martes, 20 de noviembre de 2018

Hablar del Barça sí es hablar de política (y II)

El entonces presidente del Barça, Sandro Rosell. 

Contra lo que pueda parecer, hablar del Barça sí es hablar de política, sobre todo durante la etapa de Laporta, un individuo al que le sonrieron los éxitos deportivos gracias a que encontró un auténtico filón de grandes jugadores almacenados en la Masía y a un entrenador, Guardiola, que supo aplicar un tipo de juego moderno y de control del balón mediante el cual llegan despacito a las proximidades del área contraria, donde aprietan el gatillo para lograr la jugada fulminante que debe culminar en gol. Como a menudo hace Messi, que para el Barça fue un regalo del Cielo a pesar de que su familia tuvo que volverse a la Argentina porque la hermana no soportaba la discriminación lingüística

Sí, el modelo de juego del Barça, que algunos dicen se inició en la Selección Española de la última Eurocopa ganada por España bajo la batuta de Luis Aragonés, ciertamente enamora y hace que cualquiera, máxime si ha practicado el fútbol y advierte sus dificultades, se reconcilie con esta apasionante modalidad deportiva que los italianos convirtieron en un asco con su “catenaccio”. Pero en el Barça no sólo priva lo deportivo, sino que es una plataforma propensa a servir de banderín de enganche de ciertas ideas políticas que no suelen recoger suficientes votos en las urnas. No hablo del catalanismo, que vendría a ser la versión descremada del nacionalismo y es un traje que al Barça no le sienta demasiado mal. Me refiero, obviamente, al separatismo catalán, en el que debe concluir todo nacionalismo que se precie y sobre el que aún hay partidos, como en el caso de CiU, que no se atreven a proponerlo abiertamente. 

El separatismo del ex presidente Laporta, ahora confeso al dejar el club y antes oculto pero con numerosas muestras de un nacionalismo radical, es lo que menos puede convenirle a una entidad como el Barça, con el 59% de sus peñas deportivas ubicadas en el resto de España y el 6% en el extranjero. Si Cataluña llegara a separarse, lo que no es descartable visto el derrotero que lleva su clase política y la apatía de muchos votantes catalanes (del actual “Gobierno de España” prefiero no hablar), el primer efecto colateral en el ámbito de las instituciones deportivas lo sufriría el Barça, que en lugar de ser “más que un club” pasaría a ser una mierdecilla de club, obligado a jugar en una liga catalana que no daría la talla ni de lejos, o como mal menor implorándole a Francia que le dejara integrarse en su liga, como hizo el Mónaco, y eso si no acabaran pidiéndole a la Federación Española que a efectos de ubicación equipara al Barça con el Andorra y le dejara participar. En cualquier caso, siempre con la espada de Damocles sobre la cabeza y a expensas de lo que el nacionalismo catalán tuviese a bien disponer para su “buque insignia”. ¡De pena!

Parece que el nuevo presidente, Sandro Rosell, ha iniciado su mandato con otro aire. Ya veremos lo que tarda en llegarle el “golpe de estado” promovido por los partidos políticos. No obstante, bienvenida sea cierta racionalidad en el Barça.  

Autor: Policronio
Publicado el 29 de agosto de 2010 

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