Lo peor que puede afirmarse de un territorio es que sus habitantes se encuentren sometidos al despotismo de la clase política, a la que no es posible renovar vista la cerrazón informativa a favor del régimen imperante, donde cualquiera que discrepe se convierte de inmediato en un paria o en un exiliado como este señor o este otro. Tal es el caso de Cataluña, región en la que con frecuencia se prohíbe la libertad individual o se imponen normas de carácter nacionalista, es decir, liberticidas.
Algunos lo hemos visto así desde hace bastante tiempo, y por lo tanto hemos criticado que en Cataluña no se haya llegado a producir la transición democrática que afectó al resto de España, sino que se pasó directamente de una dictadura a otra de signo contrario, desgraciadamente consentida desde el Gobierno central, incluso en las cuatro legislaturas con mayoría absoluta (tres del PSOE y una del PP), al no reformarse una ley electoral que da a los nacionalistas un número de diputados muy superior al de los votos que reciben, lo que les convierte usualmente en árbitros parlamentarios y con frecuencia en chantajistas sin escrúpulos.
Naturalmente, para los adeptos a ese tipo de régimen liberticida, o sea, los separatistas que se muestran encantados con la situación opresiva y de la que deducen que acabará en estado independiente, las críticas sólo pueden partir de nacionalistas españoles, que como poco son la caverna donde se han refugiado los últimos franquistas. Pero esa dictadura existente en Cataluña, lo admitan o no, además de ser real se ha ido acentuando en la última etapa con el gobierno Tripatito y el de ZP en Madrid, que les ha consentido todo, cuando no alentado a ello (caso del nuevo Estatuto), porque así le convenía, hasta el punto de que comienzan a darse cuenta en otros países del modelo tan arbitrario de gobierno existente en Cataluña.
Al semanario The Economist, un medio informativo de calidad, no le duelen prendas a la hora de calificar a Cataluña como “una tierra de prohibición”. Y añade The Economist: “Los catalanes le están cogiendo el gusto a prohibir cualquier cosa que les fastidie”, [ya que] “prohibir las corridas en España es como si un Estado alemán prohibiese las salchichas o una región francesa condenase esas latosas boinas”. Y remata con esta frase: “A muchos catalanes les preocupa menos el bienestar de los animales que rechazar el toro como un símbolo de España”… The Economist reconoce que la afición ha caído en Cataluña, pero añade que en el pasado sí fue una parte importante de su cultura, y “muchos catalanes encuentran otras formas de torturar a los toros en sus fiestas locales”.
No obstante, como los separatistas en Cataluña no pueden prohibirlo todo, al menos de momento, en los espacios culturales donde hay alguna libertad de elección (a pesar de la enorme propaganda a favor de una opción determinada) se advierte que los políticos van por un lado y los ciudadanos por otro. De ahí que, según informa La Vanguardia, “El consumo cultural en Catalunya aumenta y se hace sobre todo en castellano”. Por ejemplo: “en Catalunya el 71% de los libros que se leen están en castellano, el 24% en catalán y el 4% en otras lenguas. El 92% de las películas que se han visto en el cine son en castellano, el 4% en catalán y el 4% en otras lenguas y el 82% de los videojuegos se juegan en castellano, el 2% en catalán y el 16% en otras lenguas. El 61% de la música que se escucha está en castellano, el 6% en catalán y el 33% en otras lenguas, sobre todo en inglés, mientras que el 45% de los conciertos se han hecho en castellano, el 21% en catalán y el 34% en otras lenguas”.
Si a ello se le añade que la última encuesta del Gobierno catalán, reflejada en el ‘Balanç de Política Lingüística’, indica que sólo el 35% de los ciudadanos de Cataluña utiliza habitualmente el catalán de forma preferente, porcentaje que representa casi un 11% menos que en 2003, nos encontramos ante un fracaso rotundo de Carod-Rovira, personaje que ha venido controlando la política lingüística de la Generalidad de Cataluña. Y además lo ha hecho nada menos que durante ocho años y al estilo del más radical comisario político soviético.
La pregunta no puede ser más alentadora: ¿Se estará rebelando una buena parte de la población catalana ante tantas y tan injustas imposiciones? Si es así, ahora solamente falta que esa rebeldía se vaya reflejando gradualmente en las urnas. Incluso en el caso de que CiU, después de las próximas elecciones, alce levemente el pie del acelerador. Quizá los catalanes, a la larga, acabarán por comprender también que los discípulos de Pujol actúan del mismo modo, a veces con guante de seda y mano de hierro, y son los que iniciaron el nacionalismo opresivo que ha vivido Cataluña durante las tres últimas décadas. La verdadera democracia llegará a Cataluña el día en que su gobierno no albergue ningún partido que viva por y para imponer “hechos diferenciales”.
Autor: Policronio
Publicado el 1 de agosto de 2010
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