"Joer, desde luego que agosto no es un buen mes para trabajar" |
No es que me traiga a mal traer el recuerdo de la veinteañera volando (en todos los sentidos), es que las dos únicas neuronas con las que cuento, que conservan intactas sus condiciones naturales de asociación, se empeñan en proyectar a la vez, entremezclándolas con audio y vídeo, las imágenes de Kite Quait —conocido hasta antes de ayer como Quiterio—, llorando como una Magdalena, sin duda ignorante del trasiego que iba a sufrir su memoria, y ese agraciado salto alado de la ninfa, pecaminoso, frustrado y prohibido a partes iguales. Así es, las imágenes de Kite y la veinteañera se entremezclan en mí a todas horas. En el pecado llevo la penitencia, nunca mejor dicho y escrito.
“Es que lloro porque soy maricón”. “Mira Kite —le dije cortante—, si lloraras porque eres o fueras maricón, casi me haría gracia. Lo que no tiene gracia es que lloras porque eres tonto, tonto del culo, dicho con todo el rigor del que soy capaz en estas circunstancias”. “O sea, que además de ponerme un nombre que no me gusta un pelo, ya público en toda la red, te atreves a decirme tonto”. “Tonto, no, tonto del culo”. Y colgué.
“¿Charly? ¿Eres tú?”. “Si marcas el número de mi móvil y le das a la tecla del telefonillo verde, lo lógico es que te conteste tu amigo del alma. Sí, soy yo. ¿Qué se te ofrece?”. “Querría, con matices, quisiera, con precaución y me gustaría, con cautela, tener una conversación de hombre a hombre contigo. ¿Sigues de vacaciones?”. Seductor. “Depende. Si es para cenar en buena compañía y luego “qué”, estoy de vacaciones. Si es para darme el tostón con el nuevo partido de la red, acompañado de tu nuevo nombre, estoy liadísimo. Tu verás”. “No se trata de eso”. Impaciente. “Pues tu me dirás”. “No se puede decir por teléfono”. Misterioso. “De acuerdo. Fecha, hora y lugar”. “Hoy. Siete de la tarde. Club de Campo. Sin veinteañeras a la vista”. Tajante, conforme a su nuevo nombre.
La primera vez que me topé con mi amigo Quiterio —Quite para los amigos, antes; ahora, Kite Quait, mal que le pese y por pesado—, lo vi…, ciertamente desvencijado. Su abrigo era una mala oda a la pintura con gotelé, se mostró cobardón y algo tembloroso, actitud comprensible si se piensa que en aquella reunión estaba rodeado por lo mejor de cada casa, magna aportación del “rural manchego” a la cuna del saber de los Jesuitas en Ciudad-Real. No me dio en absoluto ninguna lástima, ni pena, ni la madre que lo parió, señora que no descansará hasta que uno de ellos descanse en paz. No, no sentí lástima incluso a sabiendas de que su vida, bueno, sin exagerar, su presencia corría grave peligro de sufrir ciertas alteraciones a causa de la dinámica de las almas y la estática forzosa de los cuerpos. Vamos, que lo iban a freír a hostias, con todas las letras.
El caso es que nos vimos los caretos a la hora, día y lugar convenidos. “A juzgar por el contenido del cenicero y de la humedad de la barra que lo rodea, se diría que llevas aquí más de media hora”, me dijo altanero. “Si fueras mi mujer, me desharía en excusas y gilipolleces propias de ex alcohólicos anónimos y simpatizantes de la liga anti tabaco. Pero como eres tú y nadie más que tú, me voy a permitir invitarte a un agua con gas. Yo tomaré un güisqui con soda”. Para chulo yo, y mis circunstancias.
Mi amigo Quiterio —Kite ahora y para los restos— siempre llevó mal lo de la incrustancia en la profesión jurídica, como él la llama, y su negocio de servir copas de garrafón al “pormenor”, con supuesto origen de buen licor “al por mayor”: “Chinito no factura”. Lo que le costó más de un disgusto y alguna que otra denuncia travesera, a la que no dio ninguna importancia por la sin par intervención de alguno de sus amigos “conocedores” del caso. Cosas de la falta de criterio, dicho con magnanimidad, o de empeñarse en lucir título enmarcado en plata y azabache, qué hortera, para lucimiento de su local, más hortera que la madre que lo parió.
De modo que provistos de agua con gas, él, y güisqui con soda, yo, nos atrevimos a afrontar lo delicado de la situación. “Charly, tu bien sabes que soy liberal, la prueba es que te aguanto. Miro y leo, depende de la situación, las páginas esas que me dices de la Red. Me he apuntado a un partido de no se quién, con nombre en inglés. No te asustes que no va por ahí. El caso es que… ¡¡no sé quién cáspita fabrica las Panamá Jack!!”.
Joer, desde luego que agosto no es un buen mes para trabajar.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 7 de septiembre de 2007
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