última ‘Diada’ han exhortado mediante la consigna ‘Independencia o decadencia’.
Sí, decididamente en Cataluña no hay ‘Diada’ sin numerosos actos nazis consentidos que quedan impunes, lo que certifica a la claras la falta de democracia y el paripé que supone introducir papeletas en las urnas, cada vez en menor cuantía. Ya veremos qué ocurre cuando comience la campaña electoral, tan propicia para la represión de la oposición política al Régimen, incluidos los pactos del Tinell (máxima expresión antidemocrática), los actos notariales de rechazo al PP (suscritos casualmente por el partido que ha presumido durante 30 años de ayudar a la gobernabilidad) y las amenazas de muerte reiteradas. ¿Se justifica la democracia en Cataluña mediante la rutina de votar cada cuatro años? ¡No hay mayor ciego que quien renuncia a ver la realidad de su entorno!
Autor: Policronio
Publicado el 13 de septiembre de 2010
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