martes, 23 de octubre de 2018

¿Se tiraría el Ebro al mar si fuese petróleo?


Hace unos días mi compañero Carlos J. escribió sobre la desgracia de un río Jabalón desbordado que anegó numerosas hectáreas de huerta en el Campo de Calatrava. Lo que para los habitantes de esa comarca tan entrañable, por española y por manchega, supone un inicio de año hermanado con la desesperanza. Bien que lo siento por ellos, aunque yo no sea manchego como Carlos J. 


Nos intercambiamos algún correo al respecto y a mi vez le dije a Carlos J. que otro tanto había sucedido aquí, en la Región de Murcia. Es decir, más de una comarca del litoral murciano ha visto desgraciadas sus plantaciones de cosechas extratempranas a causa de unas lluvias anormalmente altas en esta época del año y en estas tierras del Sureste. Lo que sin duda alguna supone llover sobre mojado, o sea, desgracia sobre desgracia dentro de la crisis integral que nos afecta a todos los españoles, tanto económica (muy seria) como moral (atroz). 

Espero que nadie entienda que abogo por la vuelta al antiguo régimen, pero está claro que cuantos posean un mínimo de amor a la verdad reconocerán conmigo que los pantanos y las obras hidráulicas de importancia dejaron de acometerse en España, digamos al ritmo adecuado, en cuanto murió Franco. Y lo que es peor, contra lo que afirma nuestra actual Constitución (un auténtico papel mojado en tantos aspectos) ahora el agua les pertenece a los políticos de los territorios por donde circula y no hay región que no pretenda blindar sus caudales, no importa si el destino es el mar con tal de que la comunidad vecina no se aproveche de ellos y prospere algo de su ancestral miseria, como sería el caso de los murcianos. Una prosperidad que suscita el temor a la competencia y, sobre todo, alerta sobre la marcha de la población propia hacia otras áreas de mejor clima o, si se quiere, de más sol y temperaturas menos extremas.

Tal es el caso de Aragón y de Cataluña respecto al Ebro, cuyos gobiernos regionales practican la obscena política del tuerto que aspira a dejar ciego al vecino. Pero sucede otro tanto, si se quiere con bastante menos malicia, respecto a Castilla-La Mancha, donde en el nuevo Estatuto los políticos (no confundir con el pueblo) pretenden introducir como blindaje que el Tajo posea un mínimo de 6.000 Hm3 antes de cederle una gota a nadie. Lo propone así el PSOE, lo que no me extraña, lo acepta la interesada Cospedal, que ante todo quiere ganar las autonómicas para retirarse a vegetar en su pueblo, y dicen que igualmente el tibio Rajoy lo respalda en contra de toda política de Estado. 

Como es lógico, murcianos, valencianos y almerienses están que echan las muelas, puesto que algo así supondría darle carpetazo al trasvase Tajo-Segura. No hay más que fijarse en un dato: Los pantanos del Tajo acumulan 3.500 Hm3 de agua, de donde se deduce que mucho tendría que llover en esa cuenca para que la generosidad, en forma de goteo, llegara a las cosechas del Sureste. Todo un disparate que pretende el uso de la superchería lingüística para que nadie advierta que en realidad se quiere cerrar el grifo a los 500 Hm3 que a veces (no ocurre cada año) circulan hacia al Levante, incluido Albacete.

La pregunta que da pie al título, y que me ha hecho pensar en ella cada vez que he comprobado una venta de agua de los ribereños del Tajo a los murcianos, induce a pensar en la posibilidad de que se establezcan unas normas más sensatas que contenten a todos, de tal forma que a los cedentes del agua les aporte un buen dinero y a los receptores les compense el pago que realizan. De ser así, unos y otros tal vez decidieran que a tanto el barril de agua, siempre de acuerdo con el precio que determine el mercado, podría ser el negocio ideal en el que ambas partes lograran beneficio. Si se supiera que la demanda de agua iba a ser alta, con clientela garantizada, quizá los habitantes de ciertas comarcas incluso tomarían la iniciativa de construir los nuevos embalses que estos gobernantes de ahora no acometen, ya que prefieren dilapidar el dinero público en toda suerte de subvenciones y regalías a los amigachos, comenzando por unos ecologistas cuyo lema principal es oponerse a cualquier obra que moleste a los animalitos del campo. Haya o no haya animalitos. Eso sí, a los humanos que nos den dos duros. ¿Si imagina alguien a los catalanes tirando el agua del Ebro si pudieran sacarse unas perrillas por ella? ¡Pues eso!

Y todo podría ser así, claro está, siempre y cuando que los ciudadanos fuésemos capaces de blindarnos de la consabida siembra de discordia que los políticos utilizan en beneficio propio. Sí, sé que todo suena a utopía y que el 28 de diciembre hace días que pasó. Lo que ocurre es que a uno le gusta soñar el sueño de los soñadores.

Autor: Policronio
Publicado el 4 de enero de 2010

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