Escuchaba un servidor el sábado en la Cadena Ser, alrededor de las diez y media de la noche, una distendida conversación en la que figuraba Iñaki Gabilondo como invitado de lujo. Se lamentaba el señor Gabilondo, ante el beneplácito de sus dos contertulios, de que en la vida política española se recurre con excesiva frecuencia al insulto y no a los argumentos.
Hacía después don Iñaki concreta referencia a los blogs que proliferan en internet, deplorando igualmente que en los mismos la descalificación personal es moneda de frecuente uso y comentaba que en no pocas ocasiones ha tenido miedo a que de los insultos se pudiese pasar, sin solución de continuidad, a los golpes. En principio las palabras del periodista me parecieron mesuradas y razonables, pero el propio Iñaki se encargaría de liquidar de un plumazo esta primera impresión.
El mencionado plumazo consistió, básicamente, en hablar de (cito de memoria, pero creo que sin ser la transcripción literal no varía el significado) los frikis descerebrados que se esconden impunemente en el anonimato, descerebrados que, según Gabilondo, tendrían que estar en la trena (supongo que como Dios y las izquierdas mandan). Continuó disertando don Iñaki sobre cierta cadena de televisión a la que no puso nombre (apuesto a que están pensando en la misma que yo) y la bazofia infecta que en dicha cadena se vierte. Ninguna mención hizo, por el contrario, a cierto periódico que, contradiciendo su nombre, resulta especialmente singular o a un canal televisivo en el que los sábados por la noche se imparten lecciones magistrales por parte de ciertos invitados de ordinariez, injurias y ultrajes. En mi opinión, empezaba a resultar bastante claro por dónde iban los tiros.
Intervino posteriormente una señora o señorita cuyo nombre no recuerdo para, amén de asentir a todo lo expuesto por Gabilondo, poner de manifiesto que la estrategia del insulto indiscriminado no es, ni mucho menos, novedosa. Para refrendar su tesis recurrió esta dama a un personaje histórico: don Manuel Azaña. Olvidando convenientemente que los imprescindibles Diarios del histórico personaje son un auténtico catálogo de gratuitas e hirientes descalificaciones a amigos y adversarios, obviando asimismo ciertas intervenciones de Azaña en la Cortes que son sobrecogedoras, resulta según esta señora ciertamente lamentable que Azaña hubiese sido frecuente blanco de terribles e injustos improperios. No le faltaba razón a la buena mujer en que Azaña sufrió tremendos ataques, pero al omitir que no era el alcalaíno precisamente el epítome de la prudencia y la circunspección el hilo argumental de la amena charla no estaba exento de cierto tufillo parcial y manipulador.
La participación del tercer contertulio siguió ahondando en el tema de Azaña. Tras declararse gran aficionado al estudio histórico, hizo palmario reconocimiento de su incuestionable superioridad en la materia objeto de debate, supremacía asentada en una excepcional biblioteca de más de doscientos volúmenes dedicados a la cuestión. Especialmente censurable es en su opinión que los atropellos verbales sufridos por Azaña procediesen no sólo de la chusma sino también de periodistas, médicos y abogados, personas todas ellas a las que les supone una educación. La erudita exposición fue acogida con grandes muestras de entusiasmo. Finalizó la emisión radiofónica don Iñaki diciendo que bien le parecería que quien tenga la capacidad ingeniosa de Quevedo o Lope de Vega para insultar así lo haga; el resto de la humanidad mejor estará calladita, que en boca cerrada no entran moscas.
La conclusión que yo extraigo tras escuchar lo expuesto por Iñaki y colegas es que lo que tan mal les parece no son los insultos. Lo que juzgan intolerable son solamente ciertos insultos y el criterio discriminador entre insultos buenos e insultos malos es simplemente la filiación ideológica de quien los profiere. Y eso tiene un nombre. Sectarismo. O aun más atinado: SECTARISMO, así, en mayúsculas. Camuflado, eso sí, bajo loables propósitos de entendimiento y concordia y aderezado con hermosas construcciones sintácticas, lo cual no hace más que acrecentar el citado sectarismo y sospecho que serán no pocos los oyentes confiados que se dejen camelar por tan sibilino partidismo.
Por otra parte, puestos a establecer paralelismos históricos, la obcecación ideológica hace también sus estragos. Comparen ustedes las injusticias retóricas padecidas por Azaña con las que tuvo que soportar, por ejemplo, el señor Gil Robles: de sangriento asesino para arriba, que no es poco. Lean su “No fue posible la paz”, compárenlo con los Diarios del señor Azaña y juzguen quien resulta más ponderado en sus apreciaciones sobre sus coetáneos. Insisto: bajo el bello embalaje que recubre las palabras del señor Gabilondo y sus amables compañeros sólo existe sectarismo y manipulación.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 25 de julio de 2011
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