Tengo que felicitar a Gibson, mal que me pese: es mucho el mérito que tiene condensar en un furibundo texto anti PP de sólo 255 palabras tamaña cantidad de necedades y burdos trucos propios de un Fu-Manchú en horas bajas, mezclando el tocino con la velocidad sin ton ni son. Insisto, lo de este tío es realmente extraordinario.
Comienza Gibson su alucinación, con la única base de un simple cartel de propaganda electoral, trazando una ruda parodia de Gil-Robles que, sibilina y taimadamente, caricaturiza al líder de la CEDA como un tosco fascista. Desliza arteramente una frase aparentemente inocua –“habían arrollado en las elecciones de 1933 ante la desunión de sus adversarios”– pero con bastantes entresijos: por un lado, el verbo “arrollar” tiene ciertas connotaciones bélicas con las que Gibson pretende reafirmar de forma ladina la imagen que a él le interesa ofrecer de un Gil-Robles implacable y agresivo; por otra parte, al recalcar que la victoria electoral del salmantino sólo fue posible por la desunión de sus adversarios induce Ian al personal poco precavido a creer que realmente “el pueblo” no deseaba la victoria de las derechas, que le habría venido fatalmente impuesta por la desorganización de las propias izquierdas.
Para reafirmar el diabólico carácter de Gil-Robles, nos explica Gibson que desmanteló el líder católico la legislación social del primer bienio, con lo cual ya queda claramente establecida, por si alguna duda había, la “gibsoniana” dicotomía malos-buenos. Sigue Gibson a lo suyo y sabemos, merced a sus buenos oficios, que en 1936 ganaron los buenos –el Frente Popular– como no podía ser de otra forma al haber “reconocido errores pasados”. Una vez conocido donde radica el bien y donde el mal, entra Ian en materia: el perverso PP del perverso Rajoy es el heredero de la perversa CEDA del perverso Gil-Robles, con el inestimable refuerzo de los perversos fascistas y la perversa Iglesia. ¿Cómo impedir que tanta perversidad se haga con la mayoría absoluta (pues la relativa ya la da Gibson por segura)? Pues votando todos los indecisos en masa al PSOE, que por algo son los buenos. Lo contrario sería para el ilusionista Ian pura ceguera, masoquismo, irresponsabilidad y autodestrucción: no se corta este buen hombre.
Así, a bote pronto, se me ocurre alguna matización a lo escrito por Gibson. Un cartel electoral no demuestra nada ni a favor ni en contra de Gil-Robles. No era éste persona de profundas convicciones liberales ni demócratas, pero sí –y esto es lo fundamental del asunto– aceptó pacíficamente las reglas de la democracia republicana y respetó la legalidad vigente, al contrario de lo hecho por las, en su mayoría, antidemócratas izquierdas (los buenos según Gibson). Suena a chiste la imputación hecha por el historiador irlandés a Gil-Robles de no tardar en ponerse manos a la obra para desmantelar la legislación social de las izquierdas: pese a ser el líder de la minoría más importante de las Cortes tras las elecciones de noviembre de 1933, la CEDA no entró en el gobierno, con sólo tres ministros, hasta octubre de 1934, con lo cual la cronología juega una mala pasada al ladino Ian. En ningún momento de la breve singladura republicana se sentaría un miembro de la CEDA en la cabecera del banco azul.
La brutal acometida izquierdista contra la República en 1934 –que de haber triunfado hubiese supuesto su fin– sólo pudo ser resistida por la resuelta actitud legalista, entre otros, de la CEDA. Y fue la propagandística campaña orquestada sobre la presunta ferocidad de la represión ejercida por el gobierno la que sirvió de pivote aglutinador en torno al cual se gestó el Frente Popular: no rectificaron por tanto las izquierdas ningún error, sino que siguieron incidiendo –y glorificando sin mesura– en octubre de 1934, el gran error que hizo inviable la supervivencia de la República.
La identificación que Ian Gibson pretende establecer entre Rajoy y Gil-Robles e, implícitamente, entre la actual izquierda y el Frente Popular es sencillamente absurda, pero en cualquier caso –tras desmontar las pueriles falacias del irlandés– el político del Partido Popular saldría en esta analogía infinitamente mejor parado que Rubalcaba, cuya victoria electoral tanto apetece el señor Gibson. Todos, e Ian Gibson no iba a ser la excepción, tenemos perfecto derecho a preferir el triunfo de éste o aquel candidato. No tenemos derecho sin embargo a falsear la historia con sucios propósitos electorales: esto y no otra cosa es lo que intentado hacer con escasa fortuna este supuesto hispanista.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 8 de noviembre de 2011
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