En este mismo
foro en alguna ocasión le he atizado de lo lindo al ex presidente Zapatero, por
mentiroso y felón dispuesto a malvender a su propia madre para aferrarse al
poder como el náufrago al clavo ardiendo. Desgraciadamente, poco ha tardado
desde su investidura como presidente del gobierno en llegarle el turno de los
palos a mi paisano Rajoy. Y no por capricho: Mariano también nos ha mentido.
Vean en esta magnífica recopilación de Elentir qué decía Rajoy en fechas no muy
lejanas. ¿Qué ha hecho don Mariano a las primeras de cambio? Subir los
impuestos. No ventilo yo en este artículo la conveniencia o no de adoptar,
entre otras, estas medidas que cada uno juzgará como estime oportuno. Lo que me
amarga y me repatea el hígado es la desvergonzada facundia con la que una y
otra vez somos engañados por el político de turno –Rajoy en este caso–, en la
absoluta seguridad de que sus mendaces palabras hambrientas de poder no han de
tener para ellos ninguna consecuencia. Absolutamente ninguna. Y no me sirve que
Soraya nos diga que “no se preveía este desfase presupuestario”: si ustedes
carecen de capacidad de previsión haberlo dicho antes y así hubiésemos sabido a
qué narices atenernos, ¡no te jode la tía!
Pero aún hay más.
Grave es que los presidentes o aspirantes a presidentes nos la metan doblada y
sin vaselina; peor es saber que semejante frescura no es cuestión de un José
Luis o un Mariano cualquiera. Zapatero y Rajoy, Pajín y Cospedal o Blanco y
Camps no son espectros surgidos del Averno que pululan por los despachos
oficiales en virtud de desconocidos maleficios; son personas de carne y hueso
fiel reflejo de la sociedad española de la cual forman parte. Una sociedad en
buena parte asentada en los frágiles cimientos de la irresponsabilidad, del
todo vale, del tonto el último, del fin justifica los medios, del aquí y ahora,
del a mí que me registren y del donde dije digo digo Diego, Diega o lo que me
convenga. Una sociedad en buena parte enferma, hedonista, impaciente, huérfana
de valores y referentes morales, desnortada, con la brújula en paradero
desconocido y sin muchos visos de poder encontrarla a corto plazo.
Quede, por favor,
bien claro que no pretendo impartir lecciones desde una atalaya de auto
atribuida e imaginaria supremacía moral. Para nada. En todo lo anterior me
incluyo. Bien incluido además. Hasta las cachas.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 1 de enero de 2012
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