La progresía patria, constituida, fundamentalmente, por nazifeministas de salón, sandíos esporculeros, repartidores de carnés de demócrata, buenistas profesionales y lectores recalcitrantes de EL PAIS, cuando éste ya no es lo que era –lo de público y el plural no lo miento, porque lo suyo no es progresía sino retraso mental– tiemblan ante la mera posibilidad de que se abra un debate en caliente, como dicen ellos, sobre la conveniencia de la cadena perpetua para los delitos más graves, incluso sobre la pena de muerte, para los delitos de terrorismo.
Sin embargo, no dudan, ante el desastre del Japón, en torpedear los tímidos intentos del gobierno del 11-M, por abrir un debate sereno -con toda la tranquilidad que permite el litro de súper a 1,50 euros- sobre la conveniencia de darle más peso en nuestro sistema eléctrico a la energía nuclear. Aunque ello sólo sea hacer de la necesidad virtud, bienvenido sea. Ya lo dijo el profeta: no hay mejor solución para la estupidez que un fostión de realidad.
Cierto es que cualquier persona más o menos normal admite y es consciente de que toda actividad humana implica riesgos. La aviación, transporte seguro donde los haya, cuenta sus víctimas por siniestro de doscientas en doscientas. La carretera se lleva en España tres mil personas por delante al año, además del número de heridos graves. El desmoronamiento de una presa puede acabar con todo rastro de humanidad en veinte kilómetros a la redonda, en un par de minutos, la vida urbana produce un estado de estrés agobiante, que nos lleva derechos al infarto, etc. etc.
Y la producción de energía nuclear no iba a ser la excepción. Cierto es que es segura, fiable y barata… hasta que se produce un evento de tal magnitud que, aunque previsible, nos coloca en nuestra verdadera dimensión: somos unos peleles en manos de la naturaleza desatada, con la única arma de nuestra inteligencia.
Y esa inteligencia desaconseja desandar lo andado, o lo que es lo mismo, renunciar a lo que de provechoso para nuestra supervivencia nos ha proporcionado nuestra ciencia y tecnología. A ellas habremos de agarrarnos, para no vernos en la tesitura de pensar que es más útil a nuestra supervivencia como especie, ofrecer sacrificios a la pacha mama, a cambio de nada.
Si se trata de morir por aplacar los malos humos de la naturaleza, que no sea degollado en un altar al descampado, provisto de taparrabos infantil, mientras un coro de vírgenes sacerdotisas canturrean lo indescifrable, a mayor gloria de la madre que las parió. Por lo menos, que sea dándonos el gustazo de fallecer con un móvil de última generación en la mano, mientras llamamos al servicio de emergencia que nunca llegará. Y que nos quiten lo bailao.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 13 de marzo de 2011
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