sábado, 15 de diciembre de 2018

Yannick Noah y la poción mágica


Ha escrito en el diario francés “Le Monde” un artículo el ex tenista Yannick Noah en el que, bajo el encabezamiento “La poción mágica”, pone a parir a los deportistas españoles por sus incuestionables éxitos a nivel internacional, atribuyendo los mismos a la masiva utilización de sustancias dopantes. 

Noah alega en defensa de su tesis que las técnicas e instalaciones de entrenamiento no han cambiado en los últimos años, con lo cual es imposible que una nación –la española en este caso– pueda “dominar tanto el deporte de la noche a la mañana” sin que sus deportistas recurran al uso de productos prohibidos. Añade Noah, muy legalista él, que “debemos respetar la presunción de inocencia” para inmediatamente contradecirse al afirmar “pero que nadie se deje engañar”.

A mí el desahogo del deportista francés me suena a un burdo intento de desprestigiar a los deportistas españoles en cuya génesis sólo se encuentra la envidia cochina. En el deporte, como en casi todo en esta vida, unas veces se gana y otras se pierde, y de tal forma debiera aceptarlo cualquier deportista honrado. No es el caso de Noah. ¿Qué los españoles bajitos y con cara de mala leche nos están dando pal pelo día sí y día también? Mérito no tienen ninguno aparte de trasegar por litros la poción preparada por el druida Panoramix. ¡Anda y que te zurzan, chaval!

Por esa misma regla de tres, es de suponer que los laureles de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, sólo pueden en justicia adjudicársele a los porritos que se fumaba el tío mientras planificaba estrategias para zurrar de lo lindo a los gabachos. Igualmente, la única virtud de los tercios españoles –que durante dos siglos se pasearon invencibles por los campos de batalla, pateándole los huevos a quien tuviese la mala ocurrencia de ponérseles delante– radicaba en el cóctel de anfetas que se metían en el buche antes de salir a batirse el cobre a pecho descubierto y montar la de San Quintín.

¿Qué hubiese sido de Cortés o Pizarro, entre otros, sin la diaria esnifada de coca mientras conquistaban un continente, verdad Noah? Supongo también que los soldados de la División Azul provocaron con su valor el asombro de alemanes y soviéticos gracias a los litros de licor de marihuana que engullían como cosacos antes de liarse a tiros, galletas o lo que hiciese falta por las heladas aguas del lago Ilmen. Y observando a los españoles integrantes de las fuerzas que liberaron París en 1944, queda claro que el peyote y el LSD habían sido utilizados sin mesura antes y después de subirse a los carros de combate.

Tramposos ha habido, hay y habrá aquí, en Francia y en Pakistán. Y si a Noah, a “Le Monde” o a Luis XIV les jode que nuestros deportistas triunfen... que se fastidien, que chinchen y que rabien. O que se pongan a entrenar como locos para batirlos en la cancha deportiva, pero que no les echen mierda encima sin más prueba que el rencor nacido de la envidia. Además, Noah, no niegues que el himno de España en los Campos Elíseos o en la pista donde se disputa la final del Roland Garros suena francamente bien. Y si lo niegas, peor para ti: todavía tendrás que oírlo muchas veces.

Autor: Rafael Guerra
Publicado el 20 de noviembre de 2011

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