sábado, 14 de julio de 2018

Contribución a la “Memoria Histórica”: El nomadismo de Falange (V)

Una de las imágenes más difundidas del Madrid frentepopulista descrito por D. Rogelio Latorre en sus diversas series de artículos.

Los porteros de mi casa

Los cito en El nomadismo de Falange (IV). Respecto a ellos, deseo hacer constar que eran anarquistas y algo radicales, sobre todo la mujer, que se llamaba Teresa y solía exaltarse en sus manifestaciones. Por mi parte nada tengo que reprocharles: hicieron lo que pudieron por mi familia. Y eso que apenas nos conocían, pues llevábamos viviendo en aquella casa desde abril del mismo año: unos tres o cuatro meses. A los milicianos les decían que a mi hermano Rafael y a mí nos había sorprendido la guerra con los “facciosos” —lo mismo que hacía mi madre—, aunque bien me habían visto, sobre todo los días 18, 19 y 20 de julio, entrar y salir de casa con alguna frecuencia y a horas inusuales.


Los porteros acabaron acusados de haber denunciado a cuatro vecinos, asesinados por los milicianos rojos. Uno de ellos era hermano de Delgado Barreto, el  director del diario La Nación. Otro, que vivía puerta con puerta con nosotros, don Vicente de la Vega, director de La Papelera Española. De los otros dos no sé su nombre, pues no los conocía. Al terminar la guerra, los porteros estuvieron dos años presos hasta que se depuraron sus responsabilidades, quizá un tiempo excesivo, pero en parte justificado como consecuencia de la abundante población que en Madrid había cometido infinidad de delitos que no podían quedar impunes. Ahora bien, lo cierto es que al final salieron sin consecuencias de la cárcel, lo que me afirma en su inocencia respecto a la complicidad con las referidas muertes.

Mis detenciones

También menciono que fui detenido dos veces. Sin consecuencias graves por mi edad, pues tenía 15 años cuando sucedieron ambas. Una de ellas, la de más duración, lo fue junto a otros dos falangistas: Carlos Montero Ponce de León, de la escuadra 24, asesinado el 01-10-36 en el cementerio de Vallecas y el otro cuyo nombre de pila era Agripino, del cual, aunque tuve mucho, muchísimo trato con él, no recuerdo su apellido o, tal vez, nunca lo supe. Para todos era: Agripino, un fotógrafo cubano, mulato, de la 4ª Centuria, pero de otra escuadra, al que le faltaba un brazo. Sobrevivió a la guerra.

Los tres estuvimos detenidos, el primer día juntos, en la Dirección General de Seguridad, entonces en la calle de la Reina, donde nos alojaron en un calabozo de un lóbrego sótano de piso de cemento, con un asiento del mismo material a lo largo de la pared, sin otro mobiliario y con una luz en el centro de la sala exterior. Sin chinches, pues el escenario hacía imposible su presencia. Sí ratas. Fuimos tratados con una corrección extrema por los guardias de asalto de servicio. Al día siguiente, Carlos y Agripino fueron trasladados a la Cárcel Modelo y a mí me llevaron, por razón de mi edad, al Tribunal de Menores, que estaba situado en la calle de Bárbara de Braganza, a espaldas del Tribunal Supremo. En él permanecí dos días, en una habitación con ventana enrejada, cristales velados, cama vestida,  lavabo, water y dos millones de chinches. No vi ratas.

El Juez de Menores resultó ser una maravillosa persona, encantadora. Siempre pedí a Dios que la guerra le hubiera pillado fuera de Madrid. En otro caso, estoy seguro que los rojos le habrían dado el “paseo”. Estuvo verdaderamente cordial con mi madre y conmigo. Tras los trámites a que hubiese lugar, mi madre se responsabilizó de mí (era viuda) y nos fuimos a casa. Mi madre no me hizo la más mínima reprensión por mi aventura. Lo consideró un hecho natural. Era consciente de que se estaba jugando el destino de España.

Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 3 de octubre de 2007

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