Alejo Vidal-Quadras Roca |
En Libertad Digital hay una encuesta para que escojamos a los políticos del Partido Popular que nos parezcan más idóneos. Me ha llamado la atención, puesto que siempre supuse que no se le conocía lo suficiente, que Alejo Vidal-Quadras figure en el tercer lugar más votado de esa relación, a continuación de María San Gil y Esperanza Aguirre, casi empatadas a votos. En mi opinión, ambas señoras poseen una gran valía, pero mientras María es todo coraje en su papel de opositora al régimen nazi que se vive en el País Vasco, y no sabemos lo que daría de sí a la hora de asumir hipotéticamente la presidencia del Gobierno de España, Esperanza no solamente posee idéntica bravura, sino que es un valor muy contrastado y con amplia experiencia en cargos ejecutivos de gran responsabilidad. Ahora bien, la pretensión de este artículo no es hablar de ellas, sino del tercero en la lista: Alejo Vidal-Quadras Roca.
He vivido en Cataluña durante todos los años en los que Alejo Vidal-Quadras fue el presidente regional del PP, entonces aún no denominado PPC, un atributo que le llegó al partido, creo, en tiempos del ex convergente y ex ministro Josep Piqué, el cual pretendió desde el primer día confundirse con el paisaje, de preponderante arbolado nacionalista, y lo único que consiguió con ello fue desconcertar a sus militantes y desinflarle la moral a la única formación política netamente española, a la par que catalana. La llegada de Piqué supuso una auténtica involución respecto a la política transparente y de firmeza mantenida por Vidal-Quadras en relación con el nacionalismo, al que criticaba con tanta crudeza como ingenio y veracidad, usando siempre en sus entrevistas, mítines o discursos una batería de argumentos incuestionables, cargados de ejemplos sobre la escabrosidad del Gobierno regional, que pretendían contrarrestar, al menos en parte, el intensivo adoctrinamiento nacionalista de la población catalana.
Digamos que Pujol supo siempre cómo crearse una nación de diseño a su medida, en la que acabase figurando como padre excelso de la “patria”, lo que hasta cierto punto ya ha logrado. Su plan, destinado a satisfacer el ego de un ser prepotente, consistía en acometer una transformación radical de la sociedad catalana, despojándola de cualquier sentimiento de españolidad. Sobre ese plan, Pujol comentó a menudo que se precisaban 50 años para llevarlo a término. Él, por supuesto, no lo denominaba plan de transformación, sino de normalización, como si en los últimos siglos, ya que hablaba de remontarse a la época idílica de los Austrias, los catalanes hubiesen sido anormales.
Por su parte, Vidal-Quadras no desconocía cómo evitarlo ni cómo desenmascarar todas sus falsedades y trapicheos. Es más, ambos sabían al dedillo lo que se proponía el contrario y ambos, a su vez, estaban seguros que con el tiempo se impondrían sus respectivas tesis políticas. Jordi Pujol advirtió desde el primer momento que la educación, la normativa lingüística, los medios informativos a cargo de la Generalidad —como la TV3 y Catalunya Radio— o generosamente subvencionados y la aberrante falsificación de la Historia de Cataluña en relación con España, adulterada sin el menor complejo en todos los ámbitos que fuesen necesarios, acabaría creando un poso de nacionalismo que decidiría a su favor al cabo de dos generaciones, de ahí los 50 años de espera. La impresión que poseo en este momento es que Pujol se pasó bastante de frenada, adoctrinando más de la cuenta a estratos de población que no convenía, y eso acabó por perjudicarle a él mismo y a su partido, si bien ya lo comprobaremos más adelante.
Autor: Policronio
Publicado el 6 de abril de 2008
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