sábado, 7 de julio de 2018

Mi amigo Quiterio o el sexo de los án... geles

Agosto no es un buen mes para trabajar.

Mi amigo y colega Quiterio sigue empeñado en que le apañe el nombre, nombre que le debe a su abuela materna, que en paz descanse. O sea, que le busque un nombre artístico con objeto de no hacer el puto ridículo en su afán de afiliarse —apuntarse o lo que corresponda— a un nuevo, novísimo y prometedor partido político —como todos—, despampanantemente destinado a librarnos del yugo/sino de la naturaleza humana, principalmente.


Creo que no lo he dicho. Mi amigo Quiterio —“Quite” para los amigos—, que es rubio por parte de madre y maricón por parte de sí mismo, no tiene suficiente dinero para ser gay, por parte de padre. No es progre, mire usted por dónde, porque Zerolo le parece poca cosa, la verdad, y tampoco es de derechas porque no se ve capaz de enrollarse con un registrador de la propiedad, que nunca le va a poner un piso, por tacaño, dice él. O sea, que es maricón y punto, que no es lo mismo que marica.com, como pretende su cuñado el informático, un tipo revenío, mala leche y un punto cabrón, que nunca alcanzó la categoría de dos puntos a causa de la falta de calcio de la que adolece, desde que su padre, republicano él, se negara a acogerle a los programas de “bebe leche en polvo o en polvo te convertirás”, con el que Perón nos obsequiaba en nuestra —y suya— más tierna infancia.

“Quite, tu nombre es perfecto para lo que pretendes, no me hagas perder el tiempo en tontunas, que llega septiembre, acaban las vacaciones de los jueces y tenemos que correr”, le dije con el tono más razonable y amistoso que me permitía el hecho de que, cuando sonó el móvil, estaba intentando ligar con una veinteañera de morfología perfecta, estudiante de derecho y manifiestas intenciones de burlar la vigilancia de su señor padre. “Ya, pretendes escurrir el bulto”, me contestó Quite. “No pretendo escurrir el bulto”, le dije bastante cabreado. “Cuando aceptes mi oferta  para darte un nombre artístico, hablamos”. “Que poco valoras la amistad”, acerté a oír entre lloriqueos. “Vale, tu nombre es Quait,  Kite Quait”, le dije compungido, mientras la veinteañera hacía alardes de elasticidad, tirándose de cabeza a la piscina del Club, para tranquilidad de su padre.

Agosto no es un buen mes para trabajar.  
   
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 2 de septiembre de 2007

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