jueves, 16 de agosto de 2018

Vidal-Quadras, un estadista desaprovechado (II)

Alejo Vidal-Quadras Roca

Como apunté en el artículo anterior sobre Vidal-Quadras, he vivido en Cataluña durante todos los años en los que este gran político presidió el Partido Popular en la región. Bien, en realidad he vivido allí todos todos esos años y unos cuantos más. Años vividos con la intensidad propia, no carente asimismo de ingenuidad, de los jóvenes que nos considerábamos de izquierdas y, por lo tanto, opositores a todo despotismo, inicialmente al régimen franquista y luego al nacional-burgués de Jordi Pujol, el peor cáncer político que ha padecido Cataluña y del que se derivan muchos de los actuales problemas de España. El peor cáncer despótico, repito, asombrosamente declarado benigno a posteriori por los políticos catalanes de todos los partidos, PPC de Piqué incluido, ¡que la cosa tiene guasa! 


Según avanzaba el liderazgo de Vidal-Quadras en el PP de Cataluña, muy especialmente a partir del 88, cuando asumió la portavocía de su Grupo en el Parlamento catalán, y hasta que abandonó la presidencia regional del partido en el 96, se fue logrando ampliar el número de afiliados y el de votos recibidos en las diversas elecciones, fuesen autonómicas, municipales, generales o al Parlamento europeo. No sabría indicar ahora en cual de ellas se produjo, pero lo cierto es que en una de esas elecciones el PP llegó a ocupar la segunda plaza entre los partidos catalanes más votados.

La trayectoria ascendente de los populares acabó poniendo de los nervios al propio Pujol, que sentía ciertamente amenazada su obra “creativa”, sobre la que no amainaba la crítica de un Vidal-Quadras que le había ridiculizado en varias ocasiones en el “Parlament”. Y hasta tal punto fue así, que el convergente se fijó como primer objetivo político cercenarle la cabeza a quien no cesaba de susurrarle a micrófono abierto: “Jordi, recuerda que eres mortal”. Porque Vidal-Quadras, entre otras muchas virtudes, siempre han mantenido la constancia, la laboriosidad, la capacidad de multiplicar su presencia en los lugares clave y unos objetivos nítidos y leales con España. Como leal a toda prueba, por muchas perrerías que le hayan hecho desde la Ejecutiva en Madrid, ha sido siempre su militancia en el Partido Popular.

En el 96 llegó el triunfo minoritario de Aznar frente a González en las generales, y en esa situación Pujol vio el Cielo abierto: disponía de la llave de la gobernabilidad. De modo que el “desinteresado” Jordi, que no deseaba continuar apoyando a Felipe porque tanto fango y corrupción acabarían por salpicarle, jugó bien sus cartas de tahúr y fingió dejarse querer por los populares. Los apoyaría si se cumplían una serie de condiciones que finalmente quedaros reflejadas en el “Pacto del Majestic”, un hotel de Barcelona ubicado en el Paseo de Gracia. Ambas formaciones, encabezadas por Rodrigo Rato y Miquel Roca, acabaron poniéndose de acuerdo para todo un pacto de legislatura. Recuerdo ahora —esta serie está escrita de memoria— que incluso presumieron de transparencia. Cierto, pero no del todo. Porque la principal decisión de aquel pacto contra natura, establecida directamente entre Aznar y Pujol y ajena al “Majestic”, fue la de ofrecerles a los nacionalistas la cabeza de Vidal-Quadras, y además en bandeja de plata. 

Pujol había ganado finalmente el largo pulso mantenido con su mayor rival, y por lo tanto había perdido Vidal-Quadras. Pero perdió mucho más Aznar, entonces un auténtico pardillo del que podría asegurarse que, salvo en lo económico, jamás dispuso de excesivas luces ni de interés para atajar la deriva de un nacionalismo catalán que comenzaba a declararse, ya sin miramiento alguno ni disimulos, como el enemigo más feroz de la Nación española. Perdieron, sobre todo, Cataluña y el conjunto de España. Perdió la igualdad de los españoles ante la Ley, que comenzó a conculcarse descaradamente con la última reforma lingüística de Pujol en el 96, y ganó un nacionalismo que año a año había ido radicalizando sus exigencias y su victimismo. Un nacionalismo que hoy es directamente independentismo y anexionismo, perfectamente capaz de contagiar a otras regiones y al que no se le adivina el fin.

Visto este asunto con cierta perspectiva, condición imprescindible para pronunciarse con algún criterio, pocas dudas caben respecto a quiénes fueron los vencedores y vencidos. Aznar, a quien algún tiempo atrás llegué a considerar erróneamente un estadista, resultó brillantemente derrotado por haber cometido el mismo error de principiante que los legisladores de nuestra Constitución: Confiar en los nacionalistas y dar por bueno el modelo de las autonomías, que creían conciliador. Un error espantoso que no se molestó en subsanar durante sus cuatro años de amplia mayoría absoluta. Todo lo contrario, en esa etapa apoyó gratis la minoría convergente en Cataluña, o si acaso al módico precio de que Pujol no pidiese aún un nuevo Estatuto. 

Autor: Policronio
Publicado el 9 de abril e 2008

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