viernes, 13 de julio de 2018

Contribución a la “Memoria Histórica”: El nomadismo de Falange (IV)

Ruiz de Alda (centro) junto a Valdecasas y Primo de Rivera, 1933.

La mañana del 20 de julio de 1936

Como cito en la VI entrega de “La primera represalia”, en la mañana del 20-07-36, al oír el cañoneo y disparos en el Cuartel de la Montaña, salí  de mi casa, no pudiendo llegar más que hasta la plaza de España. El cuartel seguía resistiendo pero, aun para el más optimista, como lo soy  yo, se veía la causa perdida. Bajo mi camisa de paisano, llevaba la azul, con los dos cuatros de la centuria en el cuello, el ángulo en plata de Primera Línea en el brazo izquierdo y el yugo y las flechas, bordados en rojo, en el bolsillo izquierdo de ella, camisa que no fue advertida en ninguno de los numerosos cacheos a que me sometieron. De lo contrario es evidente que no hubiera podido escribir estas líneas. Madrid era un hervidero de milicianos armados que, sistemáticamente, sometían a cacheo a todo el que pasaba, aunque hubieran visto que diez metros antes ya lo hubiese hecho otra patrulla. Se sentían importantes.


Cerciorado del fracaso del golpe de estado en Madrid, no regresé a mi domicilio, pues sabía que pronto llegarían a él los milicianos o la policía, puesto que era conocido de ambos. De la policía, por haber estado detenido, anteriormente, dos veces. Además, los porteros eran anarquistas y sabían perfectamente mi relación con Falange. Me fui a casa de mis tíos, que tenían una pastelería, “La Celta”, en el nº 84 de la calle de San Bernardo y estaba cerca de donde me encontraba. Desde allí, llamé a José Luis Vadillo, subjefe de la falange (al jefe de mi escuadra, Alfonso Sánchez y al jefe de la falange, Pedro Ichazo, no les pude localizar). Vadillo me confirmó la derrota y dispuso que diera la orden de dispersión a la escuadra y que cada uno hiciera lo posible para salvarse, dada la segura persecución que se avecinaba. Nos despedimos, sin que nos volviéramos a ver, pues los rojos lograron atraparle y fue asesinado en unión de su hermano, como lo fueron Alfonso, Pedro y casi todos los camaradas que juntos, la noche del 19 al 20 de julio, patrullamos las calles de Madrid, entre la Puerta del Sol y Cibeles, esperando la orden de asaltar el Palacio de Comunicaciones. Sólo sobrevivimos Alfonso Blanco Castro, que en la misma mañana del día 20 se fue a su pueblo, Quer (Guadalajara), y de allí se pasó a zona nacional y yo. 

Me quité la camisa azul, que mi tía quemó en el horno de la pastelería y llamé por  teléfono a dos niños falangistas, de unos 12 o 13 años de edad, que vivían en la calle de Gonzalo de Córdoba, próxima a mi domicilio. Uno de ellos se llamaba Virgilio, no recuerdo apellidos, y el otro José Luis Villanueva Milla (la familia de su madre era amiga de la mía, creo que por ser también de Zamora), éste recientemente fallecido en Madrid, siendo Comisario jubilado del Cuerpo Superior de Policía. Les llamé para que se pusieran de acuerdo y cuando tuvieran oportunidad destruyeran los libros, se llevaran a sus casas los ficheros y esperaron el desarrollo de los acontecimientos. Les advertí del peligro que corrían y también de las consecuencias para las personas relacionadas en los ficheros, si éstos caían en manos de la policía o de los milicianos. No lo dudaron y actuaron como yo había supuesto cuando les pedí ayuda. En octubre del mismo año 1936, cuando los rojos iniciaron los registros sistemáticos por manzanas, volví a llamarles, para que quemaran los ficheros, como así hicieron. Después de la guerra, tuve que testificar sobre este asunto ante un Juez.

Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 29 de septiembre de 2007

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