martes, 20 de noviembre de 2018

Mi hijo va al Dolores Ibárruri (II)


Dolores Ibárruri en uno de sus frecuentes mítines.

En las elecciones de febrero de 1936, Dolores Ibárruri fue elegida diputado por Asturias. Su primera actuación fue exigir y conseguir la liberación de los presos de izquierdas. La ilegal maniobra, ajena por completo a cualquier principio jurídico y democrático, era recordada con cariño y ternura por una anciana Dolores en un famoso documental sobre la Guerra Civil en lo años ¡¡¡80!!! Por más décadas que pasasen, ciertas inclinaciones seguían sin cambiar.

El 1 de marzo, la Pasionaria hacía unas interesantes manifestaciones donde dejaba constancia de cómo entendían los comunistas la República del Frente Popular: “Vivimos en una situación revolucionaria que no puede ser demorada con obstáculos legales, de los que ya hemos tenido demasiados desde el 14 de abril. El pueblo impone su propia legalidad y el 16 de febrero pidió la ejecución de sus asesinos. La República debe satisfacer las necesidades del pueblo. Si no lo hace, el pueblo la derribará e impondrá su propia voluntad”. Toda una declaración de principios y una obra maestra de demagogia, falsedades e incitación a la violencia que difícilmente casan con lo que debieran ser los méritos contraídos para dar nombre a cualquier centro educativo. 


El 2 de abril de 1936 se refería la siniestra Dolores a Gil Robles como “histrión ridículo salpicado con sangre de la represión”. Lo asombroso del caso es que La Pasionaria formaba parte de una comisión parlamentaria designada para investigar los supuestos excesos y atrocidades cometidas durante la represión (del intento de golpe de 1934) sin que sus (es de suponer) escalofriantes conclusiones viesen nunca la luz. 

Siguiendo en su línea violenta e implacable, durante sus actuaciones como parlamentaria (que se redujeron básicamente a la continua exaltación de la insurrección de octubre, el acto más sangriento y antidemocrático del período republicano) habló frecuentemente de “arrastrar a los asesinos” y “encarcelar a patronos y terratenientes”. Es de presumir, no obstante, que tal lenguaje debía de parecerle excesivamente moderado a la fogosa diputada por Asturias y decidió elevar el nivel del mismo pasando a las amenazas de muerte personalizadas. Cuando su camarada José Díaz amenazó a Gil Robles con una muerte violenta el 15 de abril al espetarle que “si se cumple la justicia del pueblo morirá con los zapatos puestos”, ante las lógicas protestas de los diputados de la oposición una belicosa Pasionaria apostilló que “si os molesta, le quitaremos las botas”, además de declarar que “estamos hartos de jueces venales (vendidos)”. En la durísima sesión parlamentaria del 16 de junio, fue Calvo Sotelo el amenazado. Décadas después, la Pasionaria negaría tales amenazas haciendo referencia a que no constaban en el diario de sesiones. Efectivamente. Las amenazas no fueron registradas por decisión del presidente de las Cortes, pero dieron fe de ellas testigos como Tarradellas (“este hombre ha hablado por última vez”) o Madariaga (“este es tu último discurso”). Casualidad o no, todos conocemos el triste destino de Calvo Sotelo.

Tras el estallido de la Guerra Civil, Dolores Ibárruri se convirtió en la indiscutible campeona del “agit-prop” y su figura se agigantó hasta alcanzar dimensiones legendarias. Utilizó sus innegables dotes oratorias para lanzar consignas propagandísticas que harían fortuna y serían repetidas hasta la saciedad y se convirtió en principal animadora de la resistencia republicana. No dudó en fomentar la delación y la represión, llegando a exigir “arrojad al enemigo, haciendo que sus cuerpos sirvan de estiércol que abone las tierras de nuestros campesinos”, bien entendido que el concepto de enemigos para Ibárruri era tremendamente flexible y amplio. Durísimas palabras incluso en situación de franca guerra y demostrativas de una personalidad cruel y sanguinaria. Se le atribuyó a La Pasionaria un papel crucial en la defensa de Madrid en noviembre de 1936, pero parece ser que, frente a lo que dice la leyenda, la prudente Dolores prefirió no dejarse ver en exceso por las amenazadas calles madrileñas.

Por motivos tácticos, buscando el apoyo de las democracias, en plena guerra se presentaron los comunistas como ardientes defensores de la democracia y la libertad, olvidándose momentáneamente de la dictadura del proletariado y sirviendo con fidelidad sin parangón el dictado del padrecito Stalin. En consonancia con la nueva línea a seguir, La Pasionaria manifestaba que “la lucha del pueblo español (…) es la lucha por la paz (…) Ayudadnos a impedir que la democracia sea aplastada en España (…) El gobierno de España es un gobierno legal (…) Nosotros, comunistas, le apoyamos y defendemos porque es la representación legítima del pueblo que lucha por la democracia y la libertad”. Excepcional ejercicio de cinismo y retorcimiento incluso para lo que en Ibárruri era habitual. Parece imposible condensar tantas falsedades en tan pocas palabras, pero la maestría de La Pasionaria para la desfiguración de la realidad era realmente inagotable. No obstante, toda la verborrea de Ibárruri se aplicaba a fines publicitarios. En las reuniones de la dirección del partido se mostraba callada, reservada y sumisa: se limitaba a esperar las decisiones de los enviados de Stalin para hacerlas suyas con entusiasmo sin igual. Dolores tenía perfectamente aprendida la lección sobre cuál era la clave para no dejar de formar parte de una privilegiada nomenklatura.

Convertidos de repente en entusiastas demócratas, el odio de los comunistas se reservaba para el POUM (según las directrices recibidas desde Moscú), acusado de ser un partido “fascista”, “trotskista” e incluso, en pirueta retórica excesiva aun para los comunistas, de "anarco-trotskista fascista". Como exigía la ocasión, Dolores se dedicó con entusiasmo al papel de inquisidora con la energía apropiada: “entre nosotros y los trotskistas hay un abismo de sangre”; “nuestro odio (…) se dirige también contra los agentes del fascismo, los poumistas”. A pesar de la evidente falsedad de las anteriores acusaciones, los miembros del POUM sufrieron en sus carnes el ensañamiento de los comunistas. La sumisión a las exigencias del líder supremo estaba por encima de la tan cacareada unidad antifascista.

Un curioso episodio ocurrido en plena guerra fue el de los amoríos de Ibárruri con el joven Francisco Antón, mozo bien parecido y de escasas condiciones intelectuales. El amancebamiento no fue bien visto por los gerifaltes del partido y se ocultó cuidadosamente a la opinión pública. Antón, excesivamente aficionado al lujo, protagonizó un fulgurante ascenso en la jerarquía del PCE auspiciado por su enamorada (que en evidente exageración llegaría a calificarlo como “la revelación de nuestra guerra”) y actuaría como comisario político mientras Julián Ruiz combatía en el norte. En octubre de 1937, Prieto promulgó un decreto por el que los comisarios políticos en edad militar debían ir al frente. Grande fue la indignación de La Pasionaria con el socialista ante el grave peligro que entrañaba para su amante el decreto en cuestión y no vaciló en usar de forma histérica toda su influencia para proteger al poco ardoroso guerrero de las vicisitudes de la primera línea de combate. Huelga decir que, gracias a la protección de Dolores, la relación de Antón con los fusiles y las trincheras fue nula: es evidente que su aportación al esfuerzo bélico era más necesaria en cuestiones burocráticas y de alcoba.

El 1 de abril de 1939, terminaba la Guerra Civil con el triunfo inapelable de las tropas de Franco. Pese a que había predicado con no poco entusiasmo que “más vale morir de pie que vivir de rodillas”, entendió Dolores que su propaganda no era aplicable a ella misma y optó por refugiarse en la URSS. Sin duda, la muerte era algo demasiado radical y en el paraíso de los trabajadores no dudó Dolores, en nueva contradicción con sus propias palabras, en hincar la rodilla sumisamente ante su reverenciado Stalin. Otros compatriotas se verían obligados a vivir arrodillados sin disfrutar de tantas comodidades como la privilegiada Pasionaria y compinches. Veremos próximamente que la endiosada Pasionaria no se preocupó en ningún momento por su suerte.

Autor: Rafael Guerra
Publicado el 30 de agosto de 2010

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