Imagen de la "playa estupenda" que se cita en el artículo. |
He sido del Barça desde bien pequeñito. Durante mi etapa escolar, en un colegio situado a menos de 100 metros de una playa estupenda, cuando sonaba la hora del recreo los chavalillos solíamos zumbando hacia la arena y organizábamos un partido de fútbol bajo la atenta mirada del maestro, que aprovechaba el momento para fumarse un par de cigarritos (de los de liar) y tomar café en un bar cercano, a la vista. Esos partidos, en realidad partidazos como consecuencia de la enorme rivalidad entre la chiquillería, se disputaban siempre entre dos grandes equipos: El Barça y el Bilbao.
Y que nadie me pregunte por qué no se escogía al Madrid como referente de uno de los bandos, simplemente lo ignoro a pesar de que por entonces el Madrid había ganado ya un montón de títulos, incluidas varias copas de Europa. Éramos del Barça y del Bilbao, único equipo del que siempre se alegaba que todos sus jugadores eran españoles. ¡Cómo cambian los tiempos!
Es más, como los del Barça ganábamos casi siempre (francamente, contábamos con unos cuantos elementos de primera fila), los del Bilbao se cabrearon un día y decidieron que había que cambiar de equipo. Ellos serían el Hércules de Alicante. Los del Barça nos reunimos en un aparte y aceptamos el cambio: Nosotros, perfectamente ignorantes de la rivalidad entre ambos clubes, pasamos a ser el Español de Barcelona. Ganamos igualmente, por descontado, de modo que al día siguiente volvimos a la normalidad: El Barça contra el Bilbao.
Yo era del Barça hasta el tuétano, como sólo puede serlo un niño. Cómo no iba a serlo, además, si la mitad de mi familia se había marchado a Barcelona en busca de trabajo, eso sí, con la promesa de que alguna vez me llevarían con ellos. Y claro, yo me entrenaba siendo del Barça para cuando llegase ese día. Lo mismo que ocurría con otros muchos ‘zagalicos’ del pueblo, que el que no tenía a sus padres en Barcelona, trabajando ya y a la espera de lograr una vivienda, tenía en esa ciudad a sus hermanos u otro familiar allegado.
Sí, en mi caso sólo podía ser del Barça, un equipo que representaba a la ciudad quimérica donde a los perros los ataban con longanizas, en la que circulaban autobuses de veinte pisos (luego me enteré que sólo eran de dos) y que, a diferencia de la provincia donde yo vivía, abandonada a su suerte por los gobiernos de los últimos 300 años (esto lo supe mucho más tarde), el bienestar estaba al alcance de cualquiera que tuviese ganas de prosperar mediante el esfuerzo. Y así, día a día, partido a partido en los recreos, ¡cómo no ser del Barça! Si además era divertido y se jugaba en la arena.
Autor: Policronio
Publicado el 26 de agosto de 2010
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