martes, 20 de noviembre de 2018

Mi hijo va al Dolores Ibárruri (I)

La Pasionaria rodeada de milicianos.

Estas palabras las pueden decir miles de padres en toda España refiriéndose al centro educativo al que asisten sus hijos y prueban que la Memoria Histórica de memoria tiene bien poco y se reduce a simple manipulación. Es por eso que quiero dedicar unas líneas a repasar brevemente la trayectoria política de tan siniestro personaje (siniestro no sólo por su orientación política). Trayectoria política por otra parte gris y mediocre de una figura burocrática y cruel ensalzada hasta el delirio por una eficaz propaganda que consiguió convertirla en mito e icono de la libertad y la democracia, mérito nada desdeñable. Es significativo que (según me cuentan) en un espectáculo del cantante Serrat, las imágenes que sirven de fondo a una canción que trata sobre la “libertad” son, entre otras, las de La Pasionaria y Carrillo. Peculiar elección por parte del moderno trovador y harto demostrativa de lo flexible que es el concepto de libertad en los tiempos que corren. Líbrenos Dios de tener que disfrutar de la libertad propugnada por tan ilustre y reivindicativo artista. 

Dolores Ibárruri nació en Gallarta en 1895. De profundas convicciones religiosas, le hubiese gustado ser profesora, pero no pudo intentarlo por falta de recursos económicos. Pronto se sintió interesada por el socialismo, al igual que su marido Julián Ruiz. Participó en la salvaje huelga revolucionaria de 1917 en labores auxiliares, según su propia versión, fabricando rudimentarios artefactos explosivos. El carácter violento del personaje salía a relucir en época bien temprana de su vida, igual que serían sus métodos preferidos de actividad política.

Tras la escisión del PSOE, optó por integrarse en el minúsculo PCE, siendo designada miembro del Comité Provincial de Vizcaya gracias al apoyo de una de sus posteriores víctimas, José Bullejos. Desde este puesto empezó a destacar en las que serían su principales características definitorias en materia política: el innato e innegable talento para la oratoria vacía, la demagogia, la propaganda y la agitación. Los años demostrarían que dominaría como nadie tales habilidades.

Homenaje a Dolores en la inauguración de una calle a su nombre. A destacar la bandera republicana, de memoria tan infausta.

En 1931 se trasladó a Madrid como redactora de Mundo Obrero. Teniendo en cuenta que su formación había sido bastante escasa (pese a que en sus hagiografías se la presenta enfrascada en sesudas lecturas de Marx y Engels, lecturas harto improbables), el hecho deja constancia de cuál era la calidad intelectual del panfleto en cuestión. Sufrió pena de cárcel y, según sus hagiógrafos, rápidamente se convirtió en la indiscutible líder de las presas “olvidadas de Dios y de los hombres”. Posteriormente, y nuevamente con el apoyo de Bullejos, ingresaría en el Comité Central del PCE.

En 1932, debido a su supuesta excesiva independencia con respecto a Moscú, la Komitern decide expulsar a Bullejos de la secretaría y del propio partido. Dolores, estrecha colaboradora, supo distanciarse a tiempo del defenestrado Bullejos y criticarlo con la requerida severidad, tras haberle recomendado previamente (con su deslealtad característica) que “resistiese”. Por última vez en su vida hizo Ibárruri una humillante y servil autocrítica orientada a mantener el favor de los mandamases de la Komitern: “Todos los miembros del Comité Central tenemos una parte de responsabilidad por haber sido débiles, por haber sido cobardes, por habernos prestado a ser comparsas de un Comité Ejecutivo sectario”. Demostró así Dolores poseer una virtud política indispensable para sobrevivir en el complicado y peligroso universo comunista: olfatear de qué lado soplaba el viento y saber apostar a tiempo por el caballo ganador, sin mostrar vacilaciones a la hora de pisotear y traicionar a cuantos compañeros y camaradas fuese necesario. No sería el ingenuo Bullejos el único cadáver político que dejase en su camino. Lógicamente, ingresó en el nuevo Buró Político impuesto desde Moscú, siendo su principal aportación a la causa la de servir de poste repetidor de las consignas impuestas por el amo soviético.

El año 1934 sería clave en el posterior devenir de la carrera de Ibárruri. La participación del PCE en la intentona revolucionaria de octubre fue absolutamente anecdótica pero, ante la inhibición de los principales actores de la insurrección armada, sabría sacar buenos réditos políticos de la misma. La Pasionaria se movió como pez en el agua en la demagógica campaña de explotación de la represión, utilizando sus habituales recursos con singular maestría: manipular, exagerar, falsificar, mentir, difamar, distorsionar…De esta forma aportó su grano de arena en el propósito de conseguir excitar a las masas, fomentar un ambiente de odio y polarizar en mayor medida la escena social y política española. Al tiempo, su destacada labor de agitación convenientemente amplificada por el aparato propagandístico del partido la convirtió en una figura conocida y popular a nivel nacional.

En 1935 fue nombrada presidenta del Comité Nacional de Mujeres Antifascistas, organización propagandística que no podría haber encontrado mejor cabeza visible. Sus dos hijos que seguían vivos residían en Moscú, aunque (con la hipocresía que siempre caracterizó a Ibárruri) en ventajosas condiciones como dignos hijos de una dirigente de primera línea y no como sufridos y esforzados proletarios. Se aproximaban las elecciones de febrero de 1936 y la Guerra Civil, donde la estrella de su madre brillaría con más intensidad que nunca. Lo veremos próximamente.

Autor: Rafael Guerra
Publicado el 23 de agosto de 2010

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